Me decían que no había gran cosa que ver en Leipzig. Otra ciudad arrasada por las bombas incendiarias en la II Guerra Mundial y reconstruida bajo los grises designios del telón de acero. Pero cómo iba a permitirme estar dos meses en Chemnitz, estudiando alemán, sin acercarme hasta la Thomaskirche para rendir tributo a quien vive en el silencio, me regala tantas veces la felicidad, la calma, la belleza. Como no peregrinar hasta el lugar en que vivió y trabajó Johann Sebastian Bach.
Una iglesia luterana y viva. Implicada su congregación en la reciente revolución cívica que había concluido con la caída del Muro de Berlín y que había tenido uno de sus focos originales precisamente en Leipzig, con las asambleas celebradas en otro de los templos que conocieron a Bach, la Iglesia de San Nicolás, la Nikolaskirche. La tribuna que circunvalaba la nave central de Santo Tomás estaba recubierta con una gran pancarta en la que rezaba "Todos somos extranjeros alguna vez en alguna parte". Un grito solidario que recordaba a los visitantes el horror de aquel verano en el que los ciudadanos de la antigua Alemania Oriental se enfrentaban a la cruda realidad del liberalismo y reaccionaban atacando los centros de acogida de refugiados y solicitantes de asilo. Un grito solidario que continuaba en el gran panel que invitaba a los visitantes a dejar escritas sus oraciones y sus reflexiones. Y en el que entre tantas tarjetas de visita de turistas ávidos por dejar fe de su paso, puede encontrar una firmada por Ilse, 8 años, que escribió "Papá Dios, por favor, que mi otro papá encuentre por fin un trabajo". Tan actual y tan triste hoy como entonces.
Me recibió Santo Tomás al amor de la música. Por una feliz casualidad, en el mismo momento en el que cruzaba el umbral de la iglesia, comenzaba una Mottetenabend, una velada musical a cargo de la misma capilla de música que dirigiera el venerable Bach. Y que se iniciaba con el hermoso Wachet Auf que tantas veces había cantado con la Camerata Coral de la Universidad de Cantabria y al que me incorporé a media voz, borracho de sensaciones.
Entre turistas y músicas, entre palabras y memoria, en el centro, en un lugar preferente, la tumba de Bach. Sobria como su música, silenciosa como su música. Tan sólo una lápida oscura con una rosa roja en el centro y un nombre y una fecha grabados, dando testimonio de quien dejó en la tierra la memoria inexorable de su paso.
Fue Bach uno de mis primeros encuentros reales con la música, en la exploración de las piezas más elementales del Album de Ana Magdalena Bach. Fue Bach quien tantas veces me rompió en lágrimas, quién acompañó mis tristezas, quien me emborrachó de belleza. Bach, ese mismo Johann Sebastian Bach que nació en Eisenach un 21 de marzo y al que quiero recordar en este blog, cargado de gratitud, un 21 de marzo tan lejano.
http://www.youtube.com/watch?v=cZOL57lspSU&feature=fvwrel
4 comentarios:
Amén. Precioso comentario.
También fué de mis primeros, y nada me gustaría más que fuese el último.
Amado Joahn Sebastian Bach, quisiera escuchar tu música justo antes de morir.
Gracias por vuestros comentarios. La verdad es que tengo unos días en los que a veces me pregunto, como si fuera de ABBA, cómo podría vivir sin música. Y Bach tiene tal capacidad para conmocionarme que a pesar de que me estoy emborrachando de Händel y Vivaldi en los últimos meses, no sé si la historia, si mi historia, hubiera sido la misma sin Juan Sebastián Bach. Desde aquel minueto en sol mayor del Album de Anna Magdalena con el que me examiné de primero de piano hasta el motete Lobet den Herren con el que celebré ayer su cumpleaños junto a mis alumnas de música :)
Yo como trompetista también le debo mucho a Bach, que decir de las difíciles y bellas melodías que nos dejó en sus misas, cantatas,etc. Un abrazo Regino
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