Andábamos de mediodía dominguero por el reactivado Río de la Pila cuando entramos en la mítica Tienduca. El plan era tapita y cañas pero nos sorprendió la presencia de Marcos Bárcena y Miguel Cadavieco, armados de guitarra, rabel, música tradicional, humor a raudales y sabiduría escénica para hacer de ese intrascendente trece de junio un día sencillo y memorable.
Nos ofrecieron algunas piezas elegidas del romancero tradicional de Cantabria, divertidas coplas de rabel en las que Cadavieco lució sus dotes para la improvisación de coplas frescas y oportunas, melancólicas tonadas campurrianas, algún aire de danza y ya en territorio del adiós esa habanera mágica que el bueno de Chema Puente le dedicara a su ciudad, no a la estirada, a la que vive de espaldas a la memoria y a la vida, sino a la llena de voces, de trabajo, de mar, de hombres y mujeres esforzados. Esa pequeña joya de creación actual pero sonidos de alma que tituló "Santander, la marinera".
Se me ocurrió pensar mientras la escuchaba y la acompañaba en la delgada línea que separa la tradición y la creación personal. En las relaciones íntimas que mantuvieron los grandes compositores con los aires de sus pueblos y sus tierras (recuerdo que el añorado Juanjo Mier comentaba que se hizo músico de niño, cuando escuchaba a su madre cantar tonadas asturianas mientras tendía), así como la atención que el pueblo prestó a la llamada música culta, esa atención que permitió incorporar al bagaje popular instrumentos, ritmos y modos. Y es que son muchas las melodías que los compositores de la gran música tomaron prestada de la popular, y no pocas las que con firma y apellidos acabaron formando parte del acervo popular. ¿Cómo imaginar nuestro paisaje sonoro sin el Va pensiero de Verdi o la Oda a la alegría de Beethoven?
En su camino certero hacia el corazón de la música, en las horas invertidas en descubrir y comprender, Chema Puente ha conseguido lo que no tantos alcanzan. Regalar una obra propia al pueblo del que surgió, a la memoria colectiva que hará, tal vez, que un día se olvide al hombre, pero nunca al alma que se dejó en las palabras y las notas.
Y es que pone los pelos de punta constatar como cada vez que un grupo interpreta la dulce habanera, son más los santanderinos y santanderinas que se unen en coro para susurrar "Santander, la marinera, es la que más quiero yo, la que tiene azul el alma y al viento su corazón. La que crió a Sotileza, la del hablar cantarina, en el tendal ropa blanca y un jilguero en el balcón".
Gracias, Chema.
4 comentarios:
Excelente músico popular y aún mejor persona.
Preciosa canción la que dedica Chema Puente a Santander.La aprendí con 10 añitos en el cole y aún la recuerdo integra aunque confundiendo el orden de las dos últimas estrofas.Tengo por ahí una cinta en la que unos 28 niñ@s la "entonamos" para la radio.Y en el 20 aniversario no pude evitar emocionarme al escucharla en voz de algunos de mis antiguos profes.Muchas gracias por hacerme volverla a escuchar.Un saludo
Si es que pasar por las manos de Víctor tiene esas cosas, María :)
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