Fue en el verano de 1982. Imagino que Lindsay Kemp ya estaría instalado en España, junto con Italia los dos países que parecen haberse entendido mejor con los personalísimos lenguajes escénicos del británico. Es mucha la gente en Santander que recuerda el pequeño escándalo que supuso la primera aparición de Kemp en Santander, con imágenes tan entrañables como la del entonces Presidente de Cantabria tapando los ojos de su hijo mayor como si fuera preferible un ataque de ceguera física y moral antes que el posible contagio de las perversiones que discurrían con impunidad por la escena; mucha la gente que recuerda aquel mítico Flowers. Mucha la gente que se equivoca, porque no fue la fascinante conjunción entre los mundos de Kemp y los de Genet la que nos presentó a Lindsay Kemp, en 1985, sino su colorista y recordada versión de Shakespear, El sueño de una noche de verano, como apunté al principio en 1982.
Mis padres no eran de teatro, así que fuimos mi hermano mayor y yo quienes nos aprovechamos del abono familiar para ese Shakespeare que se anunciaba lleno de fantasía, color, magia, que se presentaba como un regreso a las esencias de la pantomima británica bajo la dirección de un artista singular e inclasificable que habría de encarnarse en Puck rodeado de danzarines, transformistas, acróbatas, mimos, conduciendo la locura de la noche de san Juan hasta un paroxismo en el que también hubo tiempo para el escandalito de turno. No se crean, por la escena santanderina ya se habían visto los primeros desnudos de la transición, o lo que es lo mismo ya había pasado por las tablas locales el Equus de Peter Shaffer en el recordado montaje de José María Rodero. Pero la locura del A midsummer's night dream daba algunos pasos más allá. Y Kemp proponía en el clímax central de la obra toda una fiesta de pasiones desatadas, de cuerpos desnudos o semidesnudos que se encontraban y se reconocían, hombre con mujer unas veces, hombre con hombre otras, mujer y asno más allá, siempre a partir del escenario cómico, grotesco y transgresor imaginado por Shakespeare.
Hubo quien eligió marcharse a media función. Hubo quienes nos quedamos, hipnotizados, aprisionados por el riesgo, la seducción, la fuerza expresiva de aquella producción que no se parecía a nada que pudiéramos haber visto antes. Todavía hoy, tantos años después, puede reaparecer como broma entre mi hermano y yo el grito reiterativo de la actriz que jugaba a Julieta en los ensayos de la compañía de cómicos que Puck se encuentra en los bosques de Atenas, moviéndose sobre zancos y preguntando "O Romeo, Romeo! wherefore art thou, Romeo?". "Romeo, Romeo, ¿dónde estás, Romeo?".
Poco sabía yo entonces de cómo Lindsay Kemp se había ido encontrando con ese personaje principal que siempre sería él mismo, nada de sus relaciones con el recientemente fallecido David Bowie y su importantísimo papel como creador de los maquillajes y ropas con los que el cantante fue Ziggy Stardust y Rey del Glam. Nada de la pantomima recuperada y reinventada desde los tiempos de Isabel I. Nada de la danza-teatro, del mimo, de Shakespeare. Nada de la originalidad y la trascendencia de aquellos movimientos por los que simplemente me deje llevar al país de los sueños.
Han pasado muchos años. Lindsay Kemp ha sido una presencia habitual en Santander, donde nos ha dejado además del Sueño y de Flowers sus Alice, Nijinsky, Mikado, donde ha presentado producciones escénicas para óperas como La flauta mágica o Madame Butterfly y ha colaborado con grandes del teatro como Nuria Espert. En los últimos días de febrero, el jueves 25 y el viernes 26, arrancando en Santander su presente gira española, volverá al Palacio de Festivales de Cantabria con su lenguaje de siempre, sutil, colorista, provocador (¿es que todavía se puede provocar?), desgarrado, quizás también dulzón y amanerado, pero propio, reconocible, electrizante. Traerá una suite de escenas/danzas bajo el título Kemp dances: Invenciones y reencarnaciones que le servirán para ser de nuevo Traviata y Callas, Nijinsky, el Ángel trascendiendo... con la participación de su musa actual, la italiana Daniela Maccari y del actor/bailarín Iván Ristallo con coreografías del propio Kemp, de Luc Bouy y de Marco Berriel.
Crecen esas ganas de reencuentro, de convertir la cita en un homenaje a todos los sueños que Kemp fue enhebrando en nuestros ojos, de rendir de nuevo las armas ante ese rey, ante esa reinona, de las tablas que forma parte ya de la historia del teatro europeo y que a sus 78 años quiere seguir siendo parte de su presente. Si ya conocen a Kemp, ya reconocen su lenguaje, si todavía no lo vieron, no se lo pierdan: puede que esta visita sea la última.
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