Algunas veces no eres del todo consciente de cómo un nuevo libro llega a tu vida para renovar ese contrato de amor que firmaste hace tantos tantos años con la literatura. Vita llevaba unos pocos años dormitando en los anaqueles, desde que el bueno de César Peña me recomendara su adquisición en aquel pequeño espacio de libertad y páginas que fue la Hispano-Argentina de Santander.
¿Por qué no la leí entonces? ¿Por qué hace unos días decidí abrirla por la primera página y comenzar a revivir y hacer mía la historia emboscada entre sus páginas? Qué difícil dar respuestas a preguntas que siempre me hago y que siempre dejan una sensación de misterio, la de que es el libro el que decide cuándo, cómo.
Como fuere, la única realidad de la que ahora soy plenamente consciente es la de la energía, la pasión, el poder que encierra la escritura que Melania G. Mazzuco despliega en Vita, desde una traducción entiendo que espléndida de Xavier González Rovira para esa colección que casi venero, Panorama de Narrativas, en Anagrama. Y es que el primer contacto con Vita ya me dejó noqueado, esa historia del italo americano que llega con los galones puestos en la II Guerra Mundial a liberar Tufo, el pueblo de sus ancestros, para buscar la memoria de los suyos, para encontrarse con esos personajes aún ¿vivos? que habían adquirido la entidad de criaturas míticas, grandiosas, en las historias narradas por su madre Vita Mazzucco.
Mazzucco, sí, porque en realidad estamos ante uno de esos libros que combina con sabiduría imaginación y realidad, historia y sueño, ficción y documento. En la que se nos lleva de viaje a los emigrantes italianos que en los albores del siglo XX volaron hacia el sueño americano que tantas veces fue pesadilla, de la mano de dos críos, Diamante y Vita, reales y simbólicos, soñados y sabidos. De los emigrantes que a veces deciden regresar, las sagas que dejan una mano en Nueva York y otra en el camino de regreso, para que la sabia escritora nazca de nuevo italiana, viaje a su vez a Estados Unidos, busque la Prince Street donde una vez vivieron y murieron los suyos, explore periódicos, actas, informes, documentos, en busca de los restos de su propia memoria con los que entrelazar una imaginación posible.
Estoy enamorándome, de nuevo, de un libro. Mi rotulador se cansa de subrayar y anotar, de preservar las frases llenas de poesía, las reflexiones certeras, los episodios que me han tocado el corazón. El dolor del nacido muerto que acaba durmiendo para siempre en la soberbia altura de un rascacielos, para mirar desde arriba a la ciudad que no le dio oportunidades; el dolor de los lenguajes que se saben extraños e inútiles en la tierra que no sabe comprenderlos; el dolor de quien regresa demasiado tarde y no puede responder a sus propias preguntas. La magia de quien penetra en la propia raíz y alimenta la tierra nutricia. Y que resurge de la empresa con la energía de un árbol nuevo, más alto, más sabio, lleno de vida, lleno de Vita, lleno de fuego.
Enamorándome, de nuevo, de un libro. Sintiendo en estos días oscuros, llenos de nostalgia, cargados de miedo, la luz de las palabras, la gratitud por la luz de las palabras, la energía de una vida que no es la mía, unos recuerdos que no son los míos, una historia que no es la mía. Pero que ya nunca serán capaces de abandonarme.
1 comentario:
Gracias por el apunte literario. Y me alegra mucho saber que también lees con un rotulador cerca, cosa que me suelen afear los pocos dignos de confianza como para prestarles libros.
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