Ayer hablaba sobre la belleza, a partir de esa fortuna infinita que me permitió escuchar el sábado por la noche la lectura que Sir John Eliot Gardiner realizó de una de las más estremecedoras obras musicales de todos los tiempos, la Pasión según Mateo, dirigiendo a sus Monteverdi Choir, sus English Baroque Sololists y a la Escolanía Easo. A la mañana siguiente, con la misma intensidad, fue un reportaje sobre las violaciones masivas en Sudán del Sur, utilizadas como arma de guerra e incluso como soldada para el ejército, el que me golpeó el alma. El ying y el yang, el placer y la pesadilla. Así que he decidido parafrasear el artículo que publiqué ayer en el blog desde el lado oscuro.
Te aguarda emboscado, al acecho. Quisieras que nunca te encontrara, pero él se obstina en el golpe, a veces es cierto lo deseas, porque de alguna manera te recuerda que tu corazón no está todavía tan dañado, pero tal vez entonces decida esquivarte. Eso sí, cuando se aferra a tu conciencia duele, duele de una forma física y extrema, duele desde una mezcla de culpa, de piedad, de mala conciencia, de solidaridad, de impotencia, de rabia.
Te marca la memoria. Lo conociste en la fotografía del buitre que aguardaba ya preparado el momento exacto en que el niño famélico se hiciese carroña. Cuando la madre ausente y cubierta de moscas amamantaba a su recién nacido con un pecho seco. Estaba cuando te contaron La noche de los lápices y cuando unos niños intentaron arrancar a una cachorrita de spaniel la pata atada a una cuerda, también en los reportajes sobre la Guerra de Bosnia o sobre las masacres de Ruanda. En tu imaginación, como parte de una memoria colectiva, al pisar el suelo de cenizas de Buchenwald.
No se trata solo de miseria o de hambre, no se trata solo de desastres naturales, de accidentes o de mala suerte. Se trata de la evidencia de que el ser humano posee instintos indignos, que laten de la mano la maldad sociópata y la maldad banal. Se trata de mirar al verdugo y sentir el espejo, la duda, la posibilidad de ser en el escenario adecuado, en las condiciones adecuadas, como él una bestia.
El horror te recuerda que vives, o eso crees, lejos del mal, protegido desde la impunidad que te otorgó tu buena estrella natal. Y te hace sentir mierda porque no eres fuerte para enfrentarte a su galería de destrucción y muerte, porque no eres valiente para dejarlo todo y tratar de dar la cara junto a quienes lo sufren, porque estás acomodado a tu pequeño paraíso y no te sientes capaz de una renuncia, de un compromiso, de una lucha, de una voz que vaya mucho más allá de lo poco que implica una firma, una manifestación o un estado de Facebook profunda y rabiosamente indignado y triste. Y hasta a veces ni eso.
Nos aguarda emboscado para recordarnos que somos frágiles, inconsistentes, que podríamos perder nuestros privilegios ante la indiferencia de ese nadie que quedará para ayudarnos cuando lo que creíamos lejano, imposible, se nos haga certeza irremediable. Cuando ya no importe que el corazón siga latiendo o la conciencia aún guarde su mínima capacidad para la conmoción junto a su hipocresía máxima.
1 comentario:
El horror está ahí para recordarnos que la muerte no es lo peor.
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