Definitivamente no, no soy como Shangay Lily. No soy deslenguado y provocadora, no soy divertida y afilado, no soy actor ni diva. No tengo esa furia que exhalan sus escritos de carácter político y social, ni esa capacidad para los guiños mordaces y cómplices con los que se sube al escenario. No soy capaz de un compromiso abierto las 24 horas. No soy extravagante ni plumífera. No tengo su ternura para los que quiere ni su coraje ante quienes cuestionan su libertad, es también la libertad de muchas y de muchos.
Me encontré con Shangay Lily en las redes sociales, después de haber sido espectador ocasional de algunas de sus apariciones televisivas, de haber leído algunos textos en revistas dirigidas al público lgtb y de haber aprovechado alguna escapada a Madrid para acercarme a los que fueran míticos Shangay Tea Dance. Y comentario a comentario, fui sintiéndome a un tiempo cerca y lejos del peculiar personaje que ha construido, puede que para poder sacar a la calle un corazón que he descubierto en algunos momentos frágil y de fácil daño, ese al que protege con vestimentas y ademanes estrambóticos. Cerca y lejos, porque yo no soy como Shangay. Y por eso me encantan algunas de sus facetas tanto como me horrorizan otras. Y me rinde a veces su ingenio y envidio su pluma más afilada, dañina y transgresora, pero me cuestiono otras sus modos y su exceso. Me conquista con sus argumentos rebeldes y me aleja cuando a veces los equivoca estrepitosamente. Y, no puedo evitar decirlo, no me gusta cuando se mete a literata. Pero sí sé que comparto con él una pasión feroz por la libertad de todos y de todas, una apuesta por una sociedad abierta en la que cada uno podamos ser como nos salga de la punta de la pluma, amar a quien queramos y follar con quien podamos. Comparto su capacidad para ponerse de pie y defender su dignidad contra tirios y troyanas, su convicción de que en cuestión de derechos no son admisibles nunca los pasos atrás. Su férreo gesto de bastión para la defensa de las personas lgtb, un bastión que no vuelva a permitir el paso de los armarios ni de las injurias institucionalizadas.
Se ha convertido Shangay desde hace unos meses, tal vez lo fuera antes ya, en objetivo favorito para los disparos de casi todos. Integristas religiosos y mediáticos, trolls en red y militantes de la caspa, y hasta homosexuales que se indignan por la firmeza de sus valores y acusan a la actriz-divo de ser la causa última del odio social contra los homosexuales porque, al parecer, nos da mala imagen y se piensan que todos somos como ella. Hasta el punto de haber recibido ocasionales amenazas de muerte y sartas constantes de improperios.
Como he dicho, y por si todavía no lo habéis pillado, yo no soy como Shangay. Shangay, su personaje público porque al privado no tengo el honor de habérmelo tropezado, me maravilla y me horroriza a un tiempo. Pero tengo claro que los ataques que recibe son ataques que no me maravillan nada y me horrorizan mucho. En primer lugar, porque siguen la maldita estela de la proscripción de la pluma a la que se han lanzado muchos homosexuales "respetables" y todavía más muchos homosexuales ocultos. Porque sus miedos, su incapacidad para transgredir regla alguna, su imposibilidad para superar ciertas dosis mayores o menores de odio a sí mismos los escupen contra quienes son visibles, más visibles, evidentes, más evidentes. A los que suelen calificar como "mariconas" y "mamarrachas". Y yo a eso no juego. Porque la libertad, la dignidad y los derechos son para todos o no son para nadie. Y porque tengo la suficiente memoria y gratitud como para recordar que fueron las mariconas y las mamarrachas las que nos abrieron las puertas que nos permitieron un día salir a la calle con la cabeza alta. También a las mari-respetables y hasta a las mari-armarias.
Y en segundo lugar, porque Shangay tiene todo el derecho del mundo a elegir quién quiere ser y cómo quiere ser, tiene todo el derecho del mundo a defender sus ideas y sus valores, tiene todo el derecho del mundo a pelear contra los enemigos y a discutir con los adversarios.
No soy como Shangay. No soy irritante ni excesiva, no soy sutil unas mañanas y desvergonzada otras. No juego a transgredir las convenciones binarias del género ni soy capaz de su desparpajo. Pero de alguna manera soy amigo de Shangay, soy amigo de cuanto representa. Y soy capaz de afilarme las uñas a lo Fu Man Chú, de pintármelas de violeta feminista y de arañar a quienes desde su pequeñez y su convencionalidad, desde su incapacidad para el diálogo o el argumento, desde sus prejuicios y sus universos grises, violentan, atacan, insultan y amenazan cada día a esta impagable diva simplemente por ser quien quiere ser y vivir según su elección y sus normas. Porque la libertad de Shangay es también la mía. Y porque la grisura de los "respetables" sería también para mí una vida sin colores.
Y como escribió poco antes de morir en su Facebook Leo, mi Leo, "Colores. La vida son colores". Y plumas añado yo. Así que mi querido señora, Stand By Me.
5 comentarios:
Yo tampoco creía que fueras Shangay. Ni falta que te hace. Tú te haces respetar y valer de manera normal.A mí me marean los personajes estrambóticos como ella o la Belén Esteban. Yo también le digo a mi hija que se coma el pollo y por mis hijos MAAAATO. Pero no me convierto en una barriobajera para lograrlo. Y por ello no dejo de ser una madre como ella (que es en lo único que nos parecemos al Demonio gracias)Y a tu Glenda me la como con papas con la campaña política que lleva.
Que cada cual sea como quiera ser. Lo que me hacía falta a mí, poner trabas a los demás y ser como ellos. Uf.
Por cierto, viva Jerez ¿no?jjj :))
Viva Jerez.
Pero no es eso lo que quiero decir, Ágata, aunque me he enredado un poco, creo. Me refiero a que cada uno somos libres para elegir nuestra vida, nuestros modos, nuestro estilo, nuestro camino. Y que a lo mejor deberíamos asumir nuestras propias responsabilidades y no estar siempre pendientes de espejos o antiespejos ajenos.
Quienes dicen que no son como Shangay y que es gente como Shangay la que desprestigia a los homosexuales proyectan sus miedos, su autofobia, su incapacidad para aceptar quiénes son y su relación con su entorno.
A mí no me preocupa qué pueda ser, decir o hacer Shangay en ese sentido, porque quienes tengo alrededor saben quien soy, y creo que hasta yo poco a poco lo voy sabiendo. Soy yo quien me gano el respeto o el desprecio de quienes tengan cerca, y sería mezquino echar culpa alguna a quien básicamente se limita a ejercer su libertad.
Eso sí, en negativo nada me viene de Shangay, pero en positivo sí. Porque es una luchadora tenaz. Y porque mientras sé que no puedo contar con quienes se horrorizan con plumas y turbantes para defender mi dignidad y mis derechos, sé también que siempre habrá Shangays cerca que no tendrán problemas ni pelos en la lengua para luchar por las causas que son justas para él y me benefician a mí.
Te he entendido desde el principio.Quizás sea mi comentario el que nos ha liado.Belen Esteban es lo que tiene,que nos lía.jojojojo.Un beso,guapo.
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