Parece haber pillado con el paso cambiado, como siempre, a esos políticos acostumbrados a los algodones de la excepción, el privilegio y el pase VIP al Club de Campo madrileño a las expensas del erario público, la arribada del escrache desde el Río de la Plata. Tan cambiado como para perder los papeles y vomitar comparaciones con la violencia terrorista y como para que ese ministro al que en tiempos pretéritos algunos incautos consideraban la cara presentable del PP comience a pergeñar el modo en el que se pueda tipificar como delito el escrache ... a políticos. Porque en las mezquinas miradas de esta oligarquía de feria sólo ellos tienen dignidad, intimidad, derechos.
El escrache, que con tal término se ha hecho popular sobre todo en Argentina, como una denuncia popular y pública de quienes habían sido colaboradores de la dictadura y habían salvado su impunidad con la ley de punto final, es una protesta pacífica que trata de presionar a personajes públicos de manera personal para que se avance en una determinada dirección, o de avergonzar públicamente a quienes parecen haber decepcionado de manera grave las expectativas ciudadanas. Como casi toda propuesta de resistencia civil, se mueve en un terreno peligroso, pantanoso, en el que el exceso y la violencia andan acechando. Tanto la violencia institucional del estado como la del propio grupo escrachador en el que son posibles gritos o actos que sobrepasen la intención de denuncia inicial.
No es una iniciativa que me resulte simpática, más por mi propia manera de ser que por otras razones. Pero desde luego entiendo que haya aparecido, que haya aparecido precisamente ahora, que se presente como un esfuerzo de empoderamiento cívico ante la quiebra del contrato social y la desconfianza frente a unas instituciones que parecen haber perdido el norte, haber perdido su conciencia de servicio público, para convertirse, al menos en apariencia, en un cinturón protector de las oligarquías, haciendo peligrar el sistema y cuestionar su condición de democrático.
Sorprende en cierto modo el escandalito organizado en el gobierno y sus medios afines. La estrategia de la vergüenza pública ha sido siempre practicada desde el poder. Desde los sambenitos a las noches de los cristales rotos, desde las dietas de ricino y las peluquerías extremas a los cobradores del frack y las panteras rosas, desde la novatada hasta la ridiculización del torpe. Hasta los desahucios con lanzamiento incluido, por cierto. Así que ante una sensación tan extendida de que las instituciones se han replegado sobre sí mismas, de que los políticos se ausentan de la realidad y giran sobre sus propios ombligos y tratan de enrocarse en sus privilegios, ante la sensación de que el sistema es un fraude democrático, un expolio tramado desde las redes del poder financiero nacional e internacional, no parece caber sino un recordatorio de una sociedad integrada por ciudadanos que no súbditos acerca de quiénes son los verdaderos titulares de la soberanía y a quién debe servir el gobierno. El escrache, en fin, como grito de empoderamiento, grito extremo, tal vez destemplado, pero signo de hartazgo ante tanto desafuero.
Nos cuentan las cifuentes y los pons que se trata de estrategias terroristas, pero no puede haber terrorismo sin armas, sin violencia en respaldo, sin anonimato. Nos cuentan que no van a dejarse amilanar por la presión, siempre que la presión no venga de Merkel o de Lagarde o de Eurovegas o del Banco Central Europeo y demás, ya se entiende. Nos dicen que los niños se asustan, pero sus niños, claro, porque debe de ser estupendo para los niños ajenos ver a la policía irrumpir en sus casas para expulsarles de su hogar sólo por haber sido víctimas de un fracaso personal y coletivo (lágrimas de Soraya en off).
Ojalá se terminen pronto los escraches. No por los palos de la policía y la persecución judicial, sino porque de nuevo las instituciones hagan el esfuerzo de recuperar la confianza de la ciudadanía, porque de nuevo se establezca el pacto de la democracia y esta vez, por favor, seamos capaces de cumplirlo.
3 comentarios:
Yo tampoco estoy de acuerdo en como se utiliza el escrache, aun estando de acuerdo en el fondo con lo que se pretende,pero siempre te encuentras como en las manifestaciones pacificas a los cafres de turno que se hacen notar a través de la violencia.
Creo que no es lo mismo la “violencia“del escrache (Y no me refiero a que sea física o psicológica),la que practican algunos no tiene ni un objetivo(En cuanto al motivo de la manifestación)ni un sentido.
Se podría decir que aunque estea justificado ese metodo,las cosas no funcionan así,pero es que no estamos ni en tiempos ni en una situación normal,así que estos métodos no son solo comprensibles si no necesarios,pues como dijo el otro día Julio Anguita en Salvados sobre lo del Alcallde de Marinaleda,de que hubiera servido una manifestación de tantas como las que hay hoy en día?De nada,hubiera pasado desapercibido,y por los métodos legales no consiguieron nada..Los escraches no son el problema,si no la consecuencia,excepto para los políticos,que creen que el voto dado a ellos les da impunidad.
X cierto,tengo un blog,aquí te dejo el enlace:http://virgueriasilustradas.blogspot.com
Completamente de acuerdo con "María Núñez Fernández". (Por cierto, curiosas las viñetas de su blog, muy divertida Merceditas Milá).
Mucho me temo -y deseo- que las protestas seguirán in crescendo, pues si la única respuesta del poder a las reivindicaciones ciudadanes es la represión violenta, cuando todo acabe como el rosario de la aurora solo un perfecto cínico amoral se seguirá preguntando por qué arden las calles.
Saludos.
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