He vuelto a ver A Late Quartet , esa película emocionante e íntima que en España han maltraducido como El último concierto. Y de nuevo me han conmovido sus pequeñas historias, he entrado en un diálogo pequeño y personal con los distintos personajes, me he sentido interpelado, me he llenado de interrogantes y de dudas.
Ha crecido en esta segunda visita la presencia, inmensa, de Christopher Walken. Una interpretación sobria, excepcional, para el rol de Peter Mitchel, el veterano y reconocido violonchelista al que diagnostican un inicio de Parkinson. Será ese anuncio el que desencadene una ligera tormenta en las relaciones interpersonales y artísticas de los miembros del cuarteto. Será ese anuncio el que nos guíe hacia una decisión medida y tratada de manera antirromántica, sin convertir en tragedia o en melodrama lacrimógeno la elección de Mitchel/Walken: abandonar la música, dejar el cuarteto para no verse arrastrado a una decadencia constante.
Retirarse a tiempo. Hacerlo sin aferrarse ni al pasado ni al espejismo, afrontando con dignidad el dolor, la realidad, la renuncia.
Creo que es esa dignidad, escenificada en una escena final memorable, la que más me ha provocado en este segundo encuentro. Qué difícil nos resulta a todos abandonar lo que nos fue querido, el espacio en el que nos sentimos una vez importantes, quién sabe si imprescindibles, aceptar que se han terminado algunos segmentos de nuestra historia personal y que puede que sea bueno que así sea. Cuántas veces hemos visto a las manos rodear con esfuerzo patético el clavo ardiente hasta abrasarse, cuántas veces hemos sentido la necesidad de comportarnos como los misteriosos protagonistas del Queremos tanto a Glenda de Cortázar y cortar por lo sano ante la vanidad, ante la incapacidad para decir adiós, ante la pataleta a veces, la ira otras, la desoladora cuesta abajo siempre.
Me vino a la memoria un pasaje de José Luis Sampedro, de su Congreso en Estocolmo, en el que el viejo profesor excluido por los sabios oficiales que llega en voz baja al congreso matemático y de alguna manera nos enamora de nuevo de la vida, visita el zoo. Allí le impresiona la estampa soberbia aún de un reno viejo, cansado, un reno que habría sido el líder respetado de la manada pero que ahora se esquinaba en el recinto y dejaba su trono a un macho joven y presuntuoso. La dignidad de nuevo, la dignidad con la que los animales se retiran discretamente, tratando de no molestar, como la vieja querida Lola que se refugió debajo de un armario imposible al experimentar una parálisis facial para dejarse morir. La de la vieja tía Chavita que siempre decía "el primero, no molestar" y que se fue rápido, moviendo los dedos alrededor de un rosario invisible, sin despertarse siquiera en aquellos días finales.
En este tiempo pienso que no podía ser de otra forma, que el encuentro con esa dignidad del retiro del sabio tenía que llamarme la atención. No por sabio. Pero sí por el encontronazo con los segmentos cerrados, con la aceptación de que los caminos se han ido quedando atrás y ya no quedan puertas para otro amor, no queda fuerza para luchar, siquiera pensar, por una mejoría laboral, que lo que uno llevaba dentro y que trató de salir en la poesía y en la música ya dio lo que era, que jugar a la política, jugar a apostar por una sociedad mejor, fue una apuesta necesaria que se perdió y que deja ya sólo el apartamiento de la mesa de juego para que ocupen el lugar otros jugadores y otros tahúres.
Leer, escuchar, pensar, caminar, acariciar a Gin y querer a Harley por lo que no le quisieron, creer que las vidas que vivimos en el cine y en la literatura fueron las nuestras y que así pudimos ser quienes no fuimos es lo que ahora resta. Sin hacer ruido perdernos en la niebla, esa niebla que tal vez haya llegado demasiado pronto pero que de pronto ha teñido el universo de una cierta tristeza resignada, inexorable, con olor a crepúsculo.
4 comentarios:
Maravilloso, Regino.
Es verdad, Regino, lo que dices con expresión melancólica y nostálgica. Lo entiendo y comprendo también y tan bien... Porque yo tengo los mismos sentimientos, pero no por eso dejo de sentir rabia e indignación ante los "renos jóvenes que quieren ser líderes de la manada en la que yo me encontraba", porque no me parece acertado el camino que toman.
Sé que debo callar y alejarme. Sé que su camino ya no es el mío. Pero sé que tengo mucho que sacar de mi interior y tú más aún, ya que eres mucho más joven.
Rendirse tampoco.
Fernando
Por cierto, Regino, hacía bastantes días que no abría tu blog, y tras esta tu última entrada he repasado hacia atrás encontrándome con la anterior que, espero, sea una gran metáfora. Si sigues en esta ciudad, ya inefable, házmelo saber. No podría dejar de verte así, tan repentinamente.
Fernando
Muchísimas gracias, Patri, de una bloguera de raza como tú los halagos saben mucho mejor.
Fernando, no te preocupes. Nos tomamos un café y te explico pero no hay síntomas de alarma :-) Bueno, más allá de ese cansancio que me temo compartimos.
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