sábado, septiembre 07, 2013

OBRAS, AMORES Y RAZONES


Cuentan algunos medios que el Papa Francisco, de soltero José María Bergoglio, habría llamado por teléfono a un joven francés para tranquilizarle y afirmar que no importa ser gay para ganarse el cielo. Una llamada que se habría producido tras recibir el Sumo Pontífice una carta en la que el muchacho expresaba su desazón ante la seguridad de acabar por su orientación en el Infierno y le expresaba lo duro que se le hacía continuar siendo católico tras la durísima campaña de la Iglesia gala contra las personas lgtb y su igualdad de derechos durante el pasado proceso de reforma del Código Civil francés para posibilitar el matrimonio entre dos personas del mismo sexo.

Como reguero de pólvora abriéndose camino entre sahumerios se ha extendido el caso, recordando los entusiasmados comentaristas de una noticia que, parece, el propio Vaticano ha negado. Pero que de haber sido cierta vendría a suponer, nos cuentan, un nuevo paso adelante tras esas tibias palabras expresadas a los periodistas durante su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Esas de que él no es quién para juzgar al homosexual. 

En fin ...

Imagino que tras dos papas obsesionados por la homosexualidad, marcados por esa profunda aversión que nos mostrara siempre el cesante inquisidor Ratzinger, y tras la suma de aberraciones que las hordas episcopales y cardenalicias han ido publicando por acá y acullá, cualquier discurso desde la jerarquía católica y desde no pocas de sus bases más movilizadas que no mezcle homosexualidad con pecado, enfermedad, aberración contra la naturaleza, infierno y antros de hombres nocturnos es todo un adelanto. En eso seguramente podríamos convenir, a pesar de que el Papa Francisco, de soltero Bergoglio, atacó con saña la propia condición de gays y lesbianas durante el debate argentino previo a la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Palabras durísimas las de entonces que, siento ser una nota discordante, no vienen a ser rectificadas ni matizadas por las actuales. Y es que de blanco visten las pacíficas ovejas, pero también los lobos disfrazados de cordero. 

De antes y de ahora, así nos lo han recordado algunos epíscopos locales, hay una cierta continuidad en lo que la Iglesia Católica nos cuenta como doctrina oficial sobre la homosexualidad. Una doctrina que tiene como punto de partida la aversión a la sexualidad como una expresión más de la libertad humana, del amor humano, de la comunicación humana, y que con la boca grande proclama nefando cualquier acto carnal que no tenga como diana la reproducción. Y que probablemente odia por eso al homosexual como exponente más claro de quien practica el sexo, manifiesta la afectividad, al margen de su plan de control social y universal a través de un modelo único e inmutable de familia. Modelo único e inmutable que, por cierto, ha sido variopinto y cambiante a lo largo de la historia y que incluso en ciertos momentos y lugares incluye aceptación e incluso institucionalización de las relaciones homosexuales: echen un vistazo a las investigaciones de Boswell y pregúntenle por Santas Perpetua y Felicidad o por San Sergio y San Baco.

El discurso oficial actual, hipócrita hasta la médula, se centra en un juego perverso. Aceptamos al homosexual pero no la homosexualidad, acogemos, toleramos, queremos al homosexual pero no a sus actos. Y por tanto consideramos como casi presentable (insisto, casi presentable: hay órdenes estrictas de que un homosexual no pueda ser ordenado sacerdote por casto e impoluto que sea) al homosexual con una única condición: que se niegue a sí mismo.

Cierto, es característica de la doctrina cristiana esa llamada a la negación del propio ser. Pero al heterosexual no sólo se le disculpa, sino que además se le abren las puertas de una posibilidad real para proyectar su sexualidad. Aunque sea tan pacata y limitada como el matrimonio tradicional, aunque suponga la mirada hacia otro lado desde la seguridad de que en los matrimonios pasan muchas cosas, muchas, que no tienen consecuencias natalicias. Aunque se haga la vista gorda y se permita el matrimonio de quienes no pueden tener hijos. Mientras que al homosexual se le mantiene siempre bajo sospecha.

Recuerdo aquí el llanto de un amigo explicándome que había dado igual que su comportamiento hubiera sido impecable durante años de seminario, que su evidente pluma había supuesto varias reservas y negativas primero que le impidieron ordenarse sacerdote, como quería su vocación, y que concluyeron con su expulsión del seminario en el que tanto sufrió y en el que se dejó tantos años de su vida. Porque al final de cada trayecto, alguien decía algo así como "estoy moralmente convencido de que eres homosexual y no puedo permitir que seas sacerdote". Toma hipocresía. Toma violencia.

Nada de esto se corrige en las blandas palabras de Francisco. El homosexual puede seguir al Cristo de los cristianos católicos siempre y cuando no sea homosexual. Sólo así merecerá nunca respeto pero sí al menos conmiseración, se le "perdonará la vida" bajo una mirada escrutadora constante que aguardará cada día su caída.

Mientras tanto, de red en red, de obispo en obispo, de beato en beato, nos siguen invitando a sus programas de cura, nos siguen ofendiendo, siguen educando a quienes luego nos humillan y nos agreden. Para de vez en cuando mirarnos con suficiencia, por encima del hombro, y con sonrisa beatífica, puede que más insultante y humillante aún que sus injurias, nos digan con la baba complaciente supurándoles por los labios, que nos quieren y nos aceptan porque así se lo manda Dios. Pero que para hacérselo más fácil, nos la cortemos.

Lo siento, Su Santidad. Sigo convencido de que uno solo de esos besos de Leo que tanto añoro, que una sola de las horas que tuve que sangrar cuidándolo, que un solo minuto a su lado, demuestran más amor que toda su hipócrita palabrería. Y si ese amor le condujo al Infierno, es a ese bendito Infierno al que encaminaré mis pasos para arder junto a su ternura por toda la Eternidad. 

2 comentarios:

Amélie dijo...

Regino eres buen defensor de tus ideas y te doy toda la razón...mucha hipocresía, sí...bueno la hay en todos los ámbitos.

BRUNO dijo...

Tras leer este escrito, no puedo sino compadecer a LGTB creyentes.
Debe ser monstruoso querer estar en una organización que te desprecia y estigmatiza. Que te odia.
A veces pienso que ser ateo es, además de una necesidad racional asumida, una suerte.
Saludos solidarios.

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