martes, junio 07, 2016

EL INSTANTE DEL FUEGO. Un poema en los 75 años del Incendio de Santander


En la Semana para descubrir los cementerios europeos, que busca destacar y divulgar el rico patrimonio cultural de tan peculiares vecinos, el cementerio de Santander, Ciriego, lleva ya tres años celebrando una jornada nocturna, un paseo cultural por la memoria del espacio acompañado por un subrayado de música, luces y poesía.
 
Como parecía lógico, la tercera edición de Arte para la eternidad, que así se llama esa velada quiso centrarse en las huellas que el tremendo incendio que arrasó Santander en 1941 había dejado por el camposanto, con estaciones en el muro occidental, en la cruz central y en las tumbas de Emilio Pino, a la sazón alcalde de Santander, y las de las familias Pérez del Molino, la pérdida y la reinvención del comercio del centro, y Quintana (Óptica Samot), los hermanos que apenas salvaron sus cámaras de su establecimiento de fotografía y que continuaron su trabajo, dejándonos testimonios como el que he elegido para ilustrar esta entrada del blog: la ruina de su propio trabajo.
 
María y Patricia, siempre llenas de ilusión y empeñadas en la labor de reivindicar el patrimonio de Ciriego, me invitaron a participar precisamente en esta estación, la que recordaba a Tomás Quintana y su hermano Alejandro. Y allí leí el pasado sábado 4 este poema compuesto para la ocasión.
 
EL INSTANTE DEL FUEGO
Recordando a los fotógrafos Tomás y Alejandro Quintana, SAMOT, 75 años después del Incendio de Santander
 
 
I.
                            Pero el cadáver, ay, siguió muriendo (César Vallejo)
 
Un castillo de naipes
y un fósforo encendido
forman parte del rito de la muerte
y del renacimiento.
La Fenice,
Sodoma, Santander, la biblioteca
de Anna Amalia de Weimar, Roma, Londres,
el Reichstag, San Francisco, Fort MacMurray
hace sólo unos días, Samarkanda,
el Palacio de Macho, Tetuán,
la Baixa de Lisboa, por donde paseábamos
rozándonos las manos se desploman
por el peso del fuego
contra su propia entraña.
Nuestra historia es también la que se oculta
bajo mil toneladas de ceniza,
una estirpe de escombros
inevitable, sucia, descarnada.
 
II.
                            Serán cenizas, mas tendrán sentido (Francisco de Quevedo)
 
Algunas raras veces se despierta
la vocación del héroe en nuestra oscura
rutina. Comprendemos que no vamos
a sollozar delante de las brasas,
que entre riesgo y silencio hoy va a ganar el riesgo,
que no tenemos tiempo de salvar
lo que vieron los ojos y las máquinas,
la implacable memoria revelada
de la ciudad y de quienes la habitan.
 
No vacilan las manos cuando escogen
las gafas milagrosas y esa Leika
que un segundo después, a salvo apenas,
registrará la ruina de todo lo que fuimos.
 
 
III.
 
                            Ya que así me miráis, miradme al menos (Gutierre de Cetina)
 
Es un acto de amor guardar el grito,
disimular la ira, contener
en el estanque turbio de los ojos
la furia de las lágrimas, alzarse
como si todo no hubiera sucedido,
como si fuera el fuego sólo sueño,
pesadillas de ausencias y tizones.
Y volver al trabajo con la cámara
temblando entre las manos, dando forma
a esa nueva memoria que ahora nace
de las pavesas como un ave fénix
que soberbia se alza ex igne nata.

1 comentario:

Rafael dijo...

Incendio que destruyó primero y transformó, después, poco a poco, una ciudad entrañable y señorial.
Felicidades por dejar este testimonio en tus versos.
Un abrazo.

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