sábado, febrero 24, 2007

MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA ...


Nuestro Santander nunca será patrimonio de la humanidad, qué le vamos a hacer.


Con esa endémica languidez, solemos achacar la pérdida de nuestro patrimonio arquitectónico a la fatalidad: incendios, pestes, explosiones ... Y parte de verdad hay en el recuerdo a acontecimientos que desfiguraron gran parte de nuestro rostro histórico. Pero la parte del león de la responsabilidad es de una gestión de la ciudad más empeñada desde hace ya muchísimos años en la destrucción sistemática de calles y edificios emblemáticos que de salvar para el tiempo el entramado urbanístico que hubiera podido acercar el casco histórico de Santander a la belleza bruja de tantas y tantas ciudades repartidas por la vieja Europa.


De las pocas cosas que nos han quedado de los fastos del 250 Aniversario de la concesión a Santander del título de ciudad, la maqueta del Santander del XVIII, expuesta en el Palacio de Exposiciones (gracias a José Luis Casado Soto y demás responsables de la recreación) nos hace soñar con lo que pudo ser un pequeño Dubrovnik: Murallas limitando el mar, castillo, atarazanas, ría, puentes, calles nobles con palacios de piedra, conventos intra y extra muros ...

La cosa es que cada vez nos quedan menos. Parece mentira pero muchos años ya desde la constitución de los ayuntamientos democráticos tras la muerte de Patxi no sólo hemos visto caer víctimas unas veces de la desidia municipal (y recordemos que siempre ha estado la ciudad gobernada por el PP y etiquetas asimilables), víctimas otras de la especulación urbanistica (que viene a ser parte del paréntesis anterior pero incorporando mala fe y quién sabe qué oscuros intereses crematísticos) edificios y calles. De ese Sardinero que a nuestra derecha le gusta tanto y que pudo haber sido casi un Estoril, con los paseos de Pérez Galdós y Menéndez Pelayo llenos de quintas de recreo, y el propio Sardinero plagado de hotelitos con encanto, palacetes y evocaciones de los felices 20, poco es lo que queda. Y ya insuficiente como para configurar un conjunto histórico artístico de verdadero interés. Casas pintorescas, típicas o características han sido deformadas hasta hacerse irreconocibles por toda la ciudad, se han puesto miradores de PVC en el Paseo de Pereda (conjunto histórico artístico, no lo olvidemos) cuando no han sido derribadas para imponer horribles bloques. Y las joyas de la corona siguen desatendidas y así continúan: en ruinas y en una degradación que va a más.


Todavía no han saltado a los photoshops electoralistas al uso la Cámara de la Propiedad Urbana (pequeña monada del estilo historicista del XIX) o los fuertes de la Marcua, pero parece que se empieza a hablar de la rehabilitación del Palacio de los Riva-Herrera o de Pronillo. Se empieza de nuevo, porque desde que alcanza mi recuerdo, nuestra derecha ha prometido su rehabilitación y recuperación para la ciudad. Puede ser interesante recordar que muchos de nuestros actuales gobernantes son los mismos que permitieron que se construyera en los terrenos de Riva-Herrera una urbanización de chalets adosados, desfigurando para siempre el conjunto y limitando enormemente sus posibilidades. Hay que recordar que, conforme a lo que afirmó en unas jornadas del Foro de Becedo el actual Director General de Cultura, en más de una ocasión la casona santanderina ha devuelto las partidas asignadas para la recuperación del conjunto de Pronillo y otras no ha devuelto los dineros pero no los ha invertido en la restauración del que sin duda es nuestro más alto ejemplo de arquitectura civil.


Pero ahora nos dicen de nuevo los que dejan que se caiga (tal vez querían jugar al Exin Castillos o al Lego, como ocurrió con el Mercado del Este) que ahora quieren hacer un Centro de Referencia de las Artes, cualquiera cosa que sea esta. Hombre, yo pensaba que el Museo de Bellas Artes de Santander, más el Museo de Cantabria, más el espacio expositivo del Mercado del Este etc podrían cumplir esa función de referencia artística, si se les tuviera un poco menos abandonados, pero en fin. Lo que me preocupa, sobre todo, es que como ya es costumbre en Santander, antes de definir qué se quiere hacer en Pronillo, para qué uso ciudadano va a servir Pronillo, y en consecuencia qué directrices y necesidades deben marcar el proyecto de restauración. Abriendo, por supuesto, consultas a los colectivos culturales y cívicos, vecinos, expertos y tomando decisiones previas. Si no, y como también es costumbre, el edificio será luego inútil o defectuoso para los usos deseados a posteriori y acabará de almacén o sede de oficinas (y si no, recuerden Villa Florida).


Y es tanto, tanto y tan bueno lo que se puede hacer en esas viejas ruinas ...

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