jueves, noviembre 02, 2017

DOS AÑOS MÁS TARDE.


Hace ya dos años de mi llegada laboral al Palacio de Festivales de Cantabria, un par de meses después de la conversación con Ramón Ruiz en la que me planteó su propuesta de incorporarme al nuevo equipo de Cultura, después de las elecciones regionales de 2015 y de la reedición del pacto de gobierno entre PRC y PSOE. Dos años que han pasado tan deprisa que apenas he sentido el vértigo del tiempo, dos años cargados de emociones, de esfuerzo, de algún que otro desencanto, de tantos nuevos encuentros y tantas alegrías, dos años de ilusión intacta.
 
El cambio llegó en un momento más que oportuno, un tiempo en el que el cansancio, la rutina y el peso de un larga oscuridad me estaban venciendo y contra el que no acababa de encontrar vía de escape. El Palacio de Festivales era un viejo y querido conocido, desde su primera noche había pasado muchas horas allí, conocía a buena parte de sus trabajadores y sobre todo su actividad tiene que ver con esos fragmentos concretos de realidad que dan sentido en buena parte a mi vida, la música, siempre por delante de todo lo demás, la literatura, el teatro, la danza, el mundo de las artes performativas con su varita mágica tantas veces cargada de recetas para la felicidad del instante.
 
Me he reconciliado con el teatro y con la gente del teatro, esa gente que tanto abraza como comenté hace algún tiempo en este blog, tan comprometida y tan llena de calor. Si, he pensado muchas veces en cuánto habría disfrutado Leo de esta nueva etapa, él que adoraba el teatro y que hubiera sido espectador privilegiado y compañía perfecta para sentir los estremecimientos de "La piedra oscura", de "Incendios", del "Último tren a Treblinka" y de tantos y tantos títulos. He reavivado las llamas del idilio con la danza hasta el punto de que puedo cerrar los ojos y temblar´de nuevo con Daniel Abreu en "Venere" y cómo no contar hasta el infinito los pellizcos de dicha que me regalaron Magdalena Kozena y Monteverdi, Soqqadro Italiano y Vivaldi, la Scottish Chamber o el Beethoven de Viktoria Mullova. Y me he vuelto loco contagiándome de la alegría de "Priscilla" o de "Un chico de revista".
 
La música salva, el teatro salva, la danza salva, cada día me levanto más convencido de que si nos roban también las artes, el derecho y la posibilidad real de disfrutar de las artes, de las grandes construcciones de ese enorme edificio de humanidad que es la cultura, de comprenderlas, dialogar con ellas, hacerlas nuestras, nos están robando la vida.  Puede que por eso sienta, también en los momentos difíciles, que los hay, también en las pocas horas de desaliento, que hay que continuar luchando desde esta posición de mediador para que el encuentro feliz se produzca y las chispas salten renacidas. Quizás por eso, de todo lo vivido, me quedo con ese ciclo que considero "mi niño", "Nos gusta el teatro", ese en el que queremos que arda con furia el idilio entre teatreros, teatro y adolescentes, para que dentro de algún tiempo recuerden cuántas emociones sintieron con "Punk Rock" o con "Los amores diversos", cuánto se rieron con "Cervantina", y decidan volver a nuestras salas o a otras para que podamos cantarles siempre con la sonrisa de los titiriteros "Gracias por venir".
 
Gracias a todos los que habéis hecho posible toda la luz de estos dos años y todavía en marcha, gracias por tanta música, tantos cuerpos, tantas palabras, gracias por todo ese trabajo del día a día con el que artistas, técnicos, comunicación, administración, limpieza, taquillas, seguridad, profesores, productores, agentes y un larguísimo etcétera contra viento y marea en estos tiempos difíciles de otés, fútbol y recortes apostáis por que la humanidad siga sembrando sonrisas y emociones. Gracias por haberme dejado ser una mínima parte de este maravilloso sueño.

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