CORAZÓN Y CABEZA

"Sí, pero nos podemos casar" parece ser lo peor que una persona gay o lesbiana puede decir estos días, a tenor de la al parecer "divertida" falsa conversación difundida a base de reenvíos por la red desde hace unas semanas. Su origen está si no me equivoco en una página neo-con escrita por un gay o mari-con y pretende ridiculizar o descalificar a quienes han decidido apoyar con su voto opciones de izquierda porque, al parecer, votar a quienes te respetan mejor que a quienes te insultan cada día, votar a quienes han luchado por tus derechos en vez de a quienes están agazapados intentando con un truco u otro arrebatártelos no parece causa suficiente para influir en la papeleta del día 9.
No es extraño. También había judíos que financiaron a Hitler en los orígenes de su avieso movimiento, personas negras que no se consideraban dignas de la igualdad y creían justificado el apartheid, mujeres que se oponen a las conquistas de la igualdad. Los discursos dominantes, bien enquistados en el inconsciente colectivo de cualquier sociedad que los practique, calan también en los grupos excluidos por el propio discurso. Se habla así de homofobia interna, racismo interno, machismo interno, para definir la actitud de quienes tendrían que mostrar cuando menos un mínimo apoyo por quienes contribuyen a su dignificación pública y en cambio prefieren sostener los discursos que los proclaman inferiores.
Pero no me parece justo frivolizar hasta ese punto y desde ese desprecio falaz por las opiniones ajenas. Claro que nos podemos casar, y eso es importante por muchas y diversas razones. Pero lo importante ha sido un debate social que ha abierto a la visibilidad otras formas de amar y desear, en igual dignidad. Una dignidad legal, educativa, comunicativa, una dignidad que permitirá a los adolescentes gays reconocerse no sólo en los insultos del patio del colegio sino también en un par de párrafos de los textos de Educación Para la Ciudadanía. Una dignidad que permitirá denunciar los abusos y exclusiones. Y por eso, sí, muchas personas gays y lesbianas vamos a votar con el corazón. Porque nuestro corazón está (cosas de la normalidad) situado a la izquierda. No se trata de votar al PSOE, sino a aquellas opciones, todas menos una de las que tuvieron representación parlamentaria en la legislatura que termina, que hicieron público un discurso en favor de la igualdad, que con su voto hicieron posibles las reformas que tejieron la igualdad formal y legal y que continúan trabajando para que la igualdad social vaya abriéndose paso poco a poco. Un corazón que sigue emocionándose con aquello de "España es hoy un país más decente". Un corazón que deja de sonreir cuando recuerda que en otros lares se nos califica de pervertidos, pecadores, incapaces, se sostiene nuestra minoría de edad cívica, se justifica nuestra exclusión, se trabaja para devolvernos a la invisibilidad o se nos hace iguales a pedófilos o zoófilos en indignas y públicas declaraciones. Muchos vamos, sí, a votar con el corazón. Con el corazón al lado de la luz, de la visibilidad, de la sociedad abierta y libre en la que nos sentimos respetados y representados.
Pero votaremos también con cabeza. Es posible mirar la realidad desde muchas perspectivas, desde una larga paleta de grises que suele abominar tanto del negro como del blanco. Desde ciertos discursos, intolerantes siempre, siempre excluyentes, sólo admite una respuesta posible. Pero cada uno de nosotros tiene su propia experiencia, su propio análisis, su propia realidad. Y responde, así debe ser en democracia, a la elección realizada. Estoy seguro de que hay gays y lesbianas que por razones más limpias o más bastardas van a olvidarse de su corazón y de sus derechos, porque priorizarán otros valores de su análisis. Están en su derecho. Pero otros analizamos con la cabeza la realidad de estos cuatro años y de las posibilidades abiertas para los cuatro próximos y nos damos cuenta de que la elección de nuestro corazón y la de nuestra cabeza coinciden. Porque hay una Ley de Dependencia que permitirá a los gays y lesbianas que no puedan valerse por sí mismos alcanzar mayor autonomía, y ayudará a los gays y lesbianas que tengan personas dependientes a su cargo. Porque muchos gays y lesbianas disfrutarán de las ventajas de una Educación Infantil gratuita desde los tres años y ampliando su cobertura hacia los dos. Porque muchos gays y lesbianas inmigrantes vieron posible su sueño de un trabajo mejor y una vida mejor, y son hoy miembros respetados de nuestras comunidades. Porque la mejor cobertura de la sanidad pública también hace mejor la cobertura sanitaria de gays y lesbianas. Porque las mejoras en el salario mínimo, en las pensiones, en las ayudas para el alquiler, en la adquisición de suelo público, en la protección del litoral, en el mercado laboral harán la vida un poco más fácil también para gays y lesbianas, y también gays y lesbianas se beneficiarán de las diversas ayudas a las familias que por primera vez han alcanzado niveles europeos. Y porque gays y lesbianas somos capaces de analizar la situación internacional y tener claro el protagonismo de nuestro país en la construcción europea o la alianza de civilizaciones; y nos sentimos orgullosos cuando incluso los países más conservadores de Europa vienen a copiar nuestro modelo de regularización de inmigrantes o a estudiar cómo se han aplicado los nuevos derechos cívicos y sociales. Porque estamos contentos de vivir en un país que se ha situado en el pelotón de cabeza del crecimiento económico europeo y que es el que la mayoría de los ciudadanos de los países occidentales elegirían para vivir y criar a sus hijos si tuvieran que dejar el suyo.
Y ese voto con cabeza y corazón es el del aquí y el ahora. Dentro de cuatro años, si una plaga de gaviotas no lo impide, nuestros derechos cívicos, nuestras familias, estarán consolidados, fuera de discusión. Y habrá otra realidad, otro escenario para analizar y determinar nuestro voto.
Pero dice un viejo refrán español que "Es de bien nacidos ser agradecidos". Y muchas personas gays y lesbianas vamos a tenerlo en cuenta, muy en cuenta, el día nueve de marzo. Cuando iremos a nuestros colegios electorales para votar con cabeza y con corazón. O lo que es lo mismo, para votar a la izquierda.