Tuve estos días pasados la sensación de que había una especie de alianza político-mediática empeñada en realizarle un lavado de cara a la Ministra de Sanidad, Ana Mato, día tras día en bocas y papeles por su peculiar estilo de vida, por tantas noticias e historias como parecen dar forma a ese pasado familiar reciente, al parecer no dan dulce y muelle como el confetti a cañonazos y las visitas a Eurodisney podrían sugerir. Tertulianos, reportajes en El País, encendidas y cariñosas declaraciones de Elena Valenciano, acusaciones de machismo a quien ose criticar a tan señalada dama parecían perseguirme. Olvidando todas ellas algunas precisiones muy relevantes para la salud de un sistema democrático.
Casi todos los análisis que se escuchan inciden en que la responsabilidad penal es intransferible, y que por tanto doña Mato no tiene que ver en lo que haya hecho o dejado de hacer su gürteliano marido. Pero... la responsabilidad penal no es la única, como tampoco son sus consecuencias las únicas.
En efecto, se es penalmente responsable por la comisión de un delito tipificado como tal, en un grado u otro de realización. La responsabilidad penal supone una condena igualmente penal, que será mayor o menor en función de la gravedad del delito. Y en efecto, un juez puede determinar que el familiar que ignoraba las actividades del pariente delincuente no es responsable por las mismas. Aunque, ojo, habría que recordar que conocer las actividades delictivas forma parte de algunos tipos penales. Y que sólo de una forma muy generosa podemos presumir que la señora Mato no estuviera al tanto de lo que ocurría en las finanzas y los lujos de la familia. Al fin y al cabo, es ministra, lleva años como parte del aparato duro y fiel del PP y, si hacemos caso del griterío neoliberal, si está donde está es por sus grandes e incalculables méritos. No sé, a mí no me encaja mucho tanto mérito para lo uno y tan poco interés en lo otro.
Hay otras responsabilidades, relacionadas con la ley, la responsabilidad civil, sobre todo, que obliga a hacerse cargo de los daños provocados y del beneficio impedido, y que poco tiene que ver con estas historias. Aunque por otro lado uno piensa que si quienes la lían desde las instituciones públicas fueran personal y civilmente responsables, con su patrimonio propio, habría más cuidado en general y menos chorizos en particular. Pero esta es otra guerra.
Sí me interesa recordar la tantas veces citada pero casi siempre ignorada RESPONSABILIDAD POLÍTICA. Que, lo siento señores tertulianos y demás familia, no es responsabilidad penal ni tiene relación alguna con la comisión de delitos. En los sistemas democráticos algo más saludables que la actual parodia hispánica, un político, una política, se supone que cuentan con una capacidad y cualificación especiales para el desempeño de sus puestos y, aún más, que en cierto modo son ciudadanos ejemplares. Puede ser llevar a un extremo indeseable y casi casi ridículo, como a veces ocurre, pensar que alguien no esté capacitado para el ejercicio político por haberse fumado un porro hace 40 años, en plena pubertad, o por haber tenido una aventura un tanto tórrida en el instituto, o por haber copiado en un examen. Pero en el otro extremo, más patético y más peligroso es un país, el nuestro, donde da exactamente igual lo que haya pasado antes y, todavía más, lo que pase durante. Haber mantenido relaciones con mafiosos y narcos, haberse beneficiado de la amistad de una empresaria de prostíbulos, haber mentido en el currículo profesional, no haber preguntado el origen de determinado regalo o haber consentido regalos de amigos del alma pueden no constituir delito. Pero no nos ofrecen la mejor imagen ni de la política ni de los políticos ni, sobre todo, del poítico cuestionado.
Ana Mato puede que no sea, probablemente no sea, responsable de un delito, o de un daño patrimonial, que merezcan el pago de una responsabilidad penal o civil. Pero Ana Mato sí es alguien que ocupa una alta magistratura del estado, una alta responsabilidad de gobierno, que parece no haber sabido administrar ni su propia casa, ni esas propias convicciones y valores que al parecer la tienen prisionera de sí misma, ni gestionar su tránsito por la poítica, rodeada de unas amistades peligrosas que ríase usted de la Marquesa de Merteuil. Responsabilidad política significa retirarse de la actividad pública a partir del reconocimiento de que en la propia vida han existido circunstancias, conexiones, anécdotas, viajes, relaciones, que suponen el cuestionamiento por parte de la ciudadanía de la capacidad para gestionar asuntos de mayor gravedad y calado. E indudablemente puede que no quisiera, no supiera o no pudiera doña mato preguntar por coches y viajes. Pero ese silencio, esa falta de curiosidad y de criterio, esa cercanía al error es, precisamente, la que exige que Ana Mato, y tantos otros, asuman una responsabilidad y de una vez por todas den ejemplo.
