martes, septiembre 09, 2014

LA VISIBILIDAD EN NEGRO SOBRE BLANCO


He comenzado la lectura de los Episodios de una Guerra Interminable, de Almudena Grandes, ese ambicioso y feliz proyecto de contar la Postguerra española a la manera de Benito Pérez Galdós, que con sus Episodios Nacionales quiso narrar en forma de novelas el complejo XIX hispano, por la tercera entrega, Las tres bodas de Manolita. Por casa anda a la espera desde su publicación Inés y la alegría y alguna librería guardará en sus anaqueles el ejemplar de El lector de Julio Verne destinado a acabar en los míos. Pero ya que se trata de novelas independientes, un azar para el que no tengo explicación me empujó a abalanzarme con estas tres bodas y a iniciar hace un par de meses una lectura, mínima, sólo as primeras páginas, que detuve sin ganas para centrarme en mis compromisos con la UIMP y con la Michigan State University que me obligan, oh tortura, a leer.

Se nos va acabando el verano, y con él se nos van acabando esos compromisos, así que vuelvo a empezar el libro y casi como por ensalmo me encuentro devorándolo, masticando las palabras despacio y con placer, sumergiéndome en una historia cuya trama me interesa y cuya traducción al lenguaje de la literatura me fascina. Más, todavía mucho más, de lo que me esperaba de la pluma de esa mujer grande en el apellido, en la ética y en la estética, jovial y cercana, comprometida y con una encantadora y pizpireta rebeldía con causa a la que he tenido la fortuna de tropezarme un par de veces y de leer muchas. Y siento la necesidad de hablar de esa lectura cuando todavía deambulo por la primera sección de la novela, La señorita conmigo no contéis, desde un punto de vista que no sorprenderá a los lectores del blog ni a quienes me conocen personalmente, aunque tal vez no sea exactamente el ejercicio de crónica lectora que otros esperarán.

En estos días pasados se ha hablado mucho y se ha discutido mucho, también en este foro virtual, de visibilidad. De esos armarios pesados, opacos a veces, cristalinos otras, que nos condenaron a ser invisibles a las personas lgtb durante tantísimo tiempo y con tantísimo daño personal y social. La literatura en particular, como en cierto modo la cultura en general, fue siempre un poco menos opaca, permitió asomar como pervertidos, como ridículos, como delincuentes y unas pocas veces con cariño, a esos hombres que aman a otros hombres; casi nunca a esas mujeres que aman a otras. Pero desde un tiempo a esta parte esa excepcional regularidad se ha venido a transformar en una cierta normalidad, esa cierta normalidad que escandaliza a quienes insisten en el poder de los lobbies y se confiesan hartos de vivir en una sociedad en la que al mirar sólo puedes ver maricones. ¡Qué distinta la apreciación de esos maricones que a veces con un brillo emocionado en los ojos de vez en cuando, muy de vez en cuando, pero sin humillaciones gratuitas y en un espejo de normalidad y diversidad social nos vemos retratados en los personajes que recogen esas miradas!

Y es que en Las tres bodas de Manolita también se cuenta NUESTRA historia. Al recoger las memorias de los tiempos de la II República y de la primera y más terrible represión, Almudena Grandes se ha encontrado también, ha decidido contar también, las alegrías y los dolores, las intrigas y los miedos, de nuestros ancestros, de quienes sin vínculo familiar forman parte de esa estirpe de malditos, condenados, raros y rebeldes a la que nos guste o no pertenecemos, esa que ha dado forma en buena medida a quienes hoy somos y a como hoy sentimos, esa que sembró en el viento las semillas de esa libertad que por fin nos ha alumbrado. Aquí, entre las páginas de Almudena Grandes y con protagonismo principal, están Paco Román, llamado El Niño de Bormujos y también Paca, la Palmera, pobre, flamenco y feo además de invertido, el mariquita lleno de plumas y de corazón, que encuentra su peculiar espejo en Antonio de Hoyos y Vinent, aristócrata, sofisticado, gordo y pasado de años, que incorpora el escándalo a su forma particular de hacer la revolución contra la rancia burguesía y que coincide con la Palmera en su corazón generoso y su mano abierta para ayudar a su estirpe de maricas y bolleras. En un segundo plano se nos hacen presentes mujeres lesbianas y mujeres libres, y habladurías que hablan de hermafroditismo y otras formas de ser raros, raros, raritos, de reivindicar su existencia, su presencia (nuestra presencia) en la historia y en los engranajes de la historia grande y pequeña. 

Decía hace algunos años José María Guelbenzu al comentar entusiasmado su lectura de Nadan dos chicos , de Jamie O'Neill (imprescindible), que no hacía falta renunciar a la gran literatura para escribir una historia de amor homosexual. Tampoco hace falta devolver a gais y lesbianas a la inexistencia para que una novela resulte eficaz, potente, creíble. Confieso una tranquila emoción al leer una de esas novelas que jamás podré olvidar, la trilogía de Ramiro Pinilla Verdes valles, colinas rojas cuando me tropecé con personajes homosexuales y pansexuales que participaban de la magia simbólica de tan magnífico texto. Confieso esa misma tranquila emoción al tropezarme, sin esperarlo, con Paco Román, Antonio de Hoyos y toda su red de secundarios en Las tres bodas de Manolita, al explorar su búsqueda de la felicidad, su celebración de los cuerpos, su dignidad contra la exclusión y contra la homofobia criminal que les acechaba antes y después de la Guerra Interminable. Y no puedo evitar sentirme agradecido, en deuda con Almudena Grandes, no sólo porque una vez más entre sus páginas mi tiempo se carga de sentido, porque me ayuda a renovar mi pacto de amor con las letras, sino también porque me ha dejado vivir entre sus páginas, me ha devuelto una parte de mí que es a la vez la dura historia de muchos.

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