Dentro de sus obsesiones compulsivo-frenético-enfermizas con la homosexualidad, Monseñor Reig, ordinario de Alcalá de Henares, después de enviar al infierno a todos los homosexuales, con especial hincapié en los frecuentadores de locales de hombres nocturnos, ha decidido continuar su campaña de curandero iluminado publicando en la web de su obispado complutense cartas agradecidas de gays que por la gracia de Dios han sido curados de su perverso estilo de vida.
Pero para enfermedad enfermedad la furia episcopalis o episcopalidad galopante. Una grave alteración de las neuronas y del sistema emocional que provoca desórdenes histéricos, anula la humanidad, amordaza la capacidad de raciocinio y condena al individuo a un oscurantismo fanático que le condena a la disociación temporal y al convencimiento de que no hemos salido de una Edad Media en la que la plaga episcopal campaba por sus respetos.
Hemos recibido en este blog pecador donde los haya la carta de un ex-obispo, Monseñor X (pidió que respetáramos su anonimato), para contar su experiencia y dirigirse a los afectados de episcopalidad galopante explicando que su enfermedad se puede curar.
"Yo era un desgraciado. Vivía en un infierno de hombres oscuros, de extrañas vestimentas y personalidad insatisfecha, de modos amanerados, lengua viperina y universo autorreferencial que poco a poco me fue obligando a olvidar la realidad, a priorizar como tema de conversación básico la última moda en casullas y las ofertas de verano de las tiendas de imaginería. En ese infierno, habitaba yo como drogado por el penetrante olor a moho revenido de las sacristías, como abotargado por el infinito olor a polilla y polvo de las basílícas y catedrales, como ensimismado por la peste a sudor reseco y a pellejo rancio de las beatas y los sacristantes. Sólo la angélica inocencia de los monaguillos adolescentes a los que en mi desolación transformaba en turbios y provocativos efebos, sólo la dulzura de las mansas jovenzuelas que se postraban ante mí y para contarme sus encendidos amoríos y sus ocultos deseos abrían lujuriosas las vírgenes bocas, era capaz de sobresaltar lo poco que de humanidad en mí quedaba.
Adiestrado a una disciplina militar, férrea, sectaria y violenta, convencido de que cualquier gesto que implicara abrir el corazón hacia el mundo sería contestado por mis superiores y mis iguales, me empujaría fuera de la secta en la que mi mediocridad intelectual había encontrado regocijo, acomodo y patada hacia arriba, me arrancaría del cómodo sitial para obligarme a vivir en un mundo hostil en el que yo ya no sería nada, ya no sería nadie, me acomodé a los placeres mansos, a los gestos de damisela, a la altiva presunció de galas exquisitas llenas de bordados, a descansar la mano sobre muslámenes tibios, me acostumbré a juzgar, a humillar, a denostar, y empujado por la fiebre fanática que mi enfermedad provocaba, gritaba más que nadie y condenaba a todo quisque a las penas de un infierno que entonces no sabía estaba en la propia oquedad que ocupaba en mi pecho el lugar donde debiera haber estado un corazón.
No sé cómo fue. Algunos amigos que todavía no se habían apartado de mí asqueados por mi purulenta y pastosa moralidad decidieron ayudarme. Y no sin esfuerzo me empujaron a la lectura, al cine, a la música, me acompañaron a ese mundo donde yo veía infierno, vicio, corrupción y en el que sólo hallé vida, plena, dolorosa a veces, exultante otras. Sin tardar mucho en sentir cómo refrescaba mis pulmones un nuevo aire en el que los placeres de la carne eran un bien, una fiesta, una entrega entre dos personas que se aman hasta la consumación. En sentir cómo mi sangre bombeaba sin prejuicios y sin escorias milenarias hacia mi cerebro y me permitía pensar y sentir, esas dos grandes actividades atrofiadas durante años por mi condición de obispo. Y comprendí que Dios nos quería festín y vida y no pústulas y negación.
Con cuánto dolor observo ahora los años extraviados en los infiernos de esa enfermedad que me corroyó las entrañas, que me dejó sin alma y que me robó lo mejor de la vida. Cuánto sufrimiento observo en quienes se reúnen en los Días del Orgullo Episcopal, sínodos y concilios varios, para celebrar su propia discapacidad y hacer ver que es noble y digno lo que no es más que un virus que no mata la carne sino el alma, que pudre la conciencia y te convierte en un sucio hipócrita.
