
Con la surada impenitente que nos estamos marcando, no es de extrañar que no vayamos a ver desde nuestro posible Santander muchas montañas nevadas. Y de momento tampoco esos aerogeneradores que tanto angustian y asfixian al alcalde (le he pedido un kit de ventolín a los Reyes Magos, nada mejor contra las asfixias).
Lo que si vamos a tener es un Santander poblado de banderas al viento. Tantas como 27, una por país de la Unión Europea, además de las que ya se hayan ido adueñando de mástiles enhiestos públicos o privados.
No sé yo si esto de las banderas tiene mucho usía. Más que nada porque las banderas, las suradas y los cañones de aire que generan ciertos espacios ciudadanos acaban haciendo de las simbólicas telas una peligrosa Espada de Damocles. Hoy, precisamente, recolocaban en la cima de su enhiesta españolidad la bandera de España que nuestro alcalde quiso colocar en Puertochico para que nadie dudara de que Santander formaba parte de España, que con esto de la ESO nunca se sabe. Los sures previos a la Nochebuena no fueron sures especialmente patrióticos, y no sólo la desgarraron sino que al final arrancaron buena parte de la misma dejándola caer sobre la afortunadamente desierta carretera. Hoy luce de nuevo bella, bicolor y trifranja, con unos costurones bastante visibles que casi casi nos la convierten en obra maestra del patchwork, y un pequeño joraco en la zona roja inferior. Y valen los costurones, que no pasa nada por reciclar y remendar como hacían las abuelas, pero esta bandera un día se nos cae sobre un turismo a velocidad media y nos hace una avería.
Las de Europa, 27 Banderas 27, tienen otra historia. Y es que nos ha dicho el Doctor Marshall que para que Europa nos quiera, cultos o no, necesitamos conocer a Europa. Y ha decidido oficiar de celestina entre la al parecer poco formada ciudadanía santanderina y la Europa galante. Dicho y hecho, nos han dividido por 27 (y me llevo cinco) para que cada cachito de este Santander de mis entretelas se autoficcione en país europeo. Así, asociaciones de vecinos, entramado cultural (qué pena una ciudad que para encontrar infraestructuras culturales no encuentra más que colegios en buena parte del trazado urbano) y público en general podremos motivarnos para ser más europeos y más europeístas que nadie, y conocer al menos un país de la UE.
Yo estoy encantado porque me ha tocado Portugal (menos mal que nos queda Portugal, que cantarían los de Siniestro). Recién llegado de Lisboa, tengo una buena reserva de moscatel de Setúbal que me permitirá ser más portugués que nadie antes de las comidas. No sé si estoy preparado para comer bacalao los próximos 365 días, pero prometo hacer un esfuerzo. En casa tengo algunos libros de Saramago, poemas de Eugenio de Andrade y Sofia de Mello, discos dedicados a los maestros de capilla de la Coimbra manuelina y un buen repertorio de fados con el que castigaré duramente a los del lado de allá de General Dávila, que ya me van a resultar un poco demasiado finlandeses (ya les veía yo como un poco adictos al vodka cuando me toca mesa electoral por la zona).
La distribución ha tenido sus caprichos. Ahora, cuando mi madre me mire con cara de "qué pena de hijo, no hay quien le entienda" sabré que se está haciendo la sueca, pero sueca-sueca (aunque siga empadronada en Portugal).
En otros casos ha sido menos caprichosa, y parece clara una inteligencia sutil y bromista. Por ejemplo, la discoteca Dragón, antro tradicional de ambiente gay donde los haya, ha quedado enclavada en plena Bulgaria. Seguro que Eduardo Mendicutti acaba apadrinando al barrio y a un par de novios búlgaros de esos que tanto le gustan. El seminario de Corbán, por su parte, ha caído en la capital de la Contrarreforma centroeuropea, en la República Checa. Y desde el castillo vigilante de Praga se dedicarán a defenestrar herejes y reconquistar espiritualmente la maltrecha catolicidad hispana.
Contradictorio resulta que los Almacenes Dinamarca queden en mitad del Reino Unido.
La peor parte la lleva mi amiga Gema: como se cumpla su intención de pasarse un año a Bratwürste y Franziskaner, no llega a diciembre sin pasarse por el señero Hospital Universitario Marqués de Valdecilla para una necesaria puesta a punto. Y no sé yo si fiarme mucho de la sanidad rumana.
En fin, voy a ir preparándome para el próximo año: Beijinhos para todos i feliz ano novo.