Pudo haber sido hace muchos muchos años, por la huella, la intensidad, el peso de tanta ausencia. Pudo haber sido ayer mismo, por la imagen vívida de las horas que precedieron a aquel primer encuentro. El caso es que fue un once de abril, en el medio de una Semana Santa, cuando viajé a Madrid, en dirección T-4 para recibir al vuelo de Iberia Montevideo-Madrid que aterrizaría a las siete de la mañana.
Fue una tarde agitada la de la víspera. No era un buen momento para hacer días en Madrid, como al principio habíamos pensado, así que se trataba de dejar la casa lo más presentable posible, de sacar un buen rato a Glenda y dejarla bien relajada porque tardaría unas horas en volver al parque. Se trataba de picar algo, de tomar una tila que de todas formas no sirvió para nada, de llegar a la Estación de Autobuses de Santander y coger el supra nocturno de la Continental para llegar a Avenida de América, coger el autobús y bajar en la T-4 sólo dos minutos antes de que se anunciara el aterrizaje esperado. Tiempo más que ajustado para tomar un café y un bollo que me aliviaran del peso de una noche en estado pre-histérico, sin pegar ojo en el autobús, mirando cada cinco minutos el mensaje que unas horas antes me había llegado al móvil "Voy a embarcar. Que no se te olvide ir a recogerme :-) ". Y una foto en la que estaba diciendo adiós a su madre, su sobrina, sus amigos de allá, junto a una maleta mucho más grande que él.
Qué difíciles habían sido los meses anteriores. Esos meses en los que decidimos que nos queríamos dar una oportunidad tras mucho tiempo, muchas horas compartidas hablando y hablando y hablando. Meses en los que nos dimos cuenta de que a este país resultaba casi imposible llegar con los papeles en regla, en que comprobamos que muchas personas miraron hacia otro lado para no hacer unos mínimos esfuerzos, a veces un simple papeleo, que hubiera permitido adelantar el permiso de trabajo, el visado, los malditos trámites, unos cuantos meses. Unos esfuerzos mínimos, creo que a veces más que merecidos por mi parte, que no se hicieron con disculpas, mentiras, engaños (hasta llegaron a cobrar por las gestiones que no habían hecho), y que nos hubieran regalado meses de felicidad juntos.
Llegué a pensar que, simplemente, era imposible, estuve a punto de tirar la toalla. Pero Isabel, Pili, Araceli, Agustín, Miguel, son nombres a los que siempre agradeceré su particular aportación para que un sueño fuera posible.
Me temblaban las piernas, hora y media más tarde, cuando después de aduanas y papeles y controles de pronto Leo amanecía, llenando de sol aquella mañana de primavera, por la puerta de llegadas. Muchos adjetivos, sí, podrían aplicarse a Leo y seguro que tímido no es uno de ellos. Pero llegaba cansado, con una sonrisa apenas esbozada, buscándome con los ojos, creo que con esa incertidumbre que siempre acompaña a los grandes cambios. Y casi vencido por una maleta que le doblaba en tamaño y en peso, a él, a Leo, tan menudo.
Nos fundimos en un abrazo, en unas primeras palabras, tratando de contener los nervios. Y comenzamos a construir ese tiempo, ese breve tiempo, en el que intentamos hacer de los dos uno. Pronto el paseo por Madrid, el desayuno, el almuerzo antes de subir al tren, la llegada a casa cargados de trastos, el recibimiento de Glenda, el primer paseo los tres por Santander, la excursión del domingo a Pedreña para iniciar a Leo en los milagros de la gastronomía española, delante de unas espléndidas almejas a la sartén, unas gambas a la plancha, unos chipirones encebollados y unos bocartes, bien acompañados por un delicioso Rias Baixas (Mar de Frades) bien bien frío. Pronto la primera tortilla de patatas que le preparé para cenar y que me obligó a pelar patatas noche tras noche, semana tras semana.
