Mi primer encuentro con la narrativa de Luisgé Martín fue hace ya unos cuantos años, con La muerte de Tadzio, una novela que me resultó casi tan deslumbrante como incómoda. Incómoda porque, de alguna manera, la sutil penetración del escritor en el alma del viejo voyeur, en pleno proceso de destrucción y decadencia, eco sordo apenas del exquisito adolescente que nos había seducido en Mann/Visconti, era una violación de nuestra propia oscuridad.
Creo que esa palabra, incomodidad, unida a esa otra idea de penetración psicológica, forman los dos ejes fundamentales de la narrativa de Luisgé. Sí, claro, está también su dominio del lenguaje, la precisión y elegancia con las que elige palabras y períodos, pero ese dominio en un escritor debería darse por supuesto... aunque sea este por supuesto un hecho que la realidad se empeña en negar una y otra vez.
Vuelvo a Luisgé con la lectura pausada y atenta de Cien noches, la novela con la que obtuvo uno de los premios que importan, el Premio Herralde de Novela, en su edición del pandémico 2020. Y regresa la impresión de transitar por un libro que imaginaba gozoso o sentimental y que vuelve a ser el Martín oscuro, casi perverso, que viola nuestras conciencias y nos provoca un extraño regusto entre el placer, la negación y el miedo.
En esta sociedad de hoy, la del panóptico de las redes sociales controlando cada miga de nuestras miserias cotidianas con su mirada ursulina, Luisgé Martín penetra a través de una historia en la que hay amor, asesinatos, conspiraciones, política, ironía, sexo y prestamistas malvados en el mundo tan hipócritamente negado de la promiscuidad. Lo hace, a mi juicio de manera magistral, utilizando como disculpa y como discurso unificador, una investigación universitaria cuya conclusión, la de que somos promiscuos por naturaleza y nos resulta casi imposible no caer ante la oportunidad cuando se presenta, se apoya en un lenguaje duro, cortante, académico, de manera que el sexo en frío del amante ocasional queda acentuado por palabras frías, secas, desapegadas que ayudan a una lectura todavía más turbadora. Cada uno de los informes engarzados en el relato principal resulta un pequeño cuento, cerrado apenas en el momento justo en el que se nos demuestra o explica la caída de sus protagonistas en el cuerpo a cuerpo.
Narrada en su mayor parte desde las andanzas desnudas y muy carnales de Irene, Cien noches nos da lo que la firma de su autor siempre promete: Un libro singular, inteligente, preciso y precioso, que nos abre puertas, nos invita a la reflexión y nos recuerda casi en cada página por qué leemos.
2 comentarios:
Cómo es la "mirada ursulina"? En qué consiste?
Bueno, en mis tiempos se usaba mucho la expresión "ser como una ursulina" para hablar de comportamientos cursis, gazmoños, ñoñería en general. Ahora, con las novedades lingüísticas derivadas de las redes sociales, tal vez pudiéramos hacer equivaler la mirada ursulina a la de la mirada de los ofendiditos, esos que se escandalizan por absolutamente todo, incluso lo más nimio. También es una forma de referirse a esa especie de nueva inquisición moralízante que tanto peso anda cogiendo por nuestras sociedades.
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