Aprovecho la presentación del libro de poemas El subjuntivo errante, de Ramón G del Pomar para echar un vistazo a las mesas y estanterías de la librería La Vorágine, de Santander. Una librería comprometida en la que puedes descubrir títulos que te costaría localizar así de buenas a primeras, sin encargo previo, en otros espacios de la ciudad. Tropezarte con los libros es importante, tiene algo de mágico, los títulos, las portadas son a menudo una invitación que no sabes declinar. Y el libro ¡Esto no es africano! , publicado por Marc Serena en la editorial Xplora era claramente una de esas invitaciones: un viaje por el continente africano a través de los amores prohibidos. Esos amores que son los míos, que siguen cerrando puertas y abriendo heridas a pesar de que hoy y aquí, en el 2014 y en España, seamos sin duda privilegiados, y podamos reducir a la categoría de anécdotas, tristes pero sin más trascendencia, el haber escuchado en nuestros entornos frases que en el libro hubieran sido una condena a la soledad, a la exclusión, quién sabe si un viaje hacia la muerte. Y es que no he podido evitar leyendo algunos de los capítulos recordar aquella conversación íntima en la que en voz baja (así es como se gestiona oralmente la vergüenza, supongo) un pariente me exigía que cuando saliera en los medios de comunicación hablando de mis cosas (por aquel entonces era presidente del colectivo lgtb de referencia en Cantabria) hiciera el favor de especificar mis dos apellidos para que así él no tuviera que sufrir la vergüenza de que le preguntaran si era su hijo. En fin. Para el baúl de los recuerdos, de los malos recuerdos, perdido entre otros que tal vez dolieran en su momento pero que hoy tienen el valor que merecen: ninguno.
Pero estoy escribiendo para hablar del libro de Marc Serena, para hablar de hombres gais, de mujeres lesbianas, de transexuales masculinos y femeninos, de intersexuales en África. En el continente que se muere de hambre, de sida, de miseria pero también de fanatismo. En un viaje que nos presenta mucho dolor, algunas sonrisas amables y heroísmo increíble al que deberíamos prestar oídos y ayuda desde el opulento norte que a veces habla tanto y hace tan poco.
Egipto, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania, Senegal, Cabo Verde, Costa de Marfil, Ghana, Camerún, Kenia, Uganda, Tanzania, Zambia y Sudáfrica, enmarcados por dos besos, el primero, el de una mastaba egipcia en la que se representa la intimidad de dos hombres y el último, el de dos lesbianas en un periódico tras la celebración del Orgullo LGTB en Ciudad del Cabo. Todos esos países como muestra de un mosaico lleno de diferencias pero donde el dolor de ser diferente, de estar fuera de la norma social, de sentir la calle como un peligro constante es otra forma más de fraternidad entre los más desamparados. Creo que tardaré en olvidar el nombre de la abogada Alice Nkom, que se deja la vida en la defensa de los homosexuales cameruneses solo porque siente una profunda pasión por la dignidad y un profundo respeto por los derechos humanos, además de un valor inmenso; el de Edinha y Tchinda, las travestis de Cabo Verde que lloraron la muerte de Cesaria Évora y que me recordaron en estas páginas que todo en la vida es morna, nostalgia, dolor, y que esa morna fue una de tantas cosas hermosas que en su lengua materna, el portugués, trajo Leo a mi vida; las palabras luminosas de la esposa del presidente de Zambia, Christine Kaseba-Sata, un luminoso oasis en un continente lleno de odio, donde muestra su preocupación por la discriminación que sufren los ciudadanos de su país por la orientación sexual o la identidad de género, las de Desmond Tutu o el imán de Ciudad del Cabo Muhsin, musulmán, imán y gay casado abiertamente; el dolor terrible de Gloria, que desde hace años no se atreve a salir de su casa en Uganda…
Aprendo muchas cosas en el libro, recibo mucha información que me invita a reflexionar y que me gustaría poder compartir con esos muros de islamofobia que veo crecer a mi alrededor. Aprendo, por ejemplo, que en toda África las leyes penales contra la homosexualidad proceden de los tiempos coloniales, que en toda África las personas lgtb mejor informadas recuerdan tiempos anteriores en los que el norte musulmán y el sur animista y negro cultivaban una tolerancia mucho mayor que la que se podía encontrar en Europa, una alegría y una esperanza que se fueron extraviando y de las que sólo quedan algunos restos como la costumbre de los matrimonios entre mujeres en algunas etnias de, por ejemplo, Tanzania. Aprendo que el fanatismo religioso no entiende de credos, y que la homofobia criminal se ha ido extendiendo por el norte y este musulmanes de la mano de las interpretaciones más restrictivas y fanáticas del Islam, desde los Hermanos Musulmanes a los Wasabitas, pagados con el dinero fresco del petróleo saudí, de esos saudíes grandes amigos de Occidente y propagadores de odio al por mayor, pero que hunde sus raíces más oscuras y asesinas también en las iglesias cristianas que forman mayorías en países donde las legislaciones son cada vez más represivas e inhumanas, con los pentecostalistas, los evangélicos renacidos en plena furia expansiva con el dinero de los Estados Unidos más extremistas, de los episcopalianos que en África nada quieren saber del aperturismo de su confesión en Occidente, de esos obispos católicos que han provocado innumerables tragedias personales alabando las leyes homófobas e impulsando listados públicos de homosexuales en diferentes países o lo que es lo mismo poniendo a tantas personas en el centro de una diana pública. Aprendo que hay héroes y heroínas, hombres y mujeres que tratan simplemente de vivir y de amar en tiempos y lugares tan oscuros, pero sobre todo que crecen (en buena medida con la santa ayuda de internet) los portavoces de la dignidad, las asociaciones lgtb, los espacios que intentan proteger y dar seguridad a quienes sin duda son hoy los más frágiles entre los desposeídos del continente desposeído. Aprendo que puedo pensar en esos hombre y esas mujeres con esperanza y con gratitud, que gracias a ellos puedo soñar que alguna vez África llegue a ser esa tierra sorprendente y seductora que nos contaba Karen Blixen en el inicio de su Lejos de África, cuando selvas, ciudades, desiertos y sabanas un día lleguen a mostrarse abiertas y hermosas con un arco iris de seis colores detrás de sus perfiles.
Regreso a la realidad después de devorar ¡Esto no es africano! y regreso a mis experiencias y reflexiones personales. Me siento feliz por estar donde estoy, por poder ser quien soy a pesar de algunos dolores que se fueron quedando en la mochila y algunos otros que aún siguen en ella, pero que no tienen punto de comparación con las vidas (dudo si es un exceso incluso utilizar para ellas la palabra vidas) que nos cuenta con un lenguaje ágil, directo y contundente Marc Serena, que nunca quiere ser truculento o tramposo, sentimental, que se limita a exponer lo que escucha, lo que ve, lo que recibe de todas estas historias no siempre terribles y que a pesar de todo nos obliga a exorcizar el dolor de la lectura con alguna lágrima.
Leedlo, por favor. Os va a regalar pedazos de vida, añicos de dolor, perfume de sabiduría. A ritmo de Sodade (ya entenderéis por qué termino compartiendo esta hermosura de Cize).
https://www.youtube.com/watch?v=ERYY8GJ-i0I&feature=kp
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