Ya lo sabemos, abril es el mes más cruel.
Pero puede que sea octubre el más triste. Octubre es la recuperación de la rutina, el final de la luz, el peso de las alergias, el mes en el que las hojas muertas crujen en el parque bajo tus pasos y te compras ese jersey de lana que al principio tiene el tacto dulce y el calor emboscado. Toca cerrar las ventanas por la noche y sacar los pucheros para reinventar la destreza de los guisos de hogaño con sabores de antaño. El momento de arrebujarte bajo el edredón y dejar que pasen las horas sintiendo la seguridad de los espacios más íntimos. Volverán los perros y las gatas a subirse a la cama y a buscar el contacto de los cuerpos templados mientras las golondrinas y la mayoría de las cigüeñas inician su invasión de los cielos africanos, aunque tal vez este año en esa avidez de sur se acerque hasta nuestras costas alguna pareja de cisnes o vuelvas a avistar desde el tren alguna garza de guardia en las riberas del Saja.
Octubre es el cielo de plomo y la mañana extrañándose en el sereno espejo de la bahía, la ráfaga de cierzo por sorpresa, quién sabe si en estos tiempos de nubes confundidas sea otra vez esa morrina delgada e insistente que nos empapa la esperanza. Es la carrera de Gin tras alguna lavandera despistada o el nervio de Gelo de castaña en castaña.
Octubre es Leo, claro. Leo en las redes sociales que cada día anuncian su paquete de recuerdos y te llevan a París en el 2009 o a oncología de Valdecilla en el 2010, el sueño y la pesadilla, el milagro y la sombra. El mes en el que la memoria se araña hasta la herida, empeñada en ese dolor pequeño que tan poco importa al mundo y que vuelve a exigir del corazón y de los ojos una titánica diminuta resistencia. Paso por paso octubre es la delgadez, la piel demacrada, la sensación de que el rumbo está definitivamente perdido, las manos aferrándose al timón empecinadas en llegar a un puerto a salvo, a pesar de que el cielo es más negro cada minuto y las olas se agitan cada vez más violentas. Es el mazado de la desesperanza definitiva, el anuncio del ángel de la muerte, la voz que tiembla y las piernas que no se sostienen pero intentan mantener la calma y ofrecer el apoyo desnudo al amado muchacho que desde entonces cae y cae y cae y cae.
Octubre es la necesidad de tocarle, de hablarle, de abrazarle, de amarle con cuerpo fiero y con corazón incendiado, de pasear, de ir al teatro, de cenar juntos, dormir juntos, ver la tele juntos, de entrechocar los labios y volver a susurrarle al oído "te quiero". De refugiarnos de la intemperie en un lugar conocido solo por nosotros, donde el silencio y la intimidad extrema nos abriguen.
De inventar otra vez un rito con que decirle no te preocupes, estoy bien, voy cerrando capítulos, escribí tus poemas y ahora estás en un libro, he vuelto a cocinar (también tortilla, cómo no, tonto) y poco a poco voy recuperando el orden en esa casa que se desfondó conmigo hasta la ruina, a veces busco tus fotos, tu perfil de Facebook, las palabras que dejaste sujetas a un imán de nevera y sonrío sintiéndote.
Aunque en tu lado de la cama siga haciendo tanto, tanto frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario