sábado, marzo 08, 2008

LOS CUENTOS QUE NOS CUENTAN
Hoy es 8 de marzo, Día de la Mujer. Y me viene a la memoria una breve conversación, hace dos o tres días, con un amigo. El origen, un titular de la prensa local ("Vamos a cambiar los cuentos") que venía a resumir las intervenciones y debates del Foro de Feminismo que por estas fechas organiza la Dirección General de la Mujer del Gobierno de Cantabria. La reacción de mi amigo, no sospechoso de machismo pero tal vez tampoco consciente de cómo ciertas estructuras culturales se nos aferran al cerebro, fue la de ridiculizar el titular y plantear que con posturas así, que bien poco hacen por la igualdad de las mujeres, no era de extrañar que se hicieran chistes y bromas contra las feministas. Por diversas razones, no fue posible iniciar una conversación que hubiera sido necesaria así que empleo el ocho de marzo del Santander posible para compartir algunas reflexiones sobre cuentos, lenguaje, visibilidad, igualdad y poder simbólico.
El lenguaje no es una institución neutra ni inocente. No surge por casualidad, sino por la intervención de muchas personas, mucho tiempo y muchas construcciones culturales que le otorgan unos rasgos definidos. La multitud de adjetivos que en los lenguajes esquimales sirven para diferenciar matices de blanco que en nuestro lenguaje son imposibles, la inexistencia de negaciones rotundas o insultos en lenguas andinas donde las duras condiciones de vida hacen que sea más recomendable no exaltar los ánimos del vecino, son dos ejemplos que ahora se me ocurren de esa adaptación de nuestros lenguajes a las condiciones ambientales y culturales. Recorrer los insultos, la verbalización de la indignidad excluyente, es recorrer los tabúes y discriminaciones de una cultura.
Pero no sólo lo que se dice, sino también lo que no se dice, nos muestra la receptividad cultural de los lenguajes. Y son muchas las personas invisibles en el nuestro. El precio de la invisibilidad es la inexistencia, una presión brutal sobre la persona que mira y no encuentra espejos para reconocerse. Una presión que provoca temor, negación de uno mismo, baja autoestima; una presión que construye fronteras vitales que nos impiden atravesar los territorios que la cultura, la sociedad, el lenguaje expresan cada día como "no-nuestros".
Hablaríamos, pues, del gran poder simbólico que detenta el lenguaje, de su fuerte capacidad para construir nuestros imaginarios personales y sociales, para determinar nuestros roles, para configurar nuestras expectativas. Los homosexuales, por ejemplo, hemos sido contenidos en el lenguaje desde el desprecio; y ese desprecio, el insulto "maricón" u otros, fue nuestro primer encuentro con nuestra propia identidad sexual. Arrasador.
Las mujeres han venido siendo para el lenguaje, para el imaginario cultural, no-personas, seres carentes de individualidad cuya presencia se neutraliza y se elimina con el uso del masculino genérico. Cada vez que decimos "los estudiantes universitarios" estamos diciendo que hay hombres en la universidad, pero nada se nos dice sobre la existencia de mujeres en los estudios superiores. Cada vez que decimos "los inmigrantes aportan al PIB ..." marginamos de la marginalidad, como invisibles, a las mujeres inmigrantes.
Nuestras niñas leen o escuchan cuentos tradicionales, tantos de ellos hermosos, fantásticos, sorprendentes. Y se descubren en ellos como seres vicarios, dependientes de la ayuda o la voluntad del hombre, desempeñando funciones sociales pasivas frente al heroismo arrojado de los varones. La mayor parte de las mujeres que toman protagonismo o poder en el universo del cuento lo hacen como brujas -pocas veces como hadas monjiles y bondadosas-.
Claro que tenemos que transformar el lenguaje. Claro que tenemos que modificar las estructuras tradicionales y tradicionalistas que configuran el lenguaje de los cuentos, el del cine, el de la publicidad, el de la calle. Porque los estereotipos culturales consagrados en ellos ayudan a que la mujer se contemple a sí misma como una eterna menor de edad.
Por supuesto que son necesarias muchas medidas para transformar la sociedad y erradicar antivalores como el machismo, la homofobia, la xenofobia, el racismo ... Pero entre este trabajo educativo necesita también una reflexión crítica sobre nuestro lenguaje. Porque somos seres lingüísticos, y nuestras palabras construyen nuestro mundo. Ojalá encontremos un día la normalidad de cuentos que nos narren maravillosas historias de amor entre dos chicos, cuentos en los que desde el extranjero llegue la maravilla y no el daño, cuentos que no nos pinten de colores oscuros la piel de los malvados. Historias en las que la mujer sea la mitad de la tierra, la mitad del cielo, la mitad del cuento. Historias en las que la mujer aprenda desde sus primeros balbuceos su propia, profunda, igual dignidad.
Nos jugamos, y no es cuestión de broma, la posibilidad de llevar a cabo, por fin, una revolución de las conciencias. Y en todo caso, son las mujeres quienes deben decidir si su igualdad merece transgredir los cuentos. Son las mujeres quienes eligen su camino, y ellas quienes acertarán o cometerán errores. Los hombres que creemos en ellas como pares, estamos presentes en esta guerra simplemente para escuchar, para observar, para caminar a su lado y apoyar sus elecciones.

