No sé quién acuñaría esa vieja idea de que el verdadero Paraíso es nuestra infancia. Pero el reencuentro con los viejos compañeros y compañeras del Colegio Antares de Reinosa viene a servir como aval de la misma, del grupo de estudiantes que en todo o en parte cursamos la EGB entre 1971 y 1979 en un colegio que abría sus puertas precisamente en 1971 y que quiso ser un referente pedagógico moderno, humanista, libre, abierto. El caso es que nacidos en nuestra mayor parte en 1965, habíamos decidido celebrar juntos el medio siglo, y manos a la obra el pasado sábado, en plenas fiestas de San Mateo, nos encontramos para tomar unas cañas, comer en buena compañía y jugar a reconocer y a ser reconocidos.
Durante la preparación del encuentro, comenté a algunos profesores con los que tuve ocasión de hablar, Mari Ascen, Mari Tere o Pepe Espurz, que algo habrían hecho bien cuando el recuerdo del colegio estaba bien asentado en tantos y tan bien. 54 compañeros pudimos responder a la convocatoria, a los que habría que sumar los ocho o diez que no pudieron estar presentes ni en la comida ni en otros momentos del día por problemas laborales, el pequeñísimo grupo al que no pudimos localizar y, cómo no después de tanto tiempo, los ausentes Carlos, Moisés, José Antonio, Ester, Monchi.
Ante estos eventos tiene uno siempre sus nervios, sus reservas, sus dudas. Pero desde el primer momento, en el primer punto de encuentro que tuvo lugar a las 12:00 en la mítica bodega de Pepe el de los Vinos, la sensación fue la de que el tiempo no había pasado, de que simplemente recuperábamos las conversaciones y la confianza que habían quedado suspendidas en junio de 1979 (algunos no nos habíamos vuelto a ver desde entonces). Así fue con Jesús Ángel, Mateos y Marta, con los que configuré el primer cuarteto en llegar. Muy pronto con mi querida princesa y así poco a poco con los que se iban acercando al Pepe, al Ábrego, a la foto delante del cole, al Golf de Nestares donde también las hermanas Torices habían organizado a la perfección la acogida y la colación ...
Está claro que fuimos felices en el Antares, claro también que con el paso del tiempo esos pequeños espacios que se nos fueron extraviando cobran un valor especial, se nos hace evidente que los amigos de entonces, los de la infancia, los del patio del colegio, fueron los primeros y siempre serán los mejores, porque forman parte de nuestra historia privada. Allí con ellos se quedaron los primeros amores, los primeros disgustos, risas y lágrimas, juegos y estudios, pedacitos de vida y de corazón que hoy nos resultan si cabe más entrañables.
No puedo sentir más que agradecimiento por la oportunidad de haber sido niño en Reinosa y en el Antares, gracias a mis padres, a mis profesores. Pero sobre todo gracias a vosotras y a vosotros que poblasteis mi infancia de alegría, que siempre me hicisteis sentir querido, importante, especial. A vosotros que abandonasteis por un día los achaques y las responsabilidades y volvisteis a ser niños y niñas a mi lado, como si lleváramos puesto el uniforme y las mismas ganas de vivir y de soñar que entonces: Elena, Metodio, Orzowei, Marchena, Mateos, Belén, Mariluz, María, Michel, Milagros, Juan Carlos, Gus, Maricruz y Maricruz, Azu, Yolanda y Yolanda, Irene, María Jesús, Ana José, Maribel, Rocío, Marisol, María Jesús, Eva, Luisa, Santi, Jaime, Berto, Daniel, Jesusa, Pedro Antonio, Manolín, Lolo, Maribel, Rosa, Marta, Marián, Jesús, Juanjo, Tito, Nieves, Montse, Jesús Ángel, Ana Belén, Blanca, Elisabet, Carmen, Mamen, Esperanza, Ana Isabel, Angelines, Virgilio. Y cómo no a Yolanda (otra más), a Rosi, a Mariví y a Marisol, a Ana, Geni, Maruja, María José ... en fin, a quienes no pudisteis estar el sábado pero sabéis que sois parte de esta familia bajo la eterna luz de aquella estrella roja.
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