La intervención del anterior alcalde de Santander, intelectual reconocido, experto lector y perito en crítica literaria, consiguió (con la ayuda de los concejales de su equipo de gobierno, entre ellos el actual regidor y algunos de sus munícipes) agraviar al escritor Álvaro Pombo al tejer todo tipo de estratagemas para evitar que le fuera concedida la Medalla de Oro de la ciudad y conseguir, finalmente, que el autor de "Donde las mujeres" rechazara la de plata finalmente concedida, muy enfadado y con toda la razón.
No parece que vaya a ser ese el destino de la propuesta de un grupo de personas vinculadas a la cultura y la universidad cántabras, que han solicitado al Ayuntamiento la concesión de la Medalla de Plata de Santander para Manuel Arce. Una propuesta que desde el principio ha contado con el acuerdo y aval de los grupos políticos y que, suponemos, andará ahora en pertinentes trámites.
No soy, no puedo ni quiero serlo, objetivo en cuanto a Manuel Arce ataña. Mis primeros pasos en la poesía han contado siempre con la cercanía de Manolo, que estuvo en el jurado que me otorgó el Premio de Poesía Joven "José Hierro", que creó, inspiró e igualmente juzgó más adelante el Premio de Poesía Consejo Social. Pero que sobre todo ha sido siempre, desde esos primeros momentos, una presencia cordial, cercana, amable y generosa, una sonrisa constante. He disfrutado de su compañía y de la de su esposa Teresa tantas veces, he aprendido tanto de su sabiduría y de su memoria, que para mí la previsible concesión de la Medalla de Plata de Santander tiene el dorado y luminoso sabor del oro.
No sé cómo habría sido la historia cultural de esta ciudad posible sin la presencia, la huella y el entusiasmo constante de este nativo asturiano llegado a Santander en los felices años de la infancia. No sé cómo habría sido, pero sin duda habría adolecido de mayor pobreza. Su librería y galería Sur llegó a ser un espacio de referencia en las artes contemporáneas hispanas en los años del franquismo, un oasis en el que los nuevos lenguajes, los nuevos y más sobresalientes nombres presentaban su obra en Santander y abrían muchas colecciones privadas que todavía hoy continúan creciendo. Una apuesta importante que ya mereció homenajes en el aniversario de su creación, entre ellos el que le rindiera el Reina Sofía de Madrid. También fue mostrador discreto y amable en el que conseguir los libros prohibidos que Pancho Pérez importaba de las Américas a través del puerto de Santander.
Su pasión por la literatura le hizo formar parte primero, como ejecutivo junior, de la experiencia tan mitificada de la revista Proel, y finalizada la empresa, muñidor único de una nueva revista literaria, La Isla de los Ratones, que se convirtió en crisol de voces esenciales y página abierta para nuevas plumas, tanto en los años de la revista como en los que siguieron ya como colección de libros. Esa misma pasión fue la que le permitió construir muchos buenos poemas, recientemente recuperados por Icaria, y algunas novelas que tuvieron cierto éxito, bien escritas, comprometidas con la estética social imperante, y que todavía hoy se leen con agrado y consciencia de calidad: Testamento en la Montaña, Anzuelos para la lubina, Oficio de muchachos...
La madurez le llegó con ese punto escéptico y cansado que sin embargo encontró siempre tiempo para continuar ofreciendo oportunidades para nuevos aventureros de la prosa y del verso. Y creo que todos los que hemos nacido y sobrevivido en las últimas promociones, los últimos certámenes, sabemos que Manuel Arce ha estado siempre ahí, al lado, abriéndonos puertas, tejiendo proyectos en los que siempre se acordaba de reservarnos algún espacio. Con esa generosidad que no siempre se encuentra y que en Manuel Arce brotaba y brota a borbotones.
Mérito también las esperadísimas y extensas memorias recientemente publicadas por Valnera, que se constituyen en un testimonio único y riquísimo sobre la vida de Santander en la segunda mitad del s.XX, sobre todo en sus dimensiones culturales. Y cómo no su compromiso cívico que plasmó de manera más visible en su candidatura por el Partido Socialista de Cantabria - PSOE al Ayuntamiento de Santander. Una aventura que no llegó al puerto deseado y que nos dejó con la sensación de habernos perdido, seguro, a un gran alcalde.
No tengo claro que pueda existir en algún lugar el paraíso, ni cuál pueda ser la forma que adopte. Pero sin duda, ha de ser tan apacible y entrañable como una noche de agosto en la terraza de Manolo y de Teresa tomando un vinito frente al mar junto al matrimonio anfitrión, y acompañado por Pepe Hierro y Angelines, por Víctor García de la Concha y por Ana de la Robla. Hablando más de lo humano que de lo divino y dejando que el tiempo pasara entre palabras y sonrisas.
Es posible que no haya una forma real de devolver, de agradecer, a Manuel Arce cuanto ha trabajado en esta ciudad del norte que eligió mirar hacia el Sur. Pero la Medalla de Plata de la ciudad puede ser un buen comienzo. Sobre todo porque va acompañada de la gratitud, el afecto y la admiración de muchos hombres y mujeres de los que transitamos por Santander.
3 comentarios:
Aplaudo la concesión de la medalla y la entrada que has puesto. Sólo una pega a tu texto, la F de franquismo.
Pues tienes toda la razón, y mira que siempre uso la minúscula para hablar de lo que fue mezquino. Ahora edito y cambio, gracias.
Oros o platas, qué más da... Lo que importa es el reconocmiento y el afecto.
Besos desde el recuerdo.
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