Casi se me termina mayo sin haber escrito la habitual columna en recuerdo de quienes se levantaron en el Bar Stonewall de Nueva York y abrieron una puerta para la libertad que en pequeños pero constantes sorbos se va desbordando.
No es fácil este junio, no ha sido fácil este 28 de junio. Porque está siempre viva la memoria del amor ausente, y la visita a la gran fiesta reivindicativa de Madrid fue una de las asignaturas pendientes, una de tantísimas asignaturas pendientes.
Sigo escuchando las voces que reclaman la normalidad, la asimilación, como única respuesta. Y sigo prefiriendo luchar por una tierra y un tiempo en los que podamos ser según nuestras vidas, nuestros deseos, nuestros sueños nos pidan, diversos y libres. Sigo escuchando las voces que se preguntan por qué celebramos una fiesta a la que llamamos Orgullo y casi me enfado recordando el silencio, la vergüenza, la oscuridad, el frío, el dolor, el armario de tantos hermanos y hermanas a lo largo de tanto tiempo. Y reclamo otra vez mi derecho a levantar la cabeza y sentirme orgulloso de haber sido capaz de enfrentarme a fantasmas y convenciones, de haberme quitado las máscaras y haber aprendido a caminar sobre otras seguridades en las que no tienen cabida quienes prefieren mirar hacia otro lado, quienes mastican su odio o su asco y tratan de escupirnos su miseria. Pero eso no me sacia. Y necesito buscar a Leo, buscar en Leo, para apoyar mi orgullo en su vida y en su fuerza.
Leo dio la cara muy joven. No le resultó fácil y sé que sufrió. Pero fue valiente, siempre valiente. Y fue capaz de salir adelante, de consagrarse al amor allí donde lo encontró, de no rendirse nunca. Leo llegó un día para derramar su sonrisa implacable sobre la crueldad de abril. Y estuvo conmigo en el Orgullo de 2009 y el de 2010. Cómo olvidar al Leo del año pasado, apenas recuperado de la operación en la que le extirparon el tumor, delgadito, consumido, y sin embargo con ganas de ponerse su camiseta y ser el color violeta del pequeño gran arco iris humano que hicimos ondear delante del rancio ayuntamiento de Santander, ese arco iris que nunca ha tolerado en "su" fachada De la Serna. Leo reía, respetaba, de pronto desplegaba un abanico y se tropezaba con la luz que hacía relucir más que nunca la estrella de su camiseta Piensaenpiés, Leo se implicaba en ALEGA, y llevaba su preciosa mirada alta, siempre alta. A pesar de que el dolor de otro tiempo le hacía ser prudente y discreto en el trabajo, y no mezclar vidas hasta que no fue estrictamente necesario y se le escapó la capacidad para controlar sus espacios. Leo orgulloso, que me saludaba en las calles del viejo Santander con un beso, Leo feliz rodando un pequeño video actuando con impostada pluma ante el letrero del embarcadero de Pedreña que rezaba "Peligroso caminar con tacones".
Miro hacia mi interior, hacia mi memoria, hacia el abismo que me puebla y encuentro de nuevo fuerzas para proclamar en junio que soy gay y que estoy orgulloso. Estoy orgulloso de haber amado a Leo, de haber sido capaz de luchar y de no perder la esperanza cuando parecía imposible que llegáramos a estar juntos. Orgulloso de que me permitiera compartir con él tantos meses, días, horas, segundos maravillosos, de que eligiera dormir abrazado a mí y no a otro. Orgulloso de haber podido hacer reales algunos de sus sueños, y de entre todos ellos el de haber hecho real ese París que adoraba. Me siento orgulloso de haber encontrado fuerzas cuando me estaba derrumbando para que no estuviera solo, para cuidarle, de haber tenido en todo momento su lección de fuerza, su apuesta por la vida, esa seguridad firme en que ganaría la partida al maldito cáncer. Orgulloso de haber resistido la última noche sin llorar, con su mano en la mía, de haber sido capaz de estar allí cuando intentó levantarse, de que no se muriera solo y encontrara el final en mis brazos.
Escucho y veo estos días tantas mentiras, tanta ignorancia, tanto odio que a veces flaqueo y dudo de que la batalla pueda estar siquiera avanzada. Pero recuerdo a Leo, me dejo iluminar por su mirada libre y creo, sí de verdad creo, que el esfuerzo ha merecido, merece, merecerá la pena. Porque Leo me quiso y yo le quise, y sólo su amor basta para empujarme hacia el futuro después de que, parafraseando a Wilde, una vez nuestras vidas se cruzaran y durante un instante se tocaran nuestras almas.
Orgulloso, sí. Orgulloso de la rabia, de la vida, del fuego, del amor, del tiempo, de la juventud, de la pasión. Orgulloso de Leo.
4 comentarios:
Una vez más has empleado el lenguaje para permitir unirte a un canto de amor, recuerdos, denuncia y solidaridad. Una base de piedad que se convierte en palabra.
Deseo que lo que acabas de escribir lo puedan leer los que a través de retorcidas emociones y patologías agreden al que nada en otra dirección.
Y nosotros orgullosos de tí, por haber sabido vivir.
Casi había olvidado (¡noooooooooo ;-)!) lo bien que escibes y tu enorme capacidad para emocionarme.
Yo también me sentiría orgullosa... Y cuántas tonterías se dicen todavía, cuántas... Y cuánta tibieza se marcan algunos en la defensa de este desear y amar libremente que os han obligado a convertir en causa. ¿Cuándo comprenderán que tu amor es tan bueno como el mío? No tan legítimo, tan posible o tan real, ¡caray!, sino tan bueno.
No sé si la virtualidad contribuye a ello, pero todavía me cuesta creer que Leo se haya ido, ese Leo cuyas frases furibundas transcribías en molinos, ese Leo valiente y apasionado...
Mi sonrisa de hoy va por él y por ti. Sonrisa orgullosa.
Elena
Él estaría orgulloso de ti. Cariños.
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