Recuerdo ahora ese grito de "No nos falles" con el que se recibió desde la calle la victoria en 2004 del PSOE en las elecciones generales, dirigido por José Luis Rodríguez Zapatero. Se abrió entonces una cierta ventana a la esperanza, una ventana que permaneció abierta un tiempo, cuando con Zapatero como presidente España experimentaba una ilusionante transformación cívica y social. Recuerdo también el "Hemos entendido el mensaje" del propio Zapatero cuando llegaron los primeros reveses electorales. Relacionados, ¿qué no lo está en una sociedad como la nuestra?, con la presión de unos medios de comunicación digamos para ser elegantes que un pelín entregados a la derecha. Pero también después de errores soberanos, de renuncias clamorosas a algunos de los ejes esenciales de socialdemocracia, de chantajes externos y silencios internos, de decisiones sin duda tan dolorosas como inexplicables y lo que es peor inexploradas.
Llegaron los fallos, sí, relacionados con la gestión de una crisis que vino demasiado grande al gobierno español, me temo que a casi todos los gobiernos en un escenario internacional de absoluta euforia ante el neoliberalismo triunfante y sus espejismos, de renuncia a la transformación y con una mediocridad intelectual con la que la política se rendía en holocausto a un universo mediocre pero que estaba experimentando algunos cambios de paradigma de los que todos éramos conscientes menos, parece, quienes más al tanto de la realidad y de las nuevas realidades tendrían que haber estado. Llegaron los fallos envueltos en sonrisas, en optimismos que se revelaron falsos, en inacción, en falta de ideas, en delación de la lucha. Parecía que nadie estaba dispuesto a discutir las decisiones de los hombrecillos de negro, las troikas, las agencias corsarias de calificación de deuda, las no menos corsarias instituciones financieras internacionales. Ninguna de ellas democrática ni neutral, todas ellas al servicio de sus intereses privados y sobre todo de los intereses de sus avaros amos. Decisiones impuestas sin resistencia que han generado dolor, miseria, terribles consecuencias para tantos países. Decisiones que empujaron hacia un desconcierto creciente, hacia la desolación de la ciudadanía ante la impunidad y la crueldad de los de fuera y la incapacidad atónita de los de dentro.
Llegaron los fallos mientras crecía un grito primero silencioso, en las miradas, en el cansancio, en los gestos, que se hizo clamor en las plazas y que exigía cambios, respuestas, compromisos, valentías. Que obligaba al sistema a enfrentarse a sus miserias y recordaba que mientras derechos, bienestar, seguridad, igualdad, básicos vitales estaban siendo pisoteados, esas élites a las que alguien definió como élites extractivas (con todos los matices y discusiones que se quieran, pero con un alto índice de acierto) vivían en una burbuja de privilegios, de corrupción, de insensatez, de exhibicionismo altanero y puertas giratorias. Y claro que desde algunos sectores concretos y seguramente con intereses estratégicos, pero de nuevo con acierto, se comenzó a hablar de la casta, un concepto volátil pero que parecía definir bien a esa connivencia entre políticos, financieros, jueces, medios y demás cabezas de la Hidra Sistema donde los raseros eran tan diferentes, la equidad tan pobre y la impunidad tan escandalosa.
Han llegado, ya muchos meses después, muchas buenas palabras, buenos congresos y buenas conferencias después, un bofetón importante llamado hartazgo. En España hoy son miles de ciudadanos (cualquiera que sea su voto) que se han cansado, que nos hemos cansado de la impunidad, que exigimos cambios y respuestas, que queremos que se nos devuelva lo que se nos arrebató. Sí, la ilusión también, pero sobre todo el poder, la capacidad para tomar decisiones, para gobernar el barco. No nos valen ya y no deberían volver a servirnos ni castas ni dejaciones. Es nuestra responsabilidad como sociedad, la de apostar con claridad y furia por la transparencia, por la renovación, creo que por un nuevo sistema constitucional que corrija los cimientos podridos del que nos funcionó razonablemente bien durante un tiempo pero que era también fruto de un pacto, necesario pero viciado, con el monstruo franquista. Estamos en otro tiempo y es urgente ese cambio profundo y estructural.
Ha llegado al PSOE un nuevo toque de atención que podría ser el último. Ha llegado a un partido agónico, que no acaba de encontrar el rumbo, que se debate entre la presión de votantes y exvotantes, de militantes y exmilitantes cansados de ser comparsas por un lado y unas jerarquías, pues sí, mira, una casta, que no acaba de despertarse. O, peor, que prefiere enroscarse hasta que pase el temporal para que de nuevo todo siga igual en su propio beneficio.
Estamos ante una radical encrucijada, la de una sociedad dolida, desconfiada y cansada. Que no confía en el PSOE y busca la confianza en otros lares. ¿Será capaz el PSOE de recuperar sus energías, de articular un nuevo pacto social que sea motor de cambio y no rémora? De que lo sea o no podría depender su propia existencia.
1 comentario:
"Mi mejor creación fue Tony Blair". (Margaret Thatcher).
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