Desde que decidieron organizarse a la manera de esas redes feministas o lgtb que tanto tanto detestan, desde que aprendieron de los think tanks ultraconservadores de Estados Unidos, desde que decidieron invertir dinerales en profesionales del agit-prop en red, se ha convertido en el pan de cada día el ataque a toda obra de creación, a toda mirada que no se adapte a sus estrechos y estrictos cánones, desde aquellos sectores que con claridad descriptiva podríamos definir como fanáticos religiosos. Que se crecen además con su amplia influencia mediática y con esa furia propagandística que les supone tener miles de voces cada semana ante un público cada vez más menguado pero también más enfadado y menos crítico.
En julio en Mérida y de nuevo ahora en Madrid, en el Teatro Español, escuchamos su griterío contra una foto, una simple foto, de una exposición que trata de recrear la historia del Festival de Teatro Clásico de Mérida entre bambalinas. Y que se ha atrevido a incluir una instantánea del actor Asier Etxeandia desnudo, porque suele ser necesario estar desnudo cuando han de maquillarte de cuerpo entero, con una imagen de una obra de arte, el Cristo de Velázquez en la mano, porque se le estaba maquillando para representar en un montaje la figura de un Cristo, y habían decidido tener ese genial y universal icono velazqueño como modelo. Oh, blasfemia.
Nada nuevo bajo el sol. Blasfemia gritaron en Granada a Los ballets del S.XX de Maurice Bèjart cuando bailaron un bellísimo pas de deux titulado "Juan y Teresa", que habla del fuego, de la pasión, del misticismo, a través de la recreación que de sus poemas realizara el genial coreógrafo. Grito al que por supuesto siguió el de "maricones" cuando el mismo ballet puso en escena una de sus más brillantes y celebradas coreografías, la centrada en El Bolero de Maurice Ravel. Blasfemia gritaron contra esos "intelectuales de mierda" a los que escupían mientras intentaban acceder a una representación de Leo Bassi en la que no pasaba lo que sus interesadas y fanáticas fuentes les habían contado. En muchas ciudades. Bomba mediante en uno de los camerinos.
Tenía pendiente esta reflexión desde julio, en la que tras el guirigay de Mérida se me ocurrió bromear en mi cuenta de Twitter diciendo que le iba a enviar al obispo de Santander un ejemplar de mi último libro de poemas. Seguro que encontraría allí, decía, algo más que suficiente para un anatema contra mi persona y mis versos que me garantizaría un estupendo incremento de ventas. Y allá que aparecieron al cuello (uno de los primeros síntomas del fanático es su absoluta falta de sentido del humor, siquiera de la ironía) como huargos hambrientos de la Tierra Media. Acusando de una perversa intención de herir creencias y susceptibilidades, una obsesión enfermiza por provocar, que no está en poemas como Nínive o Martirio de San Sebastián o Stabat Mater. Entre otras cosas porque esos poemas no hablan de ellos, sino de mí, de mi vida, de mis emociones, alegrías y dolores, y de aquellos elementos culturales con los que me fui forjando y formando como soy. Y que tampoco están, por idénticas razones, en ninguna de las obras citadas. Bueno, sí, en la de Leo Bassi. Que al fin y al cabo es un payaso en la mejor tradición del bufón y de la comedia del arte, y que tiene como horizonte único rozar los límites de la provocación contra el poder, contra todo poder. Eso es un bufón.
Quizás falta entender (o falta capacidad para entender) que hace ya muchos años que el perfil romántico del artista genial, entendiendo genio como generador de universos y mundos nuevos, cayó en desuso tras las vanguardias históricas. Que la percepción hoy del artista es sobre todo la de un transformador de códigos, que se apropia de la realidad y la adapta a sus propios deseos y fantasmas. Algo, la labor de apropiación y adaptación de símbolos, que ha sido connatural a todo arte y todo artista en todo tiempo. Con escándalo de las furias biempensantes a veces, con la complacencia de esos mismos poderes cuando estaban menos fanatizados y más cultivados.
Y es que la historia de la cultura, la historia de las civilizaciones, la historia de nuestra propia vida y referencias, nos dota de un repertorio de iconos y de significados que tratamos de reconstruir y de contar de nuevo en nuestro trabajo. Durante los siglos, la divinidad de Venus fue disculpa para el desnudo femenino, como la santidad de San Sebastián se convirtió en icono del desnudo joven y masculino, y acabó convirtiéndose en un icono clásico de la cultura gay. Por muchas razones y más que evidentes. El triunfo de los dioses, de los héroes y de los santos nos refiere de inmediato a la construcción de mitos con los que intentamos explicar el mundo. Cuando el artista prefiere explicar su mundo a explicar el mundo, tarea que es ésta del filósofo o del científico, de nuevo roba los mitos que se construyeron y se universalizaron, de alguna manera se objetivizaron, por parte de todas y cada una de las religiones, por todas y cada una de las artes, por todos y cada uno de los tratados de historia, las ciudades, la naturaleza, y cuanto ladrillo tomó parte de la edificación que nos dotó de personalidad propia. No podemos explicar el mundo, no podemos adentrarnos en nuestros fantasmas, sin las palabras, las imágenes, los sonidos, las formas que nos conmovieron o nos horrorizaron. Y por eso nos fascinan, cargadas a un tiempo de viejos y nuevos significados, los iconos culturales que se encuentran en la base de nuestros trabajos. Por eso adquieren esos mismos iconos una fuerza especial, que el lector o el espectador hacen también suya, y que permite establecer un fructífero diálogo entre el creador, la obra y el público. Nada hay de blasfemia, de provocación ni de ofensa más allá de la que cada uno quiera intencionalmente tropezarse en un mundo que desde sus limitaciones percibirá siempre como hostil y oscuro, mientras musita por las calles eso de líbrame, Señor, del Enemigo malo.
Sólo hay imágenes hermosas, sutiles, oscuras, bellas, delicadas, frías, violentas, dolorosas, cargadas de sentidos, que aprendemos paso a paso a hacer de nuevo nuestras. Como cuando por vez primera, en una epifanía luminosa, llena de voces, las tropezamos, quién sabe dónde, por vez primera.
4 comentarios:
Es realmene curioso: cuanto más"todopoderoso"es su dios, más"fina"tienen la piel sus adoradores y más intentan"protegerle"de...¿de qué?.
Cuando yo era jóven,cosa que se pierde en la noche de los tiempos,ya Exremadura alcanzó una fama notable cuando un policía municipal obligó a retirar del escaparate de una librería una reproducción de la"Maja Desnuda"de Goya por obscenidad manifiesta.
El tiempo puede pasar, pero los idiotas permanecen. (Y se reproducen con mucho éxito).
Menos mal que todas las noches rezo por mis prójimos y por ti también, con lo que te salvarás, aunque mi director espiritual me ha dicho que son muchos los rosarios que necesito para tu salvación, así que lo mucho que puedo hacer por ti es dejarte en el purgatorio :P
Nos encanta el quinto pÁrrafo. MAGNIFICUS.
Alfonso, no me reces mucho, no vaya a ser que acabe en el cielo con todos los del Opus, los de HO y los del Foro de la Familia ese. No sé si lo soportaría. ¿Tiene cuarto oscuro el purgatorio?
Ácido Girls :) Muchísimas gracias y bienvenidas.
Publicar un comentario