viernes, febrero 15, 2013

PFLÜGER, ESE MISERABLE




Ayer, en ese mismo 14 de febrero en el que tantas parejas y tan diversas de todo el mundo vivían la disculpa oficial para renovar sus votos amorosos y circulaban flores, y bombones, y corazoncitos de trapo. Ayer, en ese mismo 14 de febrero en el que, reunido en la ciudad de Springfield, el Senado del Estado de Illinois daba luz verde al matrimonio entre personas del mismo sexo. Ayer, en ese mismo ayer, aprovechaba ese viejo conocido de la miseria humana, periodista de Intereconomía, no les digo más, que es Juan E. Pflüger, para vomitar su odio en las redes sociales.

Saben que han perdido la guerra, estos matones baratos de patio de colegio que habrán crecido, seguramente, agrediendo a sus compañeros al grito de ¡maricones! saben que han perdido la guerra. Que no hay camino de retorno a su viejo mundo de infamias en el que tal vez por ser más macarras que la media experimentaban ante el espejo la falaz ilusión de ser alguien, a ese mundo en el que podían excluir, insultar, a quienes no eran como ellos, a quienes no sentían como ellos, a quienes eran capaces de ver más allá de los lugares comunes y de las normas fanáticas de una Santamadre que se creía con derecho sobre la vida, el amor y la muerte de cada persona. Sí, de vez en cuando ganan alguna batalla, como la que acabó por avergonzar a un Estado de tradición abierto y vital como California. Pero es una ilusión fugaz, que además les obliga a aliarse y sentirse parte de aquellos a los que odian casi tanto como a los viciosos maricas (las lesbianas, se hace necesario recordar, no existen para estas mentes viscosas más allá del cine porno): los moros y los comunistas y excomunistas totalitarios. La homofobia hace extraños compañeros de cama.

Están enfermos, tipos como el Pflüger este transitan por el mundo infectados por el odio. Obsesionados por la imagen de dos hombres que se profesan mutuo amor. Se levantan cada día asqueados, agredidos, sucios de un mundo que a pesar de tantos pesares prefiere apostar por la diversidad, por el color, por la vida, por el amor, que por la grasa oscura que les envuelve haciéndolos resbaladizos, repugnantes, para una sociedad a la que no saben pertenecer, al modo del idiota griego, y que desde luego no les quiere. Y tratan de escupir esa obsesión cada día, tengan o no tengan disculpa o pie teatral. Porque como el matón, adoran provocar, convertirse en el centro de atención, presumir de cuánto enervan a ese inventado lobby rosa al que convierten en responsable de casi todos los pecados del mundo.

Embisten porque a pesar de todo, a pesar de que no merezca la pena prestarles esa atención que reclaman con insistencia morbosa , hacen daño. Hacen daño cuando una vez más te les tropiezas por maldita casualidad y ves cómo tratan de animalizarte, de cosificarte, de acorralarte, de arrebatarte la propia condición humana y negarte derechos, vida y emociones. Cuando tratan de cuestionar tu amor y convertirte en pura masa de carne. Hacen daño porque de nuevo te sientes obligado a explicarte, a justificarte, de nuevo recuerdas los largos meses al lado de tu compañero, recuerdas las sonrisas abiertas del primer encuentro, recuerdas su mano enredándose en la tuya, los primeros besos, las primeras bromas compartidas, los primeros desencuentros, la familiaridad creciente, el momento en que te das cuenta de que ya sabes acertar con su talla y sus gustos para darle una sorpresa, las broncas y las disculpas, las primeras almejas de Pedreña a la sartén bien acompañadas por un Rias Baixas, el aniversario en El Serbal, las calles compartidas de París o de Lisboa. Recuerdas, claro que sí, los cuerpos enredándose y aprendiéndose y otorgándose el derecho al placer cómplice. Porque la sexualidad y el goce nos hacen humanos también, más humanos. Y me pregunto otra vez qué es lo que no comproenden, lo que no quieren comprender estos heraldos de la tristeza. Recuerdo la enfermedad, los meses a su lado viéndole consumirse, luchar con fuego contra la mirada apagándose, le recuerdo dulce y resignado al saber que no había vuelta, le recuerdo con su cuerpo ya casi inexistente cayendo contra el mío una madrugada y muriendo en mis brazos. Y me pregunto qué tipo de hijo de la gran puta es capaz de confundir amor y vicio sólo porque no éramos como dicen con ese humor barato que tanto les gusta Adán y Eva sino Adán y Esteban.

