Regresar a los libros que leímos, bucear de nuevo en páginas ya conocidas y quién sabe si a medias olvidadas, significa con los grandes títulos y los grandes autores inventar una fábula nueva, tan diferente de la ya explorada como diferente se habrá vuelto nuestra vida y mayor nuestra bolsa de las experiencias.
Leí La Colmena cuando era apenas adolescente, en aquella voracidad lectora que me arrastró a textos para los que no estaba suficientemente capacitado pero que aún así hieron diana en mi memoria. Y he regresado este verano a la gran novela de Cela después de incorporar al temario de Introducción a la Literatura en Lengua Española que impartí a los estudiantes de la Michigan State University una sección sobre la narrativa española de la Posguerra. Un encuentro otra vez sorprendente con el exquisito lenguaje de Cela, con su magistral capacidad para relatar y describir en unas pocas imágenes exactas y afortunadas todo un paradigma, todo un tiempo, todo un universo doloroso y oscuro. Un viaje entre derrotados festejados como espectros vivientes, a veces con ácida violencia, a veces con indiferencia oscura, pocas veces con cierta ternura.
Se me había pasado por alto, puede que simplemente no recordara al personaje o no me hubiera llamado tanto la atención, el gitanillo que canta flamenco a la puerta de los bares. Terrible imagen de una infancia maltrecha y perversa. Y más por el cine de Camus que por la novela de Cela tenía apenas vaga idea de La fotógrafa y de Astillita, los dos homosexuales que recorren entre el miedo, la culpa, la tristeza y la necesidad la noche madrileña.
Hay otras referencias veladas en la novela a los mariquitas, invertidos y afeminados. Desde el dependiente que al caminar "mueve el culito", al opositor a notarías que "fuma rubio, como una señorita", o a la copla hiriente que canta el gitanillo :
Estando un maestro sastre /cortando unos pantalones, /pasó un chavea gitano /que vendía camarones. /Óigame usted señor sastre, hágamelos estrechitos/ pa que cuando vaya a misa/ me miren los señoritos.
Nos imaginamos a Suárez La Fotógrafa a través de los esquemáticos trazos de Cela como un maduro frívolo, pusilánime, inmaduro, irresponsable, atado a las faldas de mamá pero incapaz de tomar decisiones. Un pobre hombre de ascendencia poco recomendable (su madre fue cabaretera) y esclavo de su pasión por un chulo vividor y vago, Astillita. Vive sin más, camina perdido como otros personajes por un Madrid que no entiende y que no le entiende, unas calles que le excluyen y una sociedad que le señala con el dedo y que murmura a sus espaldas. Puede que viviera un tiempo más alegre, más acogedor, en algunos espacios algo más libres que propició la República. Y que por eso mismo su derrota fuera doble y permanente. Para sus vecinos, para la policía, basta saber que Suárez es invertido para convertirle en criminal seguro ante cualquier situación (como las necias afirmaciones de Acebes cuando perfiló un retrato de criminalidad objetiva ante una mujer lesbiana que luego resultó ser inocente), ante el asesinato de su propia madre.
Un maricón, un personaje detestable al que sin embargo Cela reviste de cierta ternura irónica en algunos trazos. Cuando nos deja entrever su vitalidad, su optimismo, tal vez irresponsable, y su capacidad para caminar pluma en ristre por el áspero Madrid de la Posguerra. O cuando escribe, a la salida de Suárez del Café de doña Rosa "Alguien lo sigue con la mirada hasta que se lo traga la puerta giratoria. Sin duda alguna, hay personas que llaman más la atención que otras. Se les conoce porque tienen como una estrellita en la frente".
Astillita, no sabemos bien si acompañante ocasional, novio o chulo de La Fotógrafa, aparece retratado con trazo más grueso. Pero no deja de ser un pobre hombre, sin educación, áspero, que contrasta por su rudeza con el ligero movimiento de Suárez, y que a pesar de sus esfuerzos por mantener la masculinidad, por no ser tratado en femenino, viste con la misma llamativa discreción de un pavo real ("barbián con aire achulado corbata verde, zapatos color corinto y calcetines a rayas"). Puede que aparentando ser el único hombre en el mundo que no sabe que él es marica. No soporta las alusiones maledicentes de los serenos y es capaz de revolverse y amenazarles cuando se dirigen a su acompañante como una dulce Margarita Gautier adornada con camelias rojas. Pero es al mismo tiempo dulce y detallista con su Fotógrafa. Una víctima, diferente de Suárez sólo en su mirar de moro y en que no se resigna a seguir siéndolo.
Años después, cuando tantas cosas han cambiado en nuestro país pero se imponen nuevas formas de discriminación, y no es bien recibido un marica viejo, o se reniega de los evidentes y los plumas, me pregunto qué pudo pasar con Suárez "La Fotógrafa" y Pepito "El Astilla". Ya con cierta edad en los tiempos narrados en la novela de Cela, suficiente como para no esperar que hayan llegado a vivir otra vida más digna. ¿Serían acosados, golpeados, detenidos? ¿Mil veces vejados por la policía o por los viandantes ante el asentimiento cómplice de un Madrid enfermo? ¿Serían internados en un campo de trabajos forzados tras la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes o la promulgación de la Ley de Peligrosidad Social? ¿Serían víctimas después de ser víctimas?
Sí. Hoy muchos renegarían de estos dos maricones viejos. De sus escapes de aceite, tan evidentes, que al parecer darían poca seriedad, poco prestigio, mala publicidad a otros homosexuales obsesionados ahora por pasar desapercibidos y absorbidos.
Pero releyendo La Colmena se me viene a la cabeza qué hubiera sido de nosotros, cuántos años más tendríamos que haber esperado para levantar la cabeza, si Suárez y José, y a su lado muchas otras fotógrafas y astillitas no hubieran recorrido España haciendo de su marginalidad, de su dolor, la victoria de luz de una estrellita grabada en su frente.
4 comentarios:
La cabeza bien alta...como la dignidad.
Es lo que recomiendo para todos mis amigos, aunque nunca los haya visto.
La Colmena...reconozco, de manera humillante, que no la he leído.
Prometo cambiar al respecto.
Firmado:
Una inculta.
Mi novela preferida que toca el tema de la postguerra es “Tiempo de Silencio”, de Luis Martín Santos.
La tristeza de aquella época queda bien reflejada.
Me parece magnífico lo que has escrito. Me ha gustado mucho.
Gracias!.
Ágata, ya verás cómo disfrutas de semejante pedazo de texto, y cómo te gusta para lo de la mirada alta el pasaje de la estrellita en la frente :)
Antonio, es otra novela que estoy obligado a releer: me la leí para el COU, no te digo más. Sobre el tema de la visión sobre los homosexuales en la narrativa de la dictadura, estoy buscando en una especie de novela-panfleto-bestseller, porque tengo recuerdos de otro personaje, creo que un médico: la trilogía de Gironella.
Bruno, muchas gracias a ti por estar siempre tan pendiente de este blog. Un abrazo.
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