lunes, noviembre 05, 2007

SINCERICIDAS EN ACCIÓN
En sus Aguafuertes Porteñas recomienda Roberto Arlt una receta para alcanzar la felicidad, aunque con ella se hiera a los demás: ser siempre sincero. Creo que Arlt se refiere sobre todo a la capacidad para vivir conforme a los valores propios, a la coherencia con aquellos principios sobre los que sustentamos nuestras vidas y que a menudo nos cuestionan la realidad de los demás y la propia.

Sin embargo, a nuestro alrededor abundan las personas que antes de dirigirnos la palabra inician su discurso con la coletilla "Ya sabes que yo soy muy sincero ..." , expresión que viene a significar más o menos una versión cutre de la mítica frase de Margo Channing en Eva al desnudo, esa de "Abróchense los cinturones: esta noche va a haber tormenta".¨

Quien se autopercibe como sincero nunca tiene una palabra amable para los demás. Y el comentario que continúa el maldito incipit suele ser "pero te veo mucho más gordo", "pero qué mal te sienta esa camisa", "pero qué viejo te estás haciendo", "pero mira que te estás quedando calvo", "¿has estado enfermo? te encuentro fatal". Y todos los que los sufridos lectores de blog quieran añadir.

Hay quienes hablan de esta presunta sinceridad como sincericidio, incapacidad para no dañar. Y es que, en efecto, el sincericida suele tener un sexto sentido especial para meter sus deditos y retorcerlos allí donde más duele. Poco importa que su apreciación sea cierta o no. Ah, sí, oh, ellos y ellas son sinceros. Y eso les confiere el derecho de inmiscuirse en tu vida para hacer daño, insultar, ofender y llenarte de mierda con una encantadora sonrisa, la que su sinceridad les coloca en la boca antes del daño. Poco importa que nadie les haya preguntado, poco importa la cualificación que tengan para opinar, poco importan las pruebas en contrario. En su sincera sincerísima opinión estaría bien que te suicidaras o te pagaras un psicólogo. Porque no están dispuestos a dejar de machacar.

Conversación sinceridida tipo, número uno (casi entrecomillada)

- ¿Qué has hecho este verano? Te veo tan gordo que me he quedado impresionado.

- (con cierto tono educado, pese a la impertinencia) ¿Sí? Será que me miras con malos ojos, porque la última vez que nos vimos pesaba ocho kilos más (se lo juro por arturo, mis camisas no mienten).

-Qué va, qué va, tú hazme caso a mí, estás que revientas. Oye, que no lo digo para molestar eh.

Comentario sincericida tipo, número dos (mientras uno pasea a la perruca en medio de una linda noche veraniega con un helado de Capri en la mano)

-Vayaaaaa, así que luego vienen los michelines eh.

Comentario sincericida tipo, número tres

- Buenos días, quería preguntarle ¿usted no tiene un programa en una televisión local? Pues déjeme decirle que lo veo siempre y que me parece una mierda.

Y así, ad infinitum (y de paso, ad nauseam).

Un amigo decía, claro si te hubiera dicho que le encantaba el programa no estarías cabreado. Pero es que una de las normas básicas de la convivencia y la buena educación es la de "si no tienes nada agradable para decir, más vale que te quedes callado". Lo decía mi abuela Rosalina. Y tenía razón. Porque en general somos adultos. Si me compro unos pantalones, se supone que me los he probado, he comparado con otros y me compré los que A MÍ me gustaban. Tal vez me haya equivocado y me sienten de pena, pero eso no es problema de los viandantes. Porque ya sé que tengo problemas de sobrepeso: me he pegado con mis maldita capa de tocino desde los ocho años y me cuesta convivir con ella lo suficiente como para que me toque bastante los eggs que personas sobre cuyo físico, inteligencia, gusto, criterio y otras hierbas no he dicho nada (y conste que me podría ensañar, eh). Y porque uno no sale a la calle para jugar a ser el pim pam pum de todas las frustraciones ajenas.

