Hace ya tanto tiempo de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto....
En aquella especie de Neolítico personal, todavía el miedo estaba presente, todavía el mero hecho de sacar una entrada para ver una película de maricas te hacía temblar. Aunque muy pronto la felicidad que destilaba la pantalla, las emociones, los personajes, la música, los colores te envolvían en una especie de nube que te acompañaba al regresar al armario donde tanta vida se estaba quedando apolillada.
Llega años después, muchos años después, Priscilla, el Musical, esa reescritura moderna, espléndida de la vieja película tantas veces vista desde aquella primera vez. Ya no hay miedo, ni temblor, en su lugar la franqueza, la naturalidad, la frescura, cierto poso de cinismo ácido bien asentado con los años. Esa apuesta fuerte que una vez jugaste contra ti mismo de no volver a bajar la mirada, de no volver a las sombras, de no renunciar nunca más a una brizna de vida y que por el momento vas ganando. Pero de nuevo Priscilla te invade como una gran fiesta que te devuelve tu música, tus colores, que te abruma con su desvergüenza feliz, que se despliega ante tu mirada entregada desde el primer minuto como un gigantesco pavo real construido de plumas, lentejuelas, brillos y sonrisas y levanta una copa de champán también por ti, por la vida, desde las manos de ese fantástico elenco de actores, bailarines, cantantes, encabezados por tres grandes artistas que rozan la perfección en sus papeles, José Luis Mosquera, como Bernadette, Christian Escuredo, como Felicia, y ese santanderino de oro que es Jaime Zataraín como Mitzi/Tick.
Priscilla como un chute de felicidad, Priscilla, ay, también como un espejo que de pronto te invade y te abre una puerta hacia tu propia memoria recordándote que tú, Rukaegos, tú eres también esa reinan del desierto.
Tú, Bernadette, porque aprendiste la dignidad cuando todavía no era tan fácil y decidiste resistir. Bernadette porque cuando llegó la muerte de Trumpet te quedaste sin aire, sin suelo, sin vida, a la intemperie, y a pesar de todo no dejaste de caminar. Bernadette, porque desde el temor te levantaste con una lengua afilada al extremo para el combate, con los puños y las rodillas dispuestos a golpear, a hacer daño, cuando se trata de defenderse de esa mierda llamada homofobia, cuando se trata de defender tu espacio y el de tu gente. Bernadette, que de alguna manera sabe que ya ha pasado su tiempo, que ya no pasarán tantas cosas, y que seguramente el tiempo de dormir en compañía se esfumó hace varias temporadas. Bernadette, dura, entrañable, fiera, acogedora.
Tú, Felicia. Porque hubo un tiempo en el que volvían la cara para mirarte, porque hubo pequeños espacios extraños en que además de mirarte te quisieron y hasta se fascinaron. Felicia, porque querías brillar y te llenabas de colores a la moda y tenías siempre a punto la propuesta más loca. Felicia, porque de pronto la realidad te aplastaba contra el suelo y te dejaba allí noqueado, atónito, sin comprender por qué de pronto el mazazo si antes te querían.
Tú, Tick, porque has vivido siempre como si te estuvieran esperando al final de un largo desierto, porque siempre supiste que nunca iba a dejar de doler la diferencia, pero a pesar de todo trabajabas para construir, para decidir, para estar en el centro del escenario proclamando tus normas. Tick, o envidia de Tick, porque claro que soñaste hace tantísimos años con ser padre y establecer una hermosa familia casi tradicional, solo casi. Aunque tuviste que ir dándote cuenta de que no era ese tu camino, que tu vientre se quedaría seco, pero al menos tus labios dignos y altivos encontrarían su fuente de compañía.
Tú, Priscilla, a trancas y barrancas, con la arena molestándote en los zapatos y el sol cegándote los ojos, pero siempre fiel al rumbo de ese norte que, qué le vamos a hacer, al final te había tocado. Tratando de sostenerte, de ser un buen tío y de ser un buen marica, el mejor marica como si te fueras a convertir en un personaje de Queer as folk.
Al final la música termina, los pies te dejan de bailar, las lentejuelas pierden su brillo y las luces se apagan. El Grindr se te llena de tentanciones imposibles y una cierta melancolía te empuja hasta casa, para buscar a tus perros y llevarlos al parque mientras canturreas Go West, We belong, I will survive mientras ellos, los sueños hermosos que te ha dibujado el guapísimo elenco de Priscilla y la realidad tierna de Gin y de Gelo, te hacen los coros. Caminando con la cabeza alta. Buscando en el horizonte ese cartel que te indique cómo llegar a Alice Springs.
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