Fue la noche del pasado 10 de agosto, una noche cálida que invitaba a la vida y que por alguna extraña razón convocó a todas esas hadas y espíritus que Shakespeare invocara para su Noche de San Juan. Por primera vez en el Festival Internacional de Santander, aunque no por primera vez, la Joven Orquesta de Cantabria, la JOSCAN se subía al escenario de la Sala Argenta con un programa ambicioso y experto, el Primer Concierto para Piano y Orquesta de Tchaikovsky, con el joven pianista santanderino Pierre Delignies como solista, y la Primera Sinfonía, la conocida como Titán, de Mahler. Todo bajo la batuta de Jaime Martín y tras extender el intenso y exigente trabajo desarrollado en sus conservatorios y sus clases, con sus profesores, al campus de música que ha supuesto el Tercer Encuentro de la JOSCAN.
Quienes hayan tenido la responsabilidad de hacer las reseñas críticas ya habrán cumplido a estas alturas con su cometido. Pero las impresiones, las emociones, las sonrisas y las lágrimas siguen presentes. Para qué insistir en el hermoso sonido, a veces espléndido, que nos fue penetrando y enamorando, para qué volver a apuntar la profesionalidad de Delignies, la pasión de Jaime Martín y las sonrisas de cada componente de la orquesta mientras se fundían en un único cuerpo sonoro y proclamaban en alto su amor por la música. Sonaron bien, sonaron tan bien que nos hicieron olvidar casi desde las primeras notas que escuchábamos a una orquesta profesional, que se trataba de jóvenes en formación y que entre ellos abundaban los adolescentes, nos hicieron olvidar ese pequeño prejuicio con el que acudimos a la velada, diciendo "No importa cómo lo hagan, hay que estar allí para animarlos, hay que estar para aplaudirlos". Porque nos importó, me importó cómo lo hicieron. Sonaron bien, en ocasiones tan bien que nos arrancaron lágrimas.
Trato de revivir las sensaciones de esa noche mágica y me regresan esas lágrimas. Reconozco haber llorado en los primeros compases mientras mis sentidos exclamaban ¡qué bien suenan!, reconozco haberlo hecho con el diálogo entre el piano y los violonchelos del movimiento lento, con el oboe o las trompas en el Mahler, con ese bis maravilloso ¡cantado! que fue el Ay, linda amiga que conocemos por el Cancionero de Palacio pero que hunde sus raíces en la tradición musical de Cantabria. Y que algunos hemos cantado tantas veces en nuestros coros. Reconozco haber pasado la noche escrutando sonidos, voces, partes, armonías, diálogos, reconozco haber buscado la expresión de los rostros para disfrutar cuando ellos y ellas disfrutaban, para bailar con la segunda contrabajo o asentir con el fagot a los gestos del director o mantenerme serio y alerta como los percusionistas o sonreír satisfecho tras un pasaje comprometido con un trompeta.
Reconozco haber llorado, como sé que les ocurrió a muchos más aquella noche, porque en aquel Mahler impecable, lleno de vida, latía felicidad, latía sobre todo justicia poética. La lucha ha sido tan larga que la creímos infructuosa. El camino ha dejado de lado a tantos profesores, a tantas familias, a tantos músicos, a tantos intérpretes que se nos fueron marchando, que a veces tenía la sensación de que habíamos tirado la toalla, de que nos habíamos tratado de convencer de que el sueño de una orquesta por estas tierras a las que tanto gustan las casas por el tejado y los fastos sin suelo era un sueño fallido, una quimera.
No resulta posible recordar tantos nombres y tanta ilusión. Pero no me voy a olvidar de los tres conservatorios de Cantabria, no me voy a olvidar de sus asociaciones de padres y madres, de sus claustros. No me voy a olvidar de Emilio Otero. Ni de aquellas personas que le dieron una parte importante de sus vidas a la música antes de hoy y que fueron sembrando migas por un camino que de pronto ha estallado en hermoso fruto, no por casualidad. Tampoco resulta conveniente recordar todos los palos que instituciones públicas, privadas y mediopensionistas pusieron en las ruedas, porque al final puede que a su pesar, puede que vencidas por la evidencia, llegó el tiempo.
El tiempo de dar las gracias a quienes abrieron el camino y a quienes hoy lo transitan impregnándolo de música y de alegría, a cada uno de los jóvenes que se han convertido en células vivas de la JOSCAN y a esa batuta entusiasta de Jaime Martín, que lidera y disfruta. El tiempo de explicar a esta generación de artistas que su esfuerzo, su trabajo, su compromiso nos ha roto a quienes nos habíamos rendido, que tal vez no puedan entenderlo del todo pero nos han emocionado porque son nosotros hace unos años. Porque nos han demostrado que se puede, que hay que continuar en la brecha, que la música es un misterio maravilloso por el que vale la pena vivir.
Chicas, chicos, en este tiempo difícil en el que no sabemos qué va a ser de nosotros nos habéis demostrado que sois el futuro, que comandáis el futuro, que vuestros sueños valen la vida. Gracias por haberlos compartido con nosotros, gracias por habernos roto. Gracias.
(Publicado en El Diario Montañés el lunes, 19 de agosto de 2008)
No hay comentarios:
Publicar un comentario