Sigo queriendo explicar, y aprovecharme de mi blog para hacerlo, las razones de una programación, parte por parte. Al menos de aquellas convocatorias para mí más significativas. Y si a Lindsay Kemp y su magia de colores le han correspondido el 25 y el 26 de febrero, marzo se abre con teatro, con una obra de teatro que ha calado hondo en crítica y público y continúa recorriendo esos teatros hambrientos de grandes textos y de interpretaciones memorables.
La piedra oscura, ese singular duelo interpretativo a dos voces tramado por el escritor Alberto Conejero con la atinada y emocionante dirección de Pablo Messiez y las interpretaciones en estado de gracia, en demoledor estado de gracia, de Daniel Grao y de Nacho Sánchez, tendrá siempre un lugarcito especial reservado en mi corazón.
La piedra oscura, ese singular duelo interpretativo a dos voces tramado por el escritor Alberto Conejero con la atinada y emocionante dirección de Pablo Messiez y las interpretaciones en estado de gracia, en demoledor estado de gracia, de Daniel Grao y de Nacho Sánchez, tendrá siempre un lugarcito especial reservado en mi corazón.
Os cuento, son muchas las razones, y no es menor la de que en su recorrido la obra haya pasado por el Teatro Solís de Montevideo; no hace falta que os cuente a estas alturas las raíces de mi afecto por El Paisito, y ya os imaginaréis que con lo que Leo vivía y amaba el teatro, entre los planes que no pudieron ser estaba acudir al Solís juntos. Pero la principal probablemente sea la de que La piedra oscura fue mi primera decisión en la aventura profesional que inicié el pasado mes de octubre, como coordinador de la programación del Palacio de Festivales de Cantabria. Había tenido noticias del estreno de la obra de Conejero, me habían tocado las críticas y valoraciones recibidas, pero no había conseguido encontrar entrada. Por fin pude acercarme a Madrid, al María Guerrero, y enfrentarme desde la cercanía de la Sala de la Princesa a este texto hermoso, rotundo, que se impone desde los primeros minutos hasta dejarte roto.
Sí, roto, con esa escenografía esencial de iluminación tenue, de aspecto gastado, sucio, con esas camisas ensangrentadas que se secaban en los respaldos de los asientos que te llevaba al verano, al terrible verano, de 1937. Roto, con esas palabras que Grao y Sánchez iban desgranando en las que latían por momentos el miedo, la resignación, las esperanzas mínimas de salvar al menos unos pocos papeles de la muerte, la desolación, la incomprensión, el encuentro necesario entre dos víctimas de una sola brutalidad. Roto, en presencia de dos interpretaciones vibrantes, que te tomaban de la mano para guiarte por el laberinto de la Guerra Civil en letra pequeña, en vidas y narraciones casi anónimas, casi olvidadas, pero cargadas de significados, sin heroísmos ni locuras, sin palabras pomposas en los libros de historia porque ¿a quién iba a importar la muerte de Rafael Rodríguez Rapún? ¿a quién el reclutamiento forzoso del chiquillo al que la guerra ha robado todo y a quien se adoctrina en el odio para convertirlo en títere del franquismo? Roto reconociendo en el texto los paisajes que acompañan esta mirada a una memoria angustiosa, unos paisajes que han formado parte de mi propia vida, Matamorosa, Reinosa, Bárcena, Santander, de una vida afortunada y luminosa que nada tiene que ver con esta fiesta de la muerte.
Rafael Rodríguez Rapún, que fue secretario del grupo de teatro La Barraca, que fue amado por Lorca, que fue destinatario de los Sonetos del amor oscuro, que con La Barraca pasó veranos en Santander y recorrió los pueblos de Cantabria, que militó en el PSOE madrileño, que fue herido en el frente de Reinosa a un año exacto de la muerte de su Federico, como si hubiera que tejer una leyenda, como si no le hubiera sido posible sobrevivir sin su poeta y aún así, a las puertas de la muerte, tuviera que salvar algunas obras del gran poeta granadino, Rafael sí renace con Conejero, Messiez, Grao, Sánchez y todos los que de alguna manera han hecho posible este pequeño milagro.
Salí más conmocionado que conmovido de la representación, y no pasaron nada más que unas pocas horas antes de que contactara con Clara Pérez para que La piedra oscura pudiera traer a Rapún de vuelta a este Santander que le vio disfrutar de la vida y que fue también su silenciosa tumba.
Teatro de proximidad, ese que te hace temblar cuando el actor tiembla a escasos metros de tu asiento, en el escenario de la Sala Argenta, los próximos 4 y 5 de marzo, teatro con historia, con memoria, con humanidad, con desgarro, teatro que te impregna y da fuego al amor por las tablas. Un consejo: no se lo pierdan.
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