viernes, marzo 04, 2016

LA FAMILIA DE VIL EN SANTANDER


El antaño Malvado Rukaegos de los pseudomítica y absurda serie "Momentos estelares" anda perdiendo calidad para el ridículo, así que de peripatético ha decidido continuar explorando lodazales morales y físicos pero ahora hibridando el menos sagaz periodismo con el más estulto quehacer detectivesco para responder desde el Observatorio La Magdalena (traducido al esmartismo clásico como "The Muffin Observer") a algunos de los interrogantes más misteriosos de esta ciudad que un día fue posible y hoy, precisamente hoy, es solo vendaval y aguacero.
 
Y entre esas preguntas esenciales hay una que aterroriza y embelesa a un tiempo a Rukaegos. ¿Qué fue de la fementida estirpe de Cruella de Vil una vez frustrados sus afanes peleteros con dálmatas? Porque la cruda y temida realidad es que la señora De Vil se mudó a Santander, donde con el tiempo fue dando forma  a una larga familia cuyos hoy numerosos miembros entre sí por dos temibles marcas. La primera de ellas, oculta a todos, es la de utilizar el apellido desechado por infame como segundo o tercer nombre; la segunda, el paralelo odio por los animales de toda condición y la pasión por sus pieles.
 
En días recientes pudo por fin Rukaegos, oh pérfido, armar pruebas suficientes para detectar a varios miembros de la familia de doña Cruella. Y es que llevaba tiempo Aurora Hernández, concejala del grupo socialista, intentando que Smartander adoptara medidas a un tiempo empáticas y racionales para enfrentar por fin desde el sentido común y el respeto a los animales la superpoblación de gatos callejeros cuando puso el grito en el cielo la concejala de gatos, María De Vil Tejerina: "¿Gatos? ¿Ha dicho gatos? ¡Hay que matarlos!¡Esa es la única forma, matarlos, matarlos, matarlos!". Pronto retransmitió el rifirrafe la prensa, desde un titular objetivo y serio donde los haya publicado en El Diario De Vil Montañés que acusaba a la concejala rojeras de intentar llenar Smartander de gatos furiosos y rabiosos para exterminar ratas. Noticia no por asombrosa cierta y que desde luego poco tenía que ver con la defensa del protocolo CES (Captura-Esteriliza-Suelta) que tan buenos resultados viene dando en el control de colonias felinas callejeras en muchas ciudades del mundo un poco menos Smart pero un mucho más decentes.
 
No se arredró la aguerrida concejala socialista, y eso a pesar de que el Vicepresidente del Colegio de Veterinarios de Cantabria, Francisco Javier De Vil Gómez del Álamo, había subrayado los disparates periodísticos con furia "¿Gatos?¿Ha dicho gatos? ¡No sirven ni para devorar ratas! ¡Hay que matarlos, exterminarlos, torturarlos, descuajeringarlos! ¡Que mueran de sífilis, de rabia, de bocio, de sida felino, de cólico miserere, de dengue y soponcio, que mueran infectos y dolientes, que mueran! ¡Ya verán ustedes si bacterias e infecciones no son mucho mejores para exterminar esa plaga y dejarla controlada de una vez por todas!¡Ya verán!".  Un poco sobreactuado todo, sí, pero prólogo de la jornada municipal en la que por ignorancia del protocolo CES, desprecio a la oposición y matonismo de serie, el alcalde Smart Iñigo De Vil de la Serna movilizó a esbirros propios y extraños (¿O se pensaban ustedes que Jasper y Horace se habían quedado perdidos entre las brumas londinenses?) para descojonarse con muy poco respeto y mucho menos estilo de propuesta y proponente y para plantar un rotundo NO sobre la mesa presidencial del salón de plenos.
 
Fue entonces cuando el Sagaz Rukaegos apreció por un instante cómo el cintillo de la ropa interior de Iñigo De Vil parecía tejido en pelo de gata carey. Porque no, las profundas declaraciones del alcalde en el pleno "¿Gatos?¿Ha dicho gatos? ¡Cuántas veces vamos a tener que decir que no hay dinero, dinero, dinero y que hay que matarlos, matarlos, matarlos!?" no procedían de un trauma de la infancia en el que durante una pesadilla Tom se hubiera salido de la pantalla y confundido al nenealcalde con Jerry, tampoco de su afición a los canarios y la aversión lógica por Mr Jinks, ni siquiera por la consideración de Don Gato y su pandilla como sucios botelloneros urbanitas. La realidad descubierta por Rukaegos y aquí narrada es, ni más ni menos, de corte económico neoliberal: Los De Vil regentan en sociedad limitada una próspera fábrica clandestina de ropa interior en pelo de gato, que recibe pieles gatunas y conservas de trigémino de gato en salsa agridulce desde Smartander y otras ciudades amigas y teje teje teje en un oscuro arrabal de Shangay delicadas prendas interiores para las menos selectas boutiques de extrarradio.
 
Calzoncillos de siamés, braguitas de europeo tricolor, sostenes y corsés de persa azulado, camisetas de invierno de noruego de bosque, ligas y ligueros de suave vellón de cachorrito birmano, picardías de callejero blanquinegro o atigrado, atrevidísimas tangas de chartreux. Todo un lujo exquisito y rentable que los De Vil defenderán con colmillos y uñas mientras les sea posible. Porque a los gatos hay que matarlos, matarlos y matarlos. Hombre, ya.

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