Vivimos en una sociedad que ha perdido la educación, unos medios de comunicación que han inducido a la población a pensar que todos somos personas públicas dignas de escarnio. Y uno acaba cansándose. Hablar de sincericidio y sincericidas, como algunos psicólogos, sólo nos permite comprender educadamente qué ocurre con esos individuos que se liberan de sus frustraciones escupiendo en las caras de los demás, y asumirlo como una especie de enfermedad mental o social o lo que sea.

Pero uno ha empezado a sacar su filo borde y contestar, de forma extremadamente sincera, a la coletilla que provoca este comentario y la basura que la persigue, con otras frases. "Ah, así que ahora puedo opinar yo, ¿no?" (y opinar con sinceridad a continuación, por supuesto) o bien "¿Y quién te ha preguntado, monada?" o bien "¿En qué escuela de ... estudiaste para que tu opinión le importe a alguien?". Y otras borderías por el estilo.

Por un mundo mejor, muerte a la sinceridad. Antes de que acabemos por matar a los sinceros.




9 comentarios:

Anónimo dijo...

Si, Si,si.... Los sincericidas sobran, tienen el ánimo oscuro y son aguafiestas. Te pueden dar el día. Lo malo es que a algunos sin hablar les ves lo que piensan; son de aquellas personas que ven antes lo oscuro y lo feo. A veces es dificil obviarlos; pero la indiferencia será siempre la mejor arma. Y "sinceramente", ¡qué bien escribes¡,les he dado la dirección a la gente de Barcelona, y te han encontrado superpoético al leer el artículo de En defensa de las familias, les ha encantado.

Anónimo dijo...

Me ha encantado. Yo también pido la muerte para la sinceridad, es la excusa de los bordes y maleducados.
Un beso,

Rukaegos dijo...

Gracias por vuestros comentarios. Amparo, vas a conseguir ponerme rojo un día de éstos, que soy muy tímido. Y gracias por ampliar el número de lector@s del blog. Al final te voy a tener que enviar alguno de mis libros de poemas jejeje.
Tengo que colgarte unas reflexiones sobre el tiempo, Penélope.
Besucos para las dos.

Anónimo dijo...

Pues mira, yo tengo un amigo que es sincericida, aunque el se autodefine como "crítico", así que muchas veces con sus comentarios me quedo fastidiada; pero no había caido en la cuenta de que se podía reflexionar sobre esto y hasta criticarlo. Gracias por haberlo hecho por mi. ¡Que listo es mi Regi!!! Un besito

Anónimo dijo...

Nada, contra esos hierbajos, nada mejor que un buen tajo. Con ripio incluido. (Y tú que sabes darlos). Besazo, hermoso.

Sir John More dijo...

Mira, yo voy a serte sincero: creo que la sinceridad es un término líquido, inasible, porque hay mentiras maravillosas y, como tú expones, sinceridades profundamente estúpidas. Diría más bien que el tema es una cuestión de oportunidad, virtud que, junto a la elegancia, cada día me parece más y más recomendable e incluso imprescindible. Un abrazo sincero.

Anónimo dijo...

Regino,
Si quieres un consejo, no dejes que la mala leche de algunas personas que se autodenominan "sinceros" te haga daño. Cada uno es como es y, a mi modo de ver, poco importa si se tiene "michelo" o no; si se es bajo, alto, guapo o feo ... Con los años, afortunadamente, he aprendido que hay otras cosas que convierten a algunas personas en "especiales" y tú, para mí, eres una de ellas.
Un abrazo

Anónimo dijo...

¡ Terrible la muerte de José Félix! Un abrazo a todos

Paulo dijo...

Te diré que llevo años defendiendo que tenemos sobrevalorada la SINCERIDAD.
La sinceridad es la capa con la que nos tapamos para ser crueles.
Si tienes una abuela nonantagenaria, comida por los años y un montón de enfermedades, a nadie se le ocurre decirle:

-¡Abuela! ¡¡¡Estás hecha una mierda!!!

Pues eso, que

Que razón tenía
tu abuelita Rosalía

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