Entro en la librería, más que nada para resguardarme de la lluvia, y entre las novedades me encuentro con la última traducción del napolitano Erri de Luca, "La natura expuesta". Y recuerdo aquel libro hermoso sobre memorias, libertades y amores adolescentes, con una playa y unas barcas en la portada, y el título definitivo: "Tú, mío".
"Tú, mío". El libro que él me trajo de una breve estancia en Nápoles. "Tú, mío" ¿una declaración sutil o un juego travieso?
Demasiados años en los armarios amargos y polvorientos, demasiados años sin amar cuando me lo presentaron en un café. Recuerdo el fogonazo, el escalofrío, los temblores, la estúpida incapacidad repentina para pronunciar una frase coherente. Recuerdo que me pidió el teléfono y que me dio el suyo, y que al día siguiente me llamó para ir juntos al cine, él y yo, sin los amigos comunes que oficiaron el encuentro.
Fueron meses de enfermedad, de añoranza cada vez que por trabajo o por compromisos viajaba lejos de Santander unos días, unas semanas alguna vez. Meses de juegos de esos de seducción, en los que las manos se rozaban acariciándose, las rodillas descansaban juntas, el contacto físico era buscado y soportado por nuestros cuerpos mientras nuestras miradas se buscaban y las sonrisas amanecías. "Sabes que cuando estáis juntos vuestros ojos echan chispas, ¿verdad?". Así describió cómo nos sintió una compañera de trabajo y antigua profesora suya la primera vez que nos encontró uno al lado del otro.
"Tú, mío". Me pregunto todavía si fue real, por qué no fui capaz de dar algún paso más después de un beso boca a boca al despedirnos una noche, y por qué él tampoco dijo nunca nada. Todo parecía sustentarse sobre la arena de lenguajes no verbales. También alguna vez una amiga insiste "yo creo que no pasaba nada, solo que tú lo deseabas y que él se dejaba cortejar". Pero fue él el que al volver de Nápoles me entregó el libro de Erri de Luca, él quien de Valencia me trajo una sola naranja, justo después de haber comentado un artículo de un poeta donde se hablaba de la imagen de la entrega de frutas como símbolo de la pasión erótica en la tradición poética. Él quien al escuchar a otro amigo "hace falta un acto de amor para nadar de nuevo hasta la playa -estábamos en una barca- para recuperar algo que yo había olvidado" se tiró al agua y regresó con la sonrisa luminosa y con el tonto olvido.
Se marchó fuera de España, sin siquiera despedirse, dejándome roto y desconcertado. Aprendí entonces que era verdad lo de que el corazón podía doler, aprendí lo que era una depresión y a llorar más que nunca. Y a hacer el ridículo sin cuento, hasta el paroxismo cuando regresó por Navidades, nos encontramos por casualidad y todavía le pedí perdón porque a lo mejor se había sentido agobiado y le regalé un cuaderno con unos poemas absolutamente vergonzosos que espero tirara a la primera papelera.
Una sola vez he vuelto a verle, nos cruzamos un verano por la calle y él hizo ademán de pararse con la misma sonrisa de juguete. Yo le dije un tranquilo "hasta luego" y continué el camino.
Hoy, al regresar a Erri de Luca, no he podido evitar el recuerdo. Y hasta he pensado que quizás debería buscarle para darle las gracias: me volví tan loco, perdí tanto el sentido de la dignidad y de la convención sociales, que me arrojé a ese abismo en el que vivía quien de verdad yo era, aceptando mi sexualidad, abriéndola poco a poco a la luz. ¿Sin ese abismo podría haber querido a Lander? ¿podría haberme entregado tan confiado al amor de Leo?
El libro, la naranja, las brazadas contra la marea, las caricias, el beso... Signos que fueron reales, como fue real el tornado que se llevó por delante al niñato acomplejado y para bien y para mal abrió la puerta al presente.
1 comentario:
Muy bien.
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