A todos los que aún permanecéis bajo las garras y la fiebre de tan dura enfermedad, a quienes pensáis que nunca podréis sanaros de la Episcopalidad Galopante, os animo y exhorto. La gran noticia es que la Furia Episcopales tiene cura. Salid a la calle, hablad con la gente, amad, entregar vuestros cuerpos y vuestras almas, disfrutad, reíd, pensad, adoptad un perro abandonado, encontrad una mujer o un hombre que os acompañe en el día y en la noche, en la mesa y en el lecho, leed poesía, disfrutad de las mejores novelas, id al cine no a escandalizaros sino a regocijaros con la divina luz de la creación que cada día estalla en el arte, no juzguéis, pues sólo así os libraréis de ser juzgados. Haced el bien. Respetad. Vivid.
Abandonad como yo lo hice un estilo de vida ingrato a los ojos de Dios y de la sociedad. Crecer como personas y descubrir todo lo que de hermoso hay en el mundo está a vuestro alcance, como lo estuvo al mío. Ser obispo, amigos, hermanos, camaradas, no es una enfermedad mortal, una condición inexorable: ¡Tiene cura! Pero sólo para quienes de verdad aceptéis el infierno en el que venís deambulando y pidáis perdón por el daño que vuestro fanatismo absurdo e irracional continúa haciendo cada día.
Yo me curé. Vosotros podéis curaros. ¡Aleluya!¡Aleluya!¡Aleluya!"
(Firmado, Monseñor X, ex afectado por la Episcopalidad Galopante, Ex-obispo)
8 comentarios:
spero que ese Dios que ellos utilizan para castigar a los que no viven como ellos predican, les acoja en su cielo, sin pasar por el infierno que sin duda se merecen por promiscuos y pederastas, siendo los menos adecuados para dar lecciones de nada.
Ya decía Sartre eso de "El infierno son los otros". Y si los otros son una conferencia episcopal, preside Pedro Botero el aquellarre.
Pues yo, mi querida "María Carrera", ateo convencido; encontraría de justicia poética que lo que esas alimañas clericales reparten a los cuatro vientos fuese cierto solo y exclusivamente para sus propios creyentes. Y así recibiesen premio o castigo eterno según hubiesen saguido las doctrinas de amor que ellos mismos dicen que explicó su ellos mismos dicen fundador Jesucristo.
¿Amor al prójimo?. Qué demonio saben esos psicópatas de Amor?.
Que dice la Conferencia Episcopal, a través de su portacoz, Monse Martínez Camino, que el comportamiento de los homosexuales es desordenado. Quiero aclarar a través de mi portavoz oficial que soy yo mismo que mi comportamiento es muy ordenadito: Primero nos ligamos y seducimos. Segundo, nos magreamos un poco mientras tomamos un gin tonic. Tercero, Nos magreamos más y metemos mano por donde sea menester. Cuatro, nos comemos las babas y metemos la lengua hasta el gaznate. Cinco, un traje de saliva siempre ayuda, con zapatos y calcetines y todo. Seis, monseñores, que ha ganado Hollande en primera vuelta: un buen francés es obligado. Siete, sólo resta escoger postura y meter lo que haya que meter por donde se pueda meter. Ocho, que me voy, que me voy, que me voy. Siempre en orden eh, cálmense, siempre en orden.
juas!!! jjj, te lo digo en andalú... que jartura de curas pisha!!!! de verdad, hasta el gorro estoy ajú!
Me gustó. Mucho. Me lo llevé, también, al Fcbk. Es imprescindible. Un abrazo.
De que forma tan clara queda patente lo absurdo cuando damos vuelta a la tortilla.
Muy buena esta entrada!
Querido sobrino: Tita Paris, o sea yo, que ha recorrido muuuucho mundo y ha remangado alguna que otra sotana y jugado lascivamente con lo que esconden debajo, te asegura con total seguridad (redundancia totalmente buscada)que ya viven en su propio infierno y esa falta de humanidad, esa inquina ante la libertad y ese estreñimiento que sufren en el alma es lo que les lleva a su verborrea diarreica y podrida.
O sea, sufren en su propia mezquindad, y su pérdida de influencia les hace sufrir aún más.
besos:
PARIS
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