Sí, saben que hacen daño, que nos roban unos minutos de vida. Puede que se crean que en la guerra perdida ese dolor que causan es una escaramuza ganada. Pero ya ni siquiera esa victoria mínima les cabe. Provocan la herida como lo hace el insecto venenoso, un mordisco pasajero, provocan aburrimiento y bostezos. Y contra lo que esperan, no nos dan sino armas. Porque nos recuerdan que venimos de la injuria, que nos reconocimos por primera vez en los insultos, tal vez en los golpes de ratas como ellos, que aprendimos a ser, a caminar con la mirada alta entre el desprecio de los verdaderamente despreciables. Nos recuerdan que queda trabajo, queda combate, queda dignidad por ganar porque los miserables apestan desde la sombra, buscando el momento de asestar otro golpe. Que no podemos bajar la guardia, y puede que no podamos ni debamos rendirla nunca.

Nos recuerdan, en fin y gracias, los versos del maravilloso poema de José Hierro: "¿Qué sabrá ese tahúr, ese amargado, lo que es amor?"

3 comentarios:

Maria1462 dijo...

Mucha sensibilidad hay en este escrito, emociona mucho ver que todavía hay gente con sentimientos. En esa especie de amoral y verborrea que unos pocos (por suerte)tienen, les da por escupir sus pensamientos más oscuros y necios, me gustaría que su Dios les premiase con hijos gays que vayan demostrando al mundo abiertamente su condición sexual que sus padres niegan.

Cycni dijo...

Una vez escuché a un homófobo argumentar tontamente(como suelen hacer las personas necias e intolernates) que si su padre hubiese sido homosexual, él no hubiese nacido. Yo me respondí a mí mismo en mi mente que ojalá su padre hubiese sido homosexual, pues tendríamos un homófobo menos que despotricara tan estúpidamente.

Casos como este me dan pena, pues estas personas viven ancladas todavía a unas ideas que no se corresponden con los alcances logrados por siglos de pensamiento en torno a estos asuntos de igualdad y equidad, del respeto por la difeerencia. Estas personas que no toleran los sentimientos de las otras personas y creen que sólo lo que ellos experimentan pueda llamarse amor, lo que demuestran es que en realidad no tienen idea de lo que es este sentimiento. El amor, un amor auténtico, no tiene porqué genitalizarse y responder a los criterios de una Iglesia con graves errores históricos. Hay que ver la historia de los Papas y darse cuenta de que es muy macabra y supera a la ficción más ocurrente.

Eso de asegurar que el amor entre dos hombres es sólo vicio es una posición dogmática sin fundamento. Es una visión moralina de corte clerical. Me imagino que este sujeto considera que el amor no heterosexual se basa en el puro acto de fornicar obsesivamente con cuanto sujeto exista. Y todavía esto último no me parece del todo inmoral, puesto que cada quien es libre de asumir su sexualidad como le plazca. Lo que me parece inmoral es, por ejemplo, que muchas personas que portan VIH y saben de su enfermedad infecten a sabiendas y con premeditación a sus parejas.

BRUNO dijo...

¿"Pflúger"?. Como "Tertsch". ¡Vaya colección de genuinos "periodistas" con apellido alemán (del III Reich) que escriben por aquí en los medios informativos ultraderechistas!.
Aún estando totalmente de acuerdo con lo que has escrito, yo me atrevo a pensar que ese tipo de obsesiones sobre la sexualidad ajena -estoy convencido de que de "AMOR" no entienden NADA en absoluto-, vienen dadas por una homosexualidad reprimida que les frustra hasta lo indecible.
Pienso que a nadie en su sano juicio le puede preocupar a quién ama (y menos con quién se acuesta)el prójimo, luego esas fobias y obsesiones vienen de represiones sexuales del que las manifiesta.
Es una teoría personal, pero cada vez estoy más convencido de ella.

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