"Pareces un gitano" , "Si no te portas bien, vendrá la gitana a llevarte" , "Este niño es más malo que un gitano" .
Crecí en un mundo en el que las estructuras y dinámicas sociales generaban exclusión y recelo. En el que hasta el lenguaje había perdido la inocencia (¿alguna vez la tuvo?) y había decidido que determinados giros, determinadas expresiones que se nos venían o que habíamos aprendido entre los nuestros de manera automática, alimentaran ese recelo cada día. Probablemente no había nada más detrás, nuestro idioma era (es) más racista que nosotros, y sólo integrábamos lugares comunes que no aprenderíamos a desmontar, que no necesitaríamos desmontar, hasta mucho más tarde. "Más vago que un gitano" , "más ladrón que un gitano" . "los racistas son ellos, que no se integran" , "son tramposos" , "son sucios" , "son mendigos" , "son machistas" . Ah, es verdad ... "al menos cantan y bailan bien" . No nos valían, no, los gitanos para la sociedad, pero sí para el escenario y para las tablas, para divertirnos y puerta.
No sólo la comunidad gitana era y es víctima de esta trampa de un lenguaje que reproduce las necesidades de quienes lo hablan y de quienes lo fueron dando forma. "Pareces mariquita" , "los hombres no lloran" , "que te den por el culo" , "maricón" . Pronto aprendí que esas trampas perversas también me excluían a mí, también me daban forma e identidad a través de la injuria. Aprendí que no valía para ellos, para los respetables , y que después de condenarme a los márgenes, debía soportar además que me recriminaran esos márgenes que los respetables habían construido para encerrarme. Qué decir de todo el entramado de palabras (y de hechos, claro) edificado siglo a siglo para apartar a las mujeres de la dignidad, de la decisión, del poder, de la autonomía.
En fin, que no fue hasta mucho más tarde cuando por razones diversas, laborales, culturales, políticas, tuve la oportunidad de conocer, sólo de rozar en realidad, a miembros de la comunidad gitana, a gitanos y gitanas, y a empezar a comprender. Es probable que mi primer encuentro más allá del prejuicio secular fuera una revista literaria que editaban unos amigos en Madrid, Archione, con un número dedicado a la poesía europea en romanó, traducida por Nicolás Jiménez (hablé con él un par de veces a partir de esa lectura). Más adelante un par de críos que se preparaban para la Primera Comunión en una parroquia de barrio con la que colaboraba en los lejanos años de católico más o menos comprometido. Pero fueron mis encuentros con la gente de Romanes, la entidad cántabra que aglutina a las asociaciones gitanas de la región, los que me dieron no ya una mirada que ya había pasado por el Porrajmos, el holocausto gitano, al hilo de mi interés en esa época. Y descubrí toda una realidad. La de gitanos y gitanas de todas las edades y de sensibilidades muy diferentes que se empeñaban, como cada ciudadano, en el afán de cada día, que luchaban contra los prejuicios para abrir nuevas puertas, que vivían perfectamente integrados en una sociedad que tiene como una de sus mayores luces la diversidad, pero que por fortuna se negaban a ser asimilados (es bien diferente) por la cultura dominante y trataban de navegar entre la tradición identitaria, de la que querían corregir y superar tantas cosas, sin paternalismos externos, sin lecciones de nadie, sin renunciar a su historia, y la furia de un futuro que llegaba y que se abría paso en la educación, sobre todo la educación, en el trabajo, en la convivencia. Conocí en ese tiempo, insisto en que de manera superficial, a mujeres gitanas que estudiaban en la universidad, a gitanos que trabajaban como albañiles o en la venta ambulante, a gitanas que me comentaban por mi militancia en ALEGA que habría que buscar la forma en que algunas familias aceptaran a un chico gay o una chica lesbiana, a hombres que consideraban a Zapatero el diablo por el matrimonio entre personas del mismo sexo y a hombres que celebraban ese mismo paso, gitanos jóvenes con un talento especial para la fotografía y gitanas pintoras. Me encontré con Carolina, Agustín, Aurora.
Descubrí en fin lo que ya sabía. Que aquí en Santander y en otros lugares de Cantabria había comunidades gitanas vivas y significativas. Y que en ellas se entregaban a la vida hombres y mujeres con ganas de romper los moldes, de derribar los muros, de ejercer su dignidad y sus derechos cívicos, sus opciones profesionales y educativas, de conquistar sus sueños, sin renunciar a quiénes eran, a las raíces y los valores que les habían traído hasta aquí a lo largo de quinientos difíciles años sobre esta península. Hombres y mujeres que habían tomado una decisión: la de protagonizar su lucha, sus luchas, la grande y las cotidianas, sin tutores ni iluminados que les marcaran el paso, escogiendo, decidiendo, caminando, hablando. Ocupando su lugar en todos y cada uno de los espacios sociales. Como cualquier otro ciudadano. Nunca más, pero desde luego nunca menos.
Ahora en estos días hay polémica sobre un programa de televisión, en Cuatro, bastante lamentable. Palabra de Gitano, se llama. Un programa que ignora todo ese camino, toda esa vitalidad, toda esa diversidad, que pasa de largo ante las luchas y los esfuerzos y se queda en la superficie, en el tópico, en el folklore, en el prejuicio. Que perpetúa esquemas perversos de los que nada puede surgir salvo exclusión. Esos en los que nunca podrá haber encuentro o diálogo entre gitanos y no gitanos, porque nos pretenderá superiores y les representará marginales. Un programa que ha atizado las brasas del racismo incendiando las redes sociales y desbordando foros y twitters con basura racista.
No es ese el camino, no es esa la responsabilidad ni el rigor informativo que deberíamos exigir a los medios. Ese es el daño y esa es la ceguera.
Así que desde aquí quiero sumarme a tantas asociaciones gitanas que exigen la retirada del programa, aún más, la corrección del agravio con un programa que de verdad muestre la riqueza, la variedad y las claves positivas de la comunidad gitana sin cebarse en estereotipos contra los que gitanas y gitanos llevan tanto tiempo luchando. Tanto tiempo mereciendo, ya de una vez por todas, que rompamos nosotros nuestros muros, porque ellos tienen los deberes bien hechos. Y como muestra, Juana Martín, joven, brillante, mujer, gitana, diseñadora de moda que triunfa en las pasarelas con un lenguaje exquisito y elegante. Sólo uno de los miles de caminos por los que la comunidad gitana está rompiendo por fin los moldes y ocupando el espacio que le corresponde.