8 comentarios:

Elena dijo...

Grande, Rukaegos, grande. Como filóloga (amante de la palabra, lo de la titulación importa menos), como mujer y como persona, aplaudo tu post.

Cuántas veces he tenido que defender de burlas, sobre todo hace unos años, a quienes hacían esfuerzos por decir "vosotros y vosotras", "todos y todas...". Personalmente no he adoptado esta manera de hablar, porque se resiste mi economicismo lingüístico y cierta naturaleza parezosa que me acompaña en todo lo que hago, pero no sé cómo puede haber quien la critique. Sigo buscando, quizá un año de estos lo encuentre, el modo en que expresarme sin neutralizar a lo femenino en lo masculino.

Hay algo que me parece importante y que, si he leído bien, no dices en tu post explícitamente, aunque sí ímplicitamente en el párrafo séptimo ("Claro que tenemos que transformar...") y es que el lenguaje es un producto del ser humano y de su Historia, pero también el ser humano es un producto del lenguaje -ni siquiera evolutivamente se puede estableceer qué es antes-, de manera que no es razonable decir que lo importante es cambiar la sociedad, que ya cambiará el lenguaje como fiel reflejo de ella que es, bla bla bla... ¡Y una porra!. El lenguaje nos configura, nos hace, así que sin cambiarlo a él, consciente, alevosamente, contraviniendo si es necesario las leyes de la espontánea evolución lingüísitca, nunca escaparemos del círculo vicioso según el cual lo masculino abarca lo femenino, siendo la realidad masculina más amplia y general, concetradora, en fin, de la condición humana.

Ojalá lleguemos a movernos en paridad también a través del lenguaje. Ojalá haya muchos varones que, como Gil de Biedma, descubran que no "quieren ser ya poetas, sino poema", muchas mujeres que, como yo misma, sueñen con ser "caballeros andantes" facedores de hazañas y no damas inspiradoras de hazañas... Ojalá las princesas de los cuentos maten al dragón y les hagan recuperar la libertad a sus príncipes, los príncipes besen a sapos que se conviertan en princesas y esta noche podamos, a pesar del duelo, celebrar que otra España sigue siendo posible.

Besos esperanzados.

Alfonso Saborido dijo...

Que de razón lleváis. Ayer, sentado en la mesa electoral, se lo comentaba en bajini a una de las miembros de la mesa. Le decía. Fíjate la diferencia. Yo soy apoderado/a del PSOE (colgaba de nuestros identificativos), y ella es solamente apoderado del PP. Sabíamos que era una mujer porque la veíamos, no por lo que ponía su carta identificativa.
Para pensar.

Anónimo dijo...

Querido Regi: leí el artículo de tu amiga Ana Belén y luego la contestación de Emilia Levi. No se quien es el cantante Cura, pero el comentario de Ana Belén me parecio de muy mal gusto y homófobo. Eso de no sé si será Sansón o Dalila, Dios...

Rukaegos dijo...

