Allá quien quiera leer las valoraciones y posicionamientos en torno a la celebración de primarias abiertas a la ciudadanía para elegir las cabezas de las listas municipales y autonómicas, ya demasiado presentes a pesar del tiempo que falta, opción prevista, por cierto, en los estatutos federales del PSOE, y defendida por militantes de diferentes adscripciones familiares, como un cierre espartano de filas en torno a los Álvarez, los Martínez, los Cossío o los Goenaga.
Desde luego por mi parte lo que hay es una reflexión y una defensa (sin sentido ya) de una herramienta importante y creo que prudente que podría ser muy positiva en el cuestionamiento de los ombligos orgánicos, en la configuración de las estructuras partidarias en una especie de Sancta Sanctorum más alejado del mundo real que la Tierra de la estrella Antares y en el trabajo de reencuentro con una sociedad que una vez estuvo ahí, como parte activa, viva y rica del diálogo político, y que hoy, en el mejor de los casos, da la espalda, indiferente, a todo lo que se cuece por las sedes.
Esta es sobre todo la virtud de unas primarias en las que aquella parte de la ciudadanía que se sienta cercana en ideas y proyectos al modelo defendido por el PSOE pueda mostrar sus preferencias, sus confianzas, sus esperanzas y necesidades, hacerlo movilizándose en el marco de un proceso político franco en el que su voto pueda ser decisivo o al menos tomado en consideración, y que, de paso, puede volver a politizarse, puede volver a sentir a su partido como una herramienta importante de transformación social, ¿quizás a afiliarse para participar de forma más regular, activa y directa?
Los argumentos en contra suelen partir de falacias, como la idea de que quien no forme parte de la estructura y abone sus cuotas no debería poder decidir sobre cuestiones internas, olvidando que hablamos de las primarias no para la dirección del partido (ahí ese argumento sería obvio) sino para acceder, elecciones mediante, al gobierno de la ciudad o de la región en la que el votante no afiliado vive, trabaja, paga y exige (o más bien debería exigir). Y por tanto no se trata de un problema orgánico sino de una cuestión de calado público. Así sucede en modelos democráticos bien asentados, como el estadounidense, y así está ocurriendo en la vieja Europa cada vez en más ocasiones, apreciando el valor de las primarias abiertas como un factor más de movilización y un camino para que la sensación de alejamiento entre políticos y ciudadanos se disipe un poco.
Suele ser importante también en el argumentario a la contra la desconfianza hacia la responsabilidad del cuerpo cívico, imaginando una larga colas de adversarios y enemigos que desde diestra y siniestra acuden para votar por el peor candidato y acabar así con cualquier opción de gobierno del partido convocante. A lo mejor es que soy demasiado cándido, pero me resulta imposible imaginar esas largas colas de simpatizantes de Vox o de Bildu en camino hacia las sedes socialistas con sus dos euros preparados para incorporarse a un fichero de simpatizantes y votar por una u otra candidatura, siempre con aviesas intenciones. Me cuesta tanto como me cuesta imaginarme a mí acudiendo a las primarias de Vox o de Bildu, que uno las ideas las tiene para algo. Y hasta me enfada cuando la disculpa procede de representantes electos porque tras ella late una profunda desconfianza ante la seriedad y la capacidad de los electores que no estoy dispuesto a suscribir. No, el ciudadano no es per se incapaz, corrupto, idiota o irresponsable, aunque sin duda hay ciudadanos aptos para cada uno de los calificativos, hasta para los cuatro juntos, lo mismo que hay afiliados de base o políticos en cativo que podrían responder a cada uno de los calificativos e incluso a los cuatro juntos.
Por supuesto, los órganos competentes para decidir si se realizan primarias abiertas o no tienen el derecho de tomar la decisión, como tendrán la responsabilidad de apechugar con los resultados de esa decisión. Ya sabemos que en Cantabria, ante las convocatorias electorales del 2019 y en lo que al PSC-PSOE se refiere, las primarias abiertas no serán, porque esos órganos competentes así lo han elegido, incluso con los votos sorprendentes de compañeras y compañeros que en su día defendieron el modelo y que ahora parecen alimentar los mismos miedos a la realidad que tantas veces han cerrado las puertas y las ventanas y han aislado a esos a los que algunos han decidido llamar casta. Por mucho que ahora, como en otros tiempos, quieran disfrazar ese discurso de cierre con el juego de palabras vacío "tendremos primarias abiertas... a los militantes", peculiar forma de expresar que las primarias no serán abiertas. Un poco de por favor, que todavía nos queda alguna neurona en activo.
Con todo, la sensación que queda, que me queda, es la de la oportunidad perdida. Y el convencimiento de que quien teme a los ciudadanos difícilmente será digno de representarlos y dirigirlos. Veremos.
Como fuere, suerte y al lío.
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