domingo, abril 14, 2013

CATORCE DE ABRIL


Fueron muchas las preguntas que se quedaron sin respuesta posible en el proceso constituyente de 1977/78. Personalmente, conservo la admiración por quienes entonces supieron optar por el camino que corresponde al político, el del pragmatismo, la negociación y el diálogo, para apostar por la superación de los recelos y avanzar en un camino que sin duda la ciudadanía española esperaba. Se renunció a la apertura pública de muchos debates, se esquivaron con generosidad otros, se intentó sostener la apuesta por la democracia a pesar del miedo, de la sensación de que el proceso estaba demasiado custodiado y vigilado por las fuerzas más reaccionarias. Y supongo que en ese forcejeo permanente hubo que renunciar o posponer algunas consideraciones para sacar adelante las esenciales. Fue, así lo creo, lo que los tiempos demandaban a pesar de que con el tiempo y la degeneración institucional constante puede que haya que hacer una valoración más crítica: los problemas aparcados no sirvieron para evitar el debate sobre los que habían pasado la prueba, las estrategias adoptadas para recuperar convivencia pacífica y estabilidad sirvieron sólo en parte y al cabo, con importante responsabilidad de ciudadanos, asociaciones de todo cariz, instituciones y sobre todo unos partidos cada vez más transformados en meras maquinarias de poder sin horizonte ni suelo, han venido mostrando sus flancos más endebles y comprometiendo la vigencia real de un texto que hoy se encuentra en abierta cuestión.

Como fuere, ese fue el camino elegido. Pero ese camino no tiene por qué ser eterno, inmutable, fatal como una sentencia divina. La evolución de la historia, la evolución de los tiempos, la evolución de las mentalidades exige cada cierto tiempo una respuesta clara y contundente. Y en estos tiempos interesantes y complejos, en los que tal vez no sea conveniente hacer mudanza pero sí indispensable ir avisando de un tiempo de cambios que renueven un pacto social que hoy está resquebrajado, puede que sea inaplazable replantear una buena parte del texto constitucional. Y hacerlo, desde luego, sin omisiones.

Hoy es Catorce de Abril. Hoy España recuerda, con demasiado calor tal vez, la proclamación de la II República, y se reabre en redes y medios el debate sobre la forma del estado. Y a pesar de haber tenido un poco muerto el blog en estos últimos días, cosas de la edad y la salud, sí quería dejar constancia de dos reflexiones.

La primera, tiene que ver con la evocación de Max Weber y sus teorías sobre la legitimidad del ejercicio del poder. Weber no ignora que ciertas sociedades y ciertas épocas han permitido sostener ese ejercicio sobre el carisma (militar o religioso) o la tradición histórica (sobre la que se han justificado tantas veces las monarquías). Pero también habla de legitimidad racional precisamente para hablar de la legitimidad democrática, aquella desde la que una sociedad madura y unos ciudadanos maduros toman decisiones sobre su presente y sobre su futuro desde el argumento, el debate, el voto, la regla de las mayorías y la del respeto a las minorías. Una legitimidad propia de pueblos solventes que difícilmente puede tener otra formulación que la de la república, en tanto esta se configura como el modelo más ajustado de respeto a la soberanía popular, de limitación y control del ejercicio del poder, de opción igualitaria. Sí, definitivamente creo que el ejercicio del ciudadano no es el de doblar espinazo o cerviz para saludar al monarca, a su familia y séquito. Más allá de un respeto institucional que algunos por educación o modo de ser tenemos arraigado pero que cada vez nos supone mayores problemas.

La segunda, referida a la monarquía concreta que tenemos y a su hipotética legitimidad histórica, creo que esa legitimidad se gana, se consquista, se lucha. En tiempos más o menos recientes, ha habido casas reales como Holanda, Dinamarca, Suecia, inclsuo Gran Bretaña, que han sabido desde el ejemplo conquistar el afecto. Y seguramente si hoy se encuentran fuera de cuestión lo es precisamente porque supieron ofrecer modelo respetable. A día de hoy, siento tener que ser bastante duro en mi juicio a la oportunidad que se dió a los Borbones de regresar a la titularidad simbólica del estado, avalada por la voluntad del dictador, pero también de ese acuerdo constituyente. España ha sido durante años demasiado buena con su casa real, instituciones, políticos y medios de comunicación han escondido cada lado oscuro hasta que en los últimos años se ha ido rompiendo ese extraño pacto de silencio. No, no son ejemplares. Errores graves de la reina, del rey, del príncipe de Asturias obligan a preguntarse si España se merece estos periódicos bochornos. No digamos ya los escándalos que tan cerca parecen tocar a la infanta Cristina y a su marido, Iñaki Urdangarín. Sin que sea posible olvidar tantos claroscuros que hoy merecerían revisión tras esa ruptura del velo del silencio, sobre tantas veces como los entornos más próximos a Juan Carlos I han estado tan cerca de los límites del decoro. O los han traspasado.

Sí, deberíamos ser capaces de abrir algunos nuevos debates sobre quiénes y cómo somos. Y uno de esos debates debería ser el de la monarquía o la república. Porque la república, sin duda, es moral y políticamente mejor. Pero además porque don Juan Carlos, sus amigos, su parentela, su entorno, no han sido capaces de estar a la altura.

1 comentario:

Amélie dijo...

Hola Regino,
Cuánto me alegro leerte otra vez. Espero que estés recuperado del todo y poder verte mañana en clase.
Por cierto, muy buena entrada; cómo me gustan esos colores!
Ciao bello!

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