Hasta que no seamos duros, puede que extremos, con la responsabilidad política en este país, poco, más bien nada, podemos esperar de la política o del sistema, poca esperanza de regeneración alguna. Así que tendría que ir corriendo la lista. Una lista en la que sin duda, y no por machismo ni por tontería alguna, doña Ana Mato se encuentra por deméritos propios.
Hay otras responsabilidades, relacionadas con la ley, la responsabilidad civil, sobre todo, que obliga a hacerse cargo de los daños provocados y del beneficio impedido, y que poco tiene que ver con estas historias. Aunque por otro lado uno piensa que si quienes la lían desde las instituciones públicas fueran personal y civilmente responsables, con su patrimonio propio, habría más cuidado en general y menos chorizos en particular. Pero esta es otra guerra.
Sí me interesa recordar la tantas veces citada pero casi siempre ignorada RESPONSABILIDAD POLÍTICA. Que, lo siento señores tertulianos y demás familia, no es responsabilidad penal ni tiene relación alguna con la comisión de delitos. En los sistemas democráticos algo más saludables que la actual parodia hispánica, un político, una política, se supone que cuentan con una capacidad y cualificación especiales para el desempeño de sus puestos y, aún más, que en cierto modo son ciudadanos ejemplares. Puede ser llevar a un extremo indeseable y casi casi ridículo, como a veces ocurre, pensar que alguien no esté capacitado para el ejercicio político por haberse fumado un porro hace 40 años, en plena pubertad, o por haber tenido una aventura un tanto tórrida en el instituto, o por haber copiado en un examen. Pero en el otro extremo, más patético y más peligroso es un país, el nuestro, donde da exactamente igual lo que haya pasado antes y, todavía más, lo que pase durante. Haber mantenido relaciones con mafiosos y narcos, haberse beneficiado de la amistad de una empresaria de prostíbulos, haber mentido en el currículo profesional, no haber preguntado el origen de determinado regalo o haber consentido regalos de amigos del alma pueden no constituir delito. Pero no nos ofrecen la mejor imagen ni de la política ni de los políticos ni, sobre todo, del poítico cuestionado.
Ana Mato puede que no sea, probablemente no sea, responsable de un delito, o de un daño patrimonial, que merezcan el pago de una responsabilidad penal o civil. Pero Ana Mato sí es alguien que ocupa una alta magistratura del estado, una alta responsabilidad de gobierno, que parece no haber sabido administrar ni su propia casa, ni esas propias convicciones y valores que al parecer la tienen prisionera de sí misma, ni gestionar su tránsito por la poítica, rodeada de unas amistades peligrosas que ríase usted de la Marquesa de Merteuil. Responsabilidad política significa retirarse de la actividad pública a partir del reconocimiento de que en la propia vida han existido circunstancias, conexiones, anécdotas, viajes, relaciones, que suponen el cuestionamiento por parte de la ciudadanía de la capacidad para gestionar asuntos de mayor gravedad y calado. E indudablemente puede que no quisiera, no supiera o no pudiera doña mato preguntar por coches y viajes. Pero ese silencio, esa falta de curiosidad y de criterio, esa cercanía al error es, precisamente, la que exige que Ana Mato, y tantos otros, asuman una responsabilidad y de una vez por todas den ejemplo.
Hasta que no seamos duros, puede que extremos, con la responsabilidad política en este país, poco, más bien nada, podemos esperar de la política o del sistema, poca esperanza de regeneración alguna. Así que tendría que ir corriendo la lista. Una lista en la que sin duda, y no por machismo ni por tontería alguna, doña Ana Mato se encuentra por deméritos propios.
3 comentarios:
Eso es una utopía que por ahora en esta España no va suceder. Y creo no equivocarme al pensar cuanto más sinvergüenzas son más votos reciben, Valencia es el ejemplo más lacerante.
Muy de acuerdo con María 1462.
Uno de los grandes problemas es la absoluta falta de cultura democrática en este país, del que hace poco leí que un caso grave de corrupción restaba aprox. un 8% de votos, y eso en el mejor de los casos.
El otro es la absoluta impunidad con la que esta banda de canallas ha conseguido blindarse ante una Justicia no ciega, sino "tuerta". En el peor (para "ellos") de los casos les queda el indulto, que es usado sin un solo atisbo de vergüenza. Una mano lava la otra.
Todo este tinglado no admite "reformas".
Es imprescindible borrarlo del mapa y retomar aquello de la "Ruptura", está visto y comprobado que la "Reforma" no ha funcionado sino para la vieja casta y los "agregados" de presunta izquierda.
Saludos.
No, si yo también estoy de acuerdo con vosotros, ay.
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