De témporas a témporas, pasando por el Calendario Zaragozano, anda la tradición empeñada en advertirnos del tiempo que vendrá estación tras estación desde la observación de los vientos o los meteoros en ciertas fechas. Raro es, al menos en estas tierras del norte, el valle en el que los observadores de témporas y las discusiones subsiguientes no acaban por ocupar un buen rato en los debates de café, puntualizados casi siempre por el espíritu racionalista de la comarca que con tonante voz de aguafiestas acaba sentenciando "todo eso son tonterías".
Capítulo aparte merecerían esos peculiares expertos y tradiciones que por la suma de tiempo y soledad tienen poca ocupación mejor que la de observar los mínimos y permanentes cambios de la naturaleza, y a partir de la aplicación inconsciente de un método inductivo que haría las delicias del descreído Hume, convertir en leyes generales predictivas las acumulaciones de información repetida. El sarruján del pico tal, el pastor de tal cumbre, la lechera de acá, el cura de acullá comentan qué han visto y qué esperan y su voz se convierte en sentencia segura.
¿Tienen utilidad hoy, con la terrible espada de Damocles del calentamiento global, los comportamientos de animales y plantas para determinar ciclos y fenómenos? Si hasta árboles y aves andan desconcertados, cómo no habríamos de estarlo nosotros.
El caso es que el verano pasado, 15 de agosto, día de la fiesta mayor de Espinilla, en esa tan familiar y querida Hermandad de Campoo de Suso, por el Sur de Cantabria, no escuché demasiado bien la primera parte del parlamento de Paulino, vecino de edad más que veterana y singular simpatía, después de que le preguntaran si no estaba preocupado por la tremenda sequía. Así que no puedo deciros qué pájaro exactamente había hecho qué cosa. Pero sí escuché perfectamente la segunda, en la que manifestaba su tranquilidad, porque, dijo "va a nevar mucho, y desde muy pronto". Las primeras nieves en las cumbres cayeron allá por octubre del pasado año, nada más comenzar el otoño, y si bien no hemos tenido La Madre de Todas Las Nevadas, al menos todavía, el blanco tesoro ha sido constante desde entonces, y continúa cayendo estos días para recibir a la primavera.
No, claro que no, claro que somos gentes del XXI, racionales (ja) que si ya sabemos que no es posible prever con claridad el tiempo a una semana vista pensamos que no es más que ciencia ficción pretender saber con meses de antelación lo que nos espera.
Pero la naturaleza sigue su curso y sigue nevando. Mientras Paulino estará calentuco allá en la cocina o junto a la chimenea, quién sabe si olvidado ya qué hizo aquél pájaro en el tan lejano agosto.
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