EUROVISIÓN: CADA DÍA MÁS POTENTE
No voy a negar que el Festival de Eurovisión forma parte de mi paisaje sentimental. En aquellos tiempos mesozoicos de cadena única y familia unida ante el pantallar siempre nevado, casi rezando para que no hubiera tormenta y se fuera la luz o se escacharrara por enésima vez el repetidor situado Bolmir arriba, Eurovisión era todo un acontecimiento que en mi casa aderezábamos votando nuestras canciones favoritas y preuribarrizando las conversaciones ("qué nos van a dar, si los franchutes nos tienen manía y esto es todo política"). Así que la noche del sábado, acompañado a falta de mis acompañantes eurovisivos habituales por Tiberio, Miércoles, Glendamaría y una tortilla de patatas, me dispuse a analizar rotulador en mano Eurovisión 2008.
Aclaro por si las moscas que estoy entre esa parte de la población hispana calificada por Buenafuente de tonta. Aunque Andreu, no es que no entienda la broma o la transgresión. Entender, vaya si entiendo (¿es que no ves la foto de Dima Bilan que he puesto, alma de cántaro?), y me supongo que debe de ser divertidísimo lo de Gráfica cayéndose y lo de las bragas de la mulata, jajajajajajajaja y requetejajajajajaja, oye que me parto. Y bueno, transgresión no hubo otra igual desde el paseo de Lady Godiva. Vamos, que seguro que hay un antes y un después de la historia del mundo gracias al Chiki Chiki. Como fuere (me acaba de salir una vena tiernogalvanesca la mar de transgresora: ¡un futuro imperfecto de subjuntivo!), y aunque sean horteras y cutroides en general, para mí Eurovisión es un festival de canciones, voces y ... bueno, sí, puestas en escena y chulazos y chulazas de vez en cuando. Y encima este año pues ni tan mal, pienso piratear cuatro o cinco temas después de la horrísona edición del pasado año y de la bastante presentable de 2006. Esa en la que descubrí a mi sueño erótico número 2069: Dima Bilan, entonces segundo y hoy, por fin justicia a sus abominables de impacto, primero.
Decía cada dos por tres el pelma de Uribarri que si mucha política y muchos vecinos. Pero el caso es que Rusia no había ganado todavía el festival y que las victorias suelen determinarlas más los sietes que los doces. El Uribarri del sábado fue más plasta y pretencioso que nunca. Tras comentar durante la canción armenia que no tenía ninguna posibilidad, se dedicó a jalear cada nota alta recibida por la morenuca con un "ya lo decía yo, es que está en el Este". Uno no acaba de ver bien la relación entre Estonia, Chipre, la República Checa y Armenia, pero en fin. Hombre, que sí, que Francia no sólo tiene simpatía por Armenia sino que además Aznavour era armenio. Pero claro, cuando el listo de nuestro comentarista dice "Y ahora Turquía dará los doce ... (toque pillín en la voz) ¿se los dará a Armenia? (autopregunta). Ya verán, ya verán, claro que se los dará a Armenia (autorrespuesta)" me comenta Glendamaría "Pero oye tío, ¿el Uribarri no se ha enterado de que es más típico en Turquía exterminar armenios que votarlos?". Y claro, los doce van para el heavy de los co-turcos y anti-armenios de Azerbaijan.
El buen gusto de Uribarri quedó patente cuando propuso entre los temas que más le gustaban la balada de Polonia. Más aburrida que la vida sexual de los Kazynski. De hecho, llego a calificar de "elegante" a la cantante embutida en un vestido no sólo demodé sino para más inri azul cerúleo. De su obsesión por los muslos de la cantante ucraniana no voy a hablar, porque entonces no podría citar ni los abominables de Bilan ni la dulce carita Cornflake del islandés ni el paquetón del chaval israelí.
En fin. Que hubo un poco de todo. Cancioncillas divertidas y sin pretensiones intelectualoides a lo terrat como la de los piratas letones. Un poco de rock duro sin complejos en Finlandia y Azerbaijan. Un excelente tema de indierock protagonizado por una Turquía que hubiera merecido ganar. Un baladón con aires de fado renovado y una voz impactante en Portugal. Varias obligadas divas petardas (no olvidemos que Eurovisión es parte obsesiva del imaginario gay) representando a Grecia, Ucrania y Suecia. Con una cantante, la sueca, que resultaba de trazar la bisectriz entre los volúmenes rubioneumáticos de Marta Sánchez y los estiramientos de piel de Saritísima. Qué miedo, por Odín, Thor y Freya.
Precioso el vestido azul noche de la cantante noruega. Frivolón y resultón el chochipop islandés. Más desafinado que todo OT 2008 en grupo el cuarteto de alemanas. Achuchable y bohemio el danés. De la canción israelí, poco podría decir, todos los sentidos puestos en la turgente y abultada curva de Boaz Mauda justo allí donde ustedes estarán pensando, mucho más obvia incluso que los brazos que hicieron soñar húmedamente a Loles León. Y sobre todo él, Dima Bilan, la gran estrella del pop insustancial del este, el gran superventas que quiere ahora intentarlo con el mercado hispano en español, el de la cara de chulo de puticlub de carretera secundaria y cuerpo para pecar e insistir en el pecado. ¿Cómo podría haber ganado otro? El chico gusta y se gusta, tiene una estupenda tendencia a salir en google despelotado y encima el casco de bombero se aparta lo suficiente de la zona censurada como para permitirme una sugerencia para su lanzamiento en España: ¿Qué tal, amor de mis amores y calentón de mis calentones, cofrade mayor de San Abdominal de las Mancuernas, una versión de Siniestro Total, de su legendario "Me pica un huevo"?
Esto sí que es un festival y no el del fraile.