"El blog anteriormente conocido como Un Santander Posible y como Desde una habitación desordenada"
martes, noviembre 27, 2007
martes, noviembre 20, 2007
Cristina López Lifting, supongo que con algunas copes de más, continúa imparable con su campaña publicitaria "la familia resiste, arcopal también". Resulta que la chica tiene un consultorio sexual (si señoras y señores, no se rían, de S-E-X-O) en su programa nuestro de cada día. Y dedicó en una de sus últimas emisiones, de manera monográfica, a explicar como cienes y cienes de pobrecitos y miserables gays y lesbianas habían conseguido cerrar sus profundas heridas personales y abrazar la siempre fascinante causa de la heterosexualidad gracias a las terapias propuestas por algunos de esos sabios del lugar a lo Polaino. En concreto, a partir de lo escrito (ya saben que el papel lo resiste todo) por un tal Richard Cohen, de los Cohen de Alabama, nada que ver con Emma, y que responde al dulce título de "Conocer y sanar la homosexualidad". Por fin editado en español por la editorial Libros Libres (Dios Nos Libre) y recomendado para los estudiantes de Secundaria por el Gobierno (PPopular) de La Rioja.
Al parecer, este libro desarrolla una interesante teoría. Los homosexuales somos seres fracturados, heridos, aniquilados, masacrados, cateterizados, estigmatizados, sofronizados, sodomizados y además sociopatizados en lo más profundo de nuestras negras e infinitas almas. Si el Cohen llegara a hurgar en nuestras heridas, ah la madre opresiva, oh el padre ausente, uh el y yo qué sé, por fin decidiríamos romper nuestro luciferino "estilo de vida" (los ultras yanquis llaman así al hecho de aceptar que amas a otro hombre o a otra mujer) y abrazaríamos la santa heterosexualidad (y supongo que acabaríamos yendo a mamarla a Parla, pero a escondidas. Y luego a confesar, claro).
La tesis, como verdad universal, me parece interesante y tan inteligente como cabe esperar de La Lifting. De hecho, y en siendo universal verdad, me atrevería a proponer que nos aplicaran a todos la terapia reparativa. Más que nada porque siempre he pensado que alguna profunda herida en su alma han de tener los hombres heterosexuales para no darse cuenta de lo buenorro que está, por ejemplo, Hugo Silva. Estoy seguro de que si los heteros se atrevieran a observar el pozo sin fondo de su alma acabarían probando el dulce bien del amor semejante. Y quién sabe los resultados... pero a mí la verdad es que Acebes me da un morbazo ...
Llevamos una semana Stupenda con la moda retro a la manera de la cope y la confer. César Vidal dice, a lo superhéroe marvel, que hay una conspiración gay para captar a los niños (yo pensaba que entre bautizos, catequesis y curas sobones los captadores andaban por otros lares pero si el sabio vidal dixit pues ...). Los riojanos recomiendan el libre antedicho (pero claro, rioja, vino, aznar, pp, ... ¿lo pillan?). Y los hermanos de la federación de religiosos de la enseñanza dicen que hay que explicar a los estudiantes en Educación para la Ciudadanía que los gays tenemos que darles pena y despertar instintos fraternales y piedad y no sé cuántas cosas más. Eso sí, al primer estudiante de las escuelas pías que se me acerque como a un Yorkshire para darme palmaditas en el cogote en plan "no te preocupes, chiquitín, que te queremos igual" les juro que lo finiquito del primer mamporro.
En fin. Que digo yo que cuándo se va esta troupe a dar cuenta de que tienen un problema serio, de que las fobias se curan, y de que las obsesiones acabarán por pasar factura a su ya frágil y más que dudoso equilibrio mental. No sé si la terapia reparativa es la que conviene a la Lifting, el Vidal, y resto de la cuadra. O si sería mejor recurrir a métodos clásicos utilizados para lo mismo, como la terapia aversiva a través del electroshock. Pero mientras deciden si por fin se quitan del medio, dejan de tocar los eggs y se internan voluntariamente en un psiquiátrico adecuado, especializado en sectarios, la verdad pena, lo que se dice pena, me dan una o ninguna. Aunque me estremezco simplemente con pensar cómo estarán sufriendo tantos niños y niñas, tantos adolescentes, tantos jóvenes educados en la órbita de la Santa Madre y a los que un día sí y otro también se degrada, se invisibiliza, se culpabiliza y se machaca.
Como para no tener luego heridas profundas que sanar.
Aunque hay también nuevas buenas noticias. Como la de la reunión de la Ministra Sueca de Asuntos Sociales con el presidente de la FELGT, en que manifestó que Suecia presentará un proyecto de ley para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2008. Y que será apoyado por siete de los ocho partidos con representación parlamentaria. Uno más, con este seis, y ya verán qué pronto cae algún otro de los nórdicos.
