lunes, diciembre 26, 2011

CARMINA, LA DE SIERRA


Fue visitando el Monasterio de Suso, en San Millán de la Cogolla, buscando los orígenes de nuestra literatura, cuando a Carmina, la de Sierra, se le iluminó la cara, se le disparó la memoria prodigiosa y se le perdió para siempre esa modestia, esa falta de seguridad propia de las mujeres del medio rural. Y comenzó a explicar detalles de la vida de la reina Toda de Navarra, allí, donde tan curioso personaje encontró la piedra y el descanso definitivos.

Hacía ya siete años que habíamos leído "El viaje de la reina", de Ángeles de Irisarri, en el grupo de lectura formado en la Biblioteca de Villanueva de la Peña bajo los auspicios del programa "Espacio Propio", concebido para dar impulso, seguridad, oportunidades, igualdad, a las mujeres rurales de Cantabria. Un programa ambicioso, lleno de intención, en el que se apuntaba al crecimiento personal y social de mujeres que en la vida han tenido muy pocas cosas y menos oportunidades. Comenzamos allá por la primavera de 2004, alrededor de una mesa, sin muchos más enseres que las ganas de leer, en una tarde que significaba mi primer encuentro con las mujeres lectoras de Mazcuerras y el primer paso de los grupos de lectura que desde entonces formarían parte de "Espacio Propio". Y comenzamos con las peripecias de Toda de Navarra, contadas con estilo divertido y punzante.

Recuerdo como una primera anécdota el comentario "Pero se trata de acercarlas a la lectura, de que aprendan el hábito y así disfruten, y aprendan y ocupen de forma creativa y enriquecedora su tiempo. ¿Cómo se te ocurre llevar una novela histórica tan rara?". Pero doña Toda se quedó ya para siempre como un símbolo del placer en Villanueva, allí donde "leer engorda".

Y es que el grupo de Villanueva de la Peña estaba habitado por Todas y Todas. Por mujeres valientes, a las que nunca habían arredrado las dificultades. Mujeres que llegaban con sus vidas y sus historias, tan duras a veces, cargadas sobre los hombros y que al principio casi temblaban cuando, por fin, se atrevían a opinar, a mostrar su opinión crítica sobre el libro propuesto, a buscar el modo de engarzar las páginas y la vida, y así aprender a buscarse, a conocerse, a vivir con un fuego nuevo en la mirada. Cada una de ellas con esos pequeños detalles que la convertían en una luz especial y memorable. Y entre ellas la alegría y la curiosidad infinita de Carmina, la de Sierra.

Una mujer que siempre había disfrutado de los libros, a pesar de contar con una formación punto menos que básica, que había encontrado a duras penas tiempo para leer a lo largo de años devorada por el trabajo de una pequeña explotación ganadera, de los hijos, y de la memoria de ese marido que se le marchó tan pronto dejándola a cargo de tantas responsabilidades. Hablaba Carmina de los libros que leíamos sin pelos en la lengua, ajustando siempre cuentas con aquellos textos, capítulos, personajes que no acababan de convencerla, casi siempre entusiasmada con esa coletilla "Qué cosa, ¿eh?" que siempre venía anunciando una pequeña crónica feliz de las horas felices invertidas en Laura Restrepo y José Luis Sampedro, en Josefina Aldecoa y Dulce Chacón, en Emily Brontë y Elena Soriano, en Amèlie Nothomb y Antonio Marí, en John Steinbeck y en Meir Shalev... Y tantos y tantos que aprendieron a formar parte de la vida, de la risa, del alma de Carmina. Que leía más rápido, que terminaba los libros antes, que con voracidad pedía más y más libros, más y más vida, más y más tiempo.

Ahora que leemos grandes estupideces en la prensa regional sobre lo que fueron los programas de integración y promoción de la Dirección General de la Mujer del gobierno anterior, esas en las que la consejera Leticia Díez afirma sin vergüenza alguna que lo que necesitan las mujeres de los pueblos es que otra mujer les cuide las vacas para que puedan irse de vacaciones, quiero recordar en esta Navidad que nos ha dejado sin Carmina, a una mujer, a una mujer con nombre, con rostro, con historia, que vivió desde dentro todas las oportunidades que por vez primera se le ofrecían, una mujer cuyo entusiasmo no pudo ser roto por los años, que lunes tras lunes acudía a la biblioteca con su bicicleta para seguir leyendo.

Ahora que se buscan disculpas y excusas para borrar lo escrito, quiero dar las gracias a Chabela Méndez, que supo ver las necesidades de tantas mujeres de Cantabria y trabajó duro para encontrar respuestas. Las gracias a Pili, la bibliotecaria de Mazcuerras, que ha sido un ángel comprometido con el bienestar de "sus" mujeres. A Celestino, que en su etapa como Alcalde de Mazcuerras, y a su concejala de cultura, Ana, abrieron la puerta al programa. A Lina, la Nena, Milines, Margarita, Evangelina, Rosina, Sarín, Bernardina, y todo ese largo etcétera de lectoras que han ido pasando por los grupos de lectura, con las que he aprendido a compartir emociones, sueños y pesadillas, de las que tanto he aprendido y tanto he recibido, que han formado parte de momentos mágicos y que supieron estar cerca cuando el cáncer se llevó a Leo.

Las gracias a Carmina, la de Sierra, la invencible, la generosa, la alegre, la lectora, la sabia, la memoriosa. Que ha firmado tantas páginas de su historia entrelazándolas en la mía. Que se ha marchado con discreción, después de recordarnos que el trabajo, la dedicación, la vocación tienen su recompensa, de hacer que nos sintamos queridos y valorados. Después de habernos recordado, sí, de nuevo, que los libros nos salvan.

1 comentario:

BRUNO6 dijo...

¿Qué magníficas mujeres!. Y que maravillosa Carmina, me hubiese gustado conocerla.
Me uno a tu agradecimiento a todos/as los que fomentan la cultura entre los que no han tenido demasiadas oportunidades, y te felicito a tí por ser uno de ell0os.

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