domingo, septiembre 04, 2022

VUELA, CAMILA

 


Hacia el lugar sin miedos, vuela, Camila.

¿Cómo saber qué dolores te habían roto el alma, qué barrotes habían intentando dilatar tus maltratados dientes, qué colmillos te habían lastimado, qué manos cazadoras empuñaron el palo cotidiano que te hizo tímida, temerosa, desconfiada?

No puedo imaginar de qué manera la calma comenzó a instalarse en tu silencio cuando, por fin, te rescataron. O qué preguntas te hacías cuando Gelo y yo te recogimos en el Parque de Jado para traerte a casa. Cuando llegaste a la casa de este tipo que cuando era niño soñaba con tener un perro y que, por alguna razón, había decidido que ese perro sería un pointer. Sin saber que tú eras ese sueño cumplido.

Fue entonces cuando por un momento te convertiste en la perra de todos, cuando los ruidos, las luces, el bullicio, el gentío navideño y el maldito petardo te provocaron un ataque de pánico. Todavía no me explico cómo pudiste sacar la cabeza del martingale, para iniciar esa huida loca en la que intentaste llegar a casa y acabaste perdida por Santander, tres largos días con sus noches, mientras las redes sociales ardían, tu foto pasaba de teléfono en teléfono y tanta gente dirigía sus pasos hacia los espacios donde alguien creía haberte avistado. Hasta que por fin entraste para descansar bajo un container en el Puerto, por la estación del ferry. Inolvidable tu tranquilidad cuando, al olerme y escucharme, saliste de tu refugio y me miraste como diciendo "¿dónde te habías metido, llevo tres días buscándote?".

Fueron los meses del pánico. Tu alegría cada vez que íbamos a salir de casa y la tensión que te hacía temblar sin control en cuanto pisabas calle y comprobabas que los humanos seguían por allía, siempre intentando controlar que no se acercaran demasiado. Del temblor compulsivo a la rigidez absoluta, como si así no pudieran verte, camuflada tras una barrera invisible. Poco a poco comenzó la confianza, los pequeños detalles, los primeros movimientos, cada vez más cerca de la gente, aunque nunca te gustara estar demasiado acompañada y disfrutabas de los momentos de paseo solitario, Gelo, tú y yo, para qué más. En esa Duna de Gamazo que podría dar testimonio de cómo allí crecía tu seguridad, se desataban tus ganas de correr y de beberte el viento, de dejarte rodar por la pendiente de hierba como si recuperaras la cachorra que hace tanto tiempo fuiste.

Y en los últimos tiempos, cada vez más, la sorpresa de la cercanía y de la aceptación, cuando algunas personas se sorprendían acariciándote sin que te retiraras.

Te cambió la expresión hace ya meses, Camila, tu mirada se relajó, tu mandíbula aprendió a perfeccionar esa sonrisa de perro tan característica. Descubriste que tu cuerpo podía hablar y yo podía entender su lenguaje, y fuimos tejiendo unos lazos muy especiales, siempre pendientes uno del otro, yo de tu fragilidad, tú de la seguridad que te aportaba.

Y de pronto... en tu duna, en tu paseo, en tu mediodía perfecto con tu amigo Gelo y tu compañero humano, sin más siluetas por el horizonte. Te fallaron las patas. ¿Un derrame, una insuficiencia cardíaca? Qué importa ya, fue solo un instante mínimo y ya estabas levantando tu último vuelo, mientras Gelo te daba golpecitos con el hocico, para que te levantaras, y yo empezaba a sentir de nuevo esa desolación y ese vacío de tantas despedidas.

Eras preciosa, Camila, en todos los sentidos, una perra buena, obediente, apegada, de estampa atlética. Ojalá haber pasado contigo más tiempo, el suficiente para ver cómo se te acababan los miedos y florecías a lo grande, como un mar de cerezos en abril. Ojalá haber sabido que se disipaban todos tus temores y te soltabas la melena, feliz y libre.

Quiero creer que estos pocos meses fueron un remanso en tu desconocida historia. Quiero creer que ahora sí que has alzado ese vuelo y que en algún prado infinito, más allá del arco iris, corres sin frenos, junto a Glenda, a Gin, a Lola, a Harley, y dejas que te llenen de caricias esos humanos que nunca hubieran podido hacerte daño, pero sí darte toda la ternura, el cariño, la paz, que merecías, mi padre, Leo, la tía Chavita.

Vuela, Camila. Hacia el lugar sin miedos. Hacia los días de luz inagotable, hacia las manos tendidas y las siestas cumplidas en las que yo, añorándote siempre, no podré ser una vez más tu almohada favorita. Vuela, Camila.
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Un Santander Posilbe by Regino Mateo is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
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