Bueno, Cristinita. Que como se hacía antes en la radio te voy a dedicar una bonita canción para que te se ericen los vellos. Ayns cómo son estos de los Mojinos Escozíos, mare.

domingo, noviembre 11, 2007

lunes, noviembre 05, 2007
Sin embargo, a nuestro alrededor abundan las personas que antes de dirigirnos la palabra inician su discurso con la coletilla "Ya sabes que yo soy muy sincero ..." , expresión que viene a significar más o menos una versión cutre de la mítica frase de Margo Channing en Eva al desnudo, esa de "Abróchense los cinturones: esta noche va a haber tormenta".¨
Quien se autopercibe como sincero nunca tiene una palabra amable para los demás. Y el comentario que continúa el maldito incipit suele ser "pero te veo mucho más gordo", "pero qué mal te sienta esa camisa", "pero qué viejo te estás haciendo", "pero mira que te estás quedando calvo", "¿has estado enfermo? te encuentro fatal". Y todos los que los sufridos lectores de blog quieran añadir.
Hay quienes hablan de esta presunta sinceridad como sincericidio, incapacidad para no dañar. Y es que, en efecto, el sincericida suele tener un sexto sentido especial para meter sus deditos y retorcerlos allí donde más duele. Poco importa que su apreciación sea cierta o no. Ah, sí, oh, ellos y ellas son sinceros. Y eso les confiere el derecho de inmiscuirse en tu vida para hacer daño, insultar, ofender y llenarte de mierda con una encantadora sonrisa, la que su sinceridad les coloca en la boca antes del daño. Poco importa que nadie les haya preguntado, poco importa la cualificación que tengan para opinar, poco importan las pruebas en contrario. En su sincera sincerísima opinión estaría bien que te suicidaras o te pagaras un psicólogo. Porque no están dispuestos a dejar de machacar.
Conversación sinceridida tipo, número uno (casi entrecomillada)
- ¿Qué has hecho este verano? Te veo tan gordo que me he quedado impresionado.
- (con cierto tono educado, pese a la impertinencia) ¿Sí? Será que me miras con malos ojos, porque la última vez que nos vimos pesaba ocho kilos más (se lo juro por arturo, mis camisas no mienten).
-Qué va, qué va, tú hazme caso a mí, estás que revientas. Oye, que no lo digo para molestar eh.
Comentario sincericida tipo, número dos (mientras uno pasea a la perruca en medio de una linda noche veraniega con un helado de Capri en la mano)
-Vayaaaaa, así que luego vienen los michelines eh.
Comentario sincericida tipo, número tres
- Buenos días, quería preguntarle ¿usted no tiene un programa en una televisión local? Pues déjeme decirle que lo veo siempre y que me parece una mierda.
Y así, ad infinitum (y de paso, ad nauseam).
Un amigo decía, claro si te hubiera dicho que le encantaba el programa no estarías cabreado. Pero es que una de las normas básicas de la convivencia y la buena educación es la de "si no tienes nada agradable para decir, más vale que te quedes callado". Lo decía mi abuela Rosalina. Y tenía razón. Porque en general somos adultos. Si me compro unos pantalones, se supone que me los he probado, he comparado con otros y me compré los que A MÍ me gustaban. Tal vez me haya equivocado y me sienten de pena, pero eso no es problema de los viandantes. Porque ya sé que tengo problemas de sobrepeso: me he pegado con mis maldita capa de tocino desde los ocho años y me cuesta convivir con ella lo suficiente como para que me toque bastante los eggs que personas sobre cuyo físico, inteligencia, gusto, criterio y otras hierbas no he dicho nada (y conste que me podría ensañar, eh). Y porque uno no sale a la calle para jugar a ser el pim pam pum de todas las frustraciones ajenas.
Vivimos en una sociedad que ha perdido la educación, unos medios de comunicación que han inducido a la población a pensar que todos somos personas públicas dignas de escarnio. Y uno acaba cansándose. Hablar de sincericidio y sincericidas, como algunos psicólogos, sólo nos permite comprender educadamente qué ocurre con esos individuos que se liberan de sus frustraciones escupiendo en las caras de los demás, y asumirlo como una especie de enfermedad mental o social o lo que sea.
Pero uno ha empezado a sacar su filo borde y contestar, de forma extremadamente sincera, a la coletilla que provoca este comentario y la basura que la persigue, con otras frases. "Ah, así que ahora puedo opinar yo, ¿no?" (y opinar con sinceridad a continuación, por supuesto) o bien "¿Y quién te ha preguntado, monada?" o bien "¿En qué escuela de ... estudiaste para que tu opinión le importe a alguien?". Y otras borderías por el estilo.
Por un mundo mejor, muerte a la sinceridad. Antes de que acabemos por matar a los sinceros.