Aprendimos a comprendernos, a convivir, a aceptar una parte de las rarezas y particularidades ajenas. Discutimos un par de veces, y fuimos capaces de salir de la crisis. Compartimos Madrid, Lisboa, París. Me reveló tantas veces su humor, su vitalidad, su amabilidad, su acidez. Nos acurrucamos contra el frío en el sofá, compartimos la cama y el placer. Caminamos en par por la vida.
Compartimos el hospital y la enfermedad, y nos hicimos así fuertes, más fuertes. Pero no tanto como para esquivar el golpe: Decían en una inscripción funeraria griega que "los elegidos de los dioses mueren jóvenes". Y algún dios celoso debía de habitar más allá de las nubes, soñando con la sonrisa infinita de Leo, algún espíritu más fuerte que el amor y que las ganas de continuar luchando. Dejando para siempre la imagen de un Leo hermoso, joven, vital, sexy, enérgico, lleno de carácter, protagonista de tantas anécdotas. Un Leo lleno de luz que atrapaba como un imán las miradas.
Un Leo muy pequeño, menudo, escondido detrás de una enorme maleta, que se marchó dejando una ausencia gigantesca, un dolor infinito, una herida en el alma...
12 comentarios:
Un beso grande, el 11 de abril siempre será un recuerdo feliz.
Beluca
Lo expresas tan lindo, con tanto amor que... no sé, me parece que Leo te está leyendo desde su butaca de platea en el cielo :(
Todo lo que trazamos con verdadero Amor a través de la palabra escrita tiende un puente hacia la eternidad...
Santander es mi ciudad predilecta para parar el tiempo ;) un atardecer en Sardinero al lado de Mike...
Un abrazo.
Una herida muy grande Regino, tan grande que me duele a mí. Un abrazo, amigo, sabes que te comprendo. Es lo que tiene ir heridos en esta vida, incompletos. En fin. Te queremos un montón desde el Sur!
Beluca, Mar, Alfonso: Muchas gracias por estar siempre al otro lado de la pantalla (y a veces a éste, je). Supongo que al final está la necesidad de compartir, de pensar, de sentir que a pesar de la fractura caminas en compañía, en compañías, aunque no sea ya la suya.
Besotes y ... Alfonso, no sé si voy a poder pero intentaré ir a Jerez en la excursión de la Frantic. Si no, me organizo otra personal.
¡Guauuu, se lo diré a la Agata!! :D
el recuerdo es dulce, conmovedor, y estoy convencido que desde las nubes habrá recuperado la sonrisa.
Segurísimo
No puedo contener mis lágrimas de la emoción. Tan sólo puedo decirte que lo recuerdes como alguien especial que pasó por tu vida y que formo parte de esa felicidad que a veces crea el vínculo de dos personas.
Un abrazo.
Que bonita dedicatoria, y que foto tan original!!!deberían de ser más abiertas las fronteras (sobre todo las mentales), me has emocionado como siempre que te leo...el tema papeles sin comentarios!un abrazo muy fuerte
*la cuadros-kurdos*
Que historia tan bonita, te seguiré de ahora en adelante.
Diego, Miguel Ángel, Cuadros.Kurdos: gracias por vuestras palabras. Queda tanto por sacar, tanta nostalgia ...
Este año el cerezo que plantamos en su recuerdo ha florecido de forma enérgica y con unas flores grandes y preciosas. Supongo que en ellas está esa sonrisa que apuntaba Diego.
Pero hay mucho amor, aunque parezca una tontería. Y cuando paso por Corvera, por el pueblo donde crece, necesito pasar unos minutos a solas con él.
Anónimo, muchas gracias.
Espero no decepcionarte, aunque este blog creo que gana cuando por mis dedos escribe Leo. El resto ... bueno, te vas a encontrar política, crítica, un poco de humor, un poco de mala leche.
Pero me alegro de que este primer encuentro te haya gustado. Bienvenido siempre que quieras.
Lo cierto es que Leo se siente muy cerca.
Lo bueno de lo malo, cuando alguien querido se va, es que no se aleja, está cerca en cualquier sitio, en cualquier gesto, cualquier olor nos lo hace presente y eso, tiene un cierto regusto, un ensueño que recrea lo que otros sentidos ... no permiten.
Gracias por compartir tus emociones.
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