Elena, como siempre gracias por tu intervención. Me ha costado mucho admitir el "todos y todas", como a ti por cuestión de economía lingüística tanto como por problemas de estilo, aunque a veces lo utilizo como saludo si actúo en público: al menos, que todos y todas (jejejeje) sientan la acogida.
Me doy cuenta de que poco a poco me voy acostumbrando a utilizar algunas argucias, tales como "las personas judías" en vez de "los judíos". Antes iba a escribir que todos y todas se sientan acogidos, pero pude rectificar y encontrar una salida.
Soy consciente de que llevará tiempo. Y también que mi amor al lenguaje me impide olvidar la búsqueda de una expresión elegante o cuidada. Pero creo que podemos llegar, al menos muchas veces, a un punto intermedio y satisfactorio.

Ese día, nuestra mentalidad, como dices, habrá cambiado y nuestra sociedad será, de verdad, diferente.

Rukaegos dijo...

Para anónimo. No he leído el artículo de Emilia Levi todavía: un día de estos lo buscaré por internet, aunque ... Bueno no quiero decir nada a partir de prejuicios y prefiero leerlo antes de decir lo que casi digo.
En cualquier caso sí había leído el de Ana y tras tu mensaje lo he releído. Personalmente, hago una lectura diferente de la tuya: Ana habla de montajes escénicos y de alguna manera critica algunos de los excesos de los directores de escena cuando se enfrentan a un título de ópera. De ahí que diga que en una de esas producciones que "se teme" pueda llegar al FIX el tenor podría salir como Sansón, como Dalila o, creo que le faltó añadir, como ejército filisteo. Mi interpretación es esa.
Aprovecho para destacar, imaginando que Ana pasará por aquí, comme d'habitude, dos discrepancias que conoce: a mí sí me gusta el riesgo en los montajes operísticos (nada más lejos de mi intención que decir o pensar que el FIX arriesgue ni en eso ni en nada desde hace varios lustros). Y además, me gusta "Sansón y Dalila" (qué maravillosa voz la de Dolora Zajic hace un par de años en el Euskalduna).
Un saludo.

Anónimo dijo...

Sé de algunas que no las va a gustar lo de monjiles,esto solo te lo mando para decirte que felicidades por el triunfo en plena resaca te digo que ista ista España socialista.Un beso.

Rukaegos dijo...

jajajaja, andaba yo pensando en las tres hadas buenas de La Bella Durmiente, versión Disney.
Una anécdota: colegio de monjas, sesión de evaluación, profesora que dice algo así como "visitamos el monasterio y saludamos a las monjitas". Directora del colegio, religiosa, que se levanta, mira con cara de muuuuy pocos amigos y responde "qué podría decirte yo, qué, que te ofendiera a ti tanto como a mí lo de monjita".
(no menciono orden porque entonces canto la fuente y prefiero no hacerlo)
Enhorabuena a ti también por un triunfo, que estoy seguro, va a ser bueno para todos (y todas, claro). Besucos.

Anónimo dijo...

Anónimo: Creo que únicamente leyendo con mala intención o con despiste se puede pensar que en mi artículo ‘Elektra en sombra’ hice referencia homófoba alguna. Es evidente que me refería a lo estrambótico e imprevisible de muchos de los montajes operísticos de hoy en día, donde nada es lo que parece, donde nada es siquiera lo que debería ser. Un asunto, por cierto, sobre el que he escrito en más de una ocasión. A mí sí me gusta el riesgo en los montajes operísticos: lo que no me gusta es el esperpento; y a juzgar por las fotografías que he podido ver, la cosa no promete demasiado… A eso estrictamente es a lo que me refería.

Una afirmación sacada de contexto se malinterpreta siempre, máxime si el que la saca de contexto lo hace intencionadamente, como es el caso de la señora Levi. Ahora bien, cada quien es libre de tomar en consideración los comentarios de una señora que no parece saber muy bien por dónde se anda ni en lo literario ni en lo musical, y cuya máxima preocupación es mi supuesto atentado contra el glamour del estío santanderino.

Por fortuna, no sólo no soy homófoba sino que entre mis amigos más apreciados se cuentan varios homosexuales; dudo que tales amigos me frecuentaran si sospechasen que no respeto su forma de ser y de vivir. Las opciones sexuales de cada cual me importan bien poco, del mismo modo que tampoco me importa a quién votan mis amigos o dónde se visten –por decir algo–, con independencia de que yo tenga mis propias preferencias al respecto.

Espero que ahora haya quedado suficientemente claro.

Un saludo.

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