miércoles, junio 28, 2023

CHIRINGUITOS, PAGUITAS, HIPOCRITITAS Y ESBIRRITOS


    La eterna cantata, no ya cada mes de junio, sino prácticamente todos los días y a todas las horas, en cuanto la caterva lgtbfóbica de pago ve el más mínimo resquicio para escupir su odio, sus prejuicios y sobre todo los mantras con los que van golpeando esas mil veces que apuntaba Goebbels para modificar la mente de la sociedad. Apuntando justo a esos dos o tres puntos en los que hacen de verdad daño. Ya que no tienen razón, ya que su mensaje anda en la escala de la evolución un punto por debajo del excremento de escorpión, necesitan descalificar el de activistas y colectivos. Y uno de esos mantras (hoy ha reaparecido varias veces en los comentarios a una noticia del Diario Montañés, a partir de una conversación con Kiara Brambilla y con un tal Regino Mateo, que no se oculta nada debajo del autor de este blog y que sonará vagamente a los habituales.

    Se trata de, ay, ese uso despectivo de los diminutivos en español, del clásico "chiringuitos y paguitas". Que ya hay cenutrios que se piensan que haber dado la cara, haber estado trabajando por los derechos, dignidad y visibilidad de las personas LGBTI+ nos hace propietarios de al menos un casoplón como el de Abascal y de una segunda residencia sin licencia ni pago al constructor diseñada por Rocío Monasterio.

    Resulta gracioso que en este país parezca quedar descalificada de antemano cualquier actividad remunerada. Supongo que es parte de los viejos (y teóricos) prejuicios cristianos frente a la riqueza, a la manera católica. Y es que ya decía la buena de la Bruja Avería aquello de "Viva el mal, viva el capital". O lo que es lo mismo, si uno se posiciona frente a los retrocesos en los derechos fundamentales, frente a la creciente violencia lgbtfóbica y al ascenso de los discursos de odio, es porque le pagan por hacerlo. Así que se me ha ocurrido acercarme a esta Bahía de Gotham para hacer un par de apuntes esenciales:

    1. Da risa floja ver al facherío ultra rancio habar de paguitas y chiringuitos. Ese mundo de privilegiados porque sí, que en buena medida no han trabajado ni diez minutos en toda su vida, que no han cotizado a la Seguridad Social, esos ninis de guateque casposo de club de campo, cubiertos siempre en su ocio infinito por las mamandurrias que lo mismo te inventan una Oficina del Español que una Agencia de Protección de Datos autonómica en la que se cobra más que en la Presidencia del Gobierno de la nación. 

    2. Más risa floja, con un poquito de rabia y otro poco de lástima, frente a esas hordas de esbirros anónimos y cobardes que infestan las redes sociales y los foros periodísticos para bramar sus consignas, desviar la atención y embarrar el campo, intentando implantar las viejas estrategias del populismo ultra, reinventado por el trumpismo, la alter-right y la Conferencia Baptista del Sur, bien jaleados desde otras esferas como el catoliquérrimo Ratzinger, inventor de otro asqueroso mantra, el de la ideología de género y la guerra cultural. Porque ellos sí cobran por insultar, mentir y descalificar. Engañados unos, fanáticos otros, cobrantes todos. Que de algo hay que comer, y si para eso hay que ser mamporreros de las peores subespecies de la humanidad, pues como Paco el Bajo, a correr a cuatro patas y a ladrar.

    3. No, los y las activistas lgbti no vivimos de las subvenciones. Vivimos, no demasiado bien en general, de nuestros trabajos. Gastamos tiempo, días libres, paz y... dinero, para que nuestros derechos y nuestra dignidad, pero sobre todo los derechos y la dignidad de quienes menos fuerza tienen para defenderse, queden protegidos tanto como sea posible (los niños y niñas del colectivo, nuestras personas mayores, la gente perdida en pueblos remotos de la España vaciada, las y los solicitantes de asilo y refugio, perseguidos y amenazados en sus países, nuestra gente con capacidades diversas...).

    4. Y sí, a veces, en general tarde, mal y escaso, el trabajo de nuestras asociaciones recibe un mínimo apoyo público. Para proyectos específicos, como asesorías jurídicas para delitos de odio, o asesorías psicológicas, para que nuestra gente no se rompa. Asumiendo nosotros funciones que no nos corresponden, que deberían formar parte de las prestaciones públicas, sí y siempre, y que a la larga lo que nos regalan es más necesidad de tiempo y de gasto de recursos propios. 

    Da igual. Las fauces de los esbirros no se van a cerrar. Nos seguirán acusando de ser lo que son ellos, vagos y vividores, hipócritas que nos atacan mientras esconden y salvaguardan a sus hijos, y asisten a sus bodas con la pamela bien pinada, gracias a que ese derecho se lo conquistamos desde su odiado activismo. Y tal vez calen sus insidias y sus mentiras, sus delitos de odio (es lo que son, hablemos claro de una puñetera vez) en una ciudadanía que a veces no es capaz de analizar mínimamente los pensamientos tóxicos con que les bombardean una y otra vez. Esos hipocrititas y esos esbirritos que manchan, excitados, los calzoncillos solo con pensar que pueden devolvernos a los armarios, a los campos de concentración, a las palizas, a los acosos, a la indignidad y la invisibilidad, donde ellos tendrían puesto fijo como verdugos.

    Ya no somos víctimas. Es lo que más odian, que hayamos dejado de serlo. Somos mejores, somos más fuertes, tenemos la razón, tenemos el convencimiento. Pero sobre todo, nos estamos jugando la vida. Y si hace falta nos encontraremos allí donde haga falta.

    ¿Chiringuito pagado? El que traigo aquí colgado. Ojalá vuestra vida sea al menos la mitad de miserable de la que os merecéis.

    

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mejor , imposible

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