miércoles, junio 05, 2013

CHOCA ESAS CINCO

Se ha armado un buen revuelo mediático con la decisión de varios de los graduados y graduadas que han recibido este año los premios y menciones de honor a los mejores expedientes de cada titulación universitaria de no saludar al Ministro de Educación y Cultura, Juan Ignacio Wert, y autoridades que le acompañaban. Algunos para alabar la actitud de esta veintena de jóvenes que ha querido así mostrar su rechazo a las políticas de recortes, de acoso a la educación pública y a la investigación del ministerio presidido por Wert. Y probablemente también a la actitud burlesca y chula que suele regalar a la ciudadanía en sus comparecencias ante la prensa. Otros, cercanos al régimen, para escandalizarse como damiselas decimonónicas ante lo que, claman, es una flagrante falta de educación y de respeto a las personas y al protocolo, que demuestra el jaez de los así actuantes.

Se me dispara la memoria histórica familiar y recuerdo nítidamente una anécdota, tantas veces escuchada, de La Madrina. Doña Cristina, hermana de mi bisabuelo y dama de pro de las de antigua escuela, pareció destacar por su respetabilidad social y su estricta visión de los valores morales y sociales durante sus largos años. Una vida a caballo entre la casa solariega de Campoo, desde la que gobernaba con rectitud y firmeza la hacienda familiar, una vez que su marido se marchara a poco de la boca a comprar tabaco, que entonces se decía, entre vecinos y arrendatarios que jamás se atrevieron a mencionar de nuevo el nombre del ausente y que todavía la recuerdan como prototipo de dama, de señora, y su piso del Paseo de Pereda de Santander, ciudad en la que igualmente matuvo siempre fama ejemplar. Vamos, que de modales y maneras algo parecía saber La Madrina. Contaba, en fin, el Tío Chisco, que siendo él pequeñajo paseaba con ella de la mano por el muelle cuando observó soprendido cómo un hombre se paraba, se quitaba el sombrero y esbozaba un saludo cortés, sonriente y hasta un punto exagerado. Doña Cristina subió la nariz, volvió la cara, tiró de su sobrino y aceleró el paso. Interrogada por el niño ("¿Por qué no has saludado a ese señor tan simpático?") se limitó a explicar "En la familia Mateo jamás se ha saludado a los sinvergüenzas". Queda por saber a cuántos sinvergüenzas habremos saludado en su momento los Mateo, con o sin conocimiento, como queda sin saber qué habría hecho el pobre hombre para merecer tal desdén. Pero se me ocurre al hilo que parece que formas, educación y protocolo sí parecen permitir que se niegue el saludo en determinados contextos y ante determinados paisanajes.

Se me dispara la memoria literaria y recuerdo el título y máxima de una comedia del Siglo de Oro, de Agustín Moreto, de ambiente palaciego y noble que nos recuerda que se paga El desdén, con el desdén.

Se me dispara la memoria personal y me enfrento a las veces en que por so o por arre algunos de esos bien pensantes, de la misma recua que quienes abominan de los estudiantes que enfrentaron con su indiferencia al ministro, me ha negado el saludo. A veces por maricón, las más, por rojo otras, por amigo de mis amigos en alguna. Y también las pocas, poquísimas, en que he decidido excluir de mi mundo, saludo incluido, a quienes me afrentaron a mí o a mis personas queridas en formas que he considerado especialmente graves, con un último episodio en una consejera del Gobierno de Cantabria de cuyo nombre prefiero no acordarme, a la que previamente envié un correo electrónico explicándole los motivos de mi enfado y pidiéndole encarecidamente que se abstuviera de mirarme, sonreírme o saludarme por lo que nos quedara de vida. Ambos hemos cumplido sin más y aquí paz y después gloria.

Así que decido incluso echar un vistazo a algunos artículos y escritos sobre protocolo en los que, vaya, no se excluye como comportamiento lógico y aceptable la indiferencia, incluso la negativa al saludo. Se saluda a la persona por la que se siente afecto, a aquella de encuentro habitual, a la tropezada casualmente en actos sociales, incluso al enemigo "por el que se siente respeto". Pero se admite como un mensaje claro la retirada del saludo o de la palabra, con varios significados posibles. Descortesía uno, sí, pero también supone en otros contextos mostrar hostilidad, ofensa o enojo. Y aquí, creo está el quid de la cuestión.

No. Quienes negaron en el acto protocolario el saludo a Wert no mostraron descortesía. Mostraron hostilidad, por un político y unas políticas que disparan contra la propia esencia del sistema de educación pública e igualitaria, que cortan los fondos a la investigación, que impiden el desarrollo de programas y que en buena medida suponen una agresión directa contra el propio futuro de muchos de estos chicos y chicas. Mostraron ofensa, por los modos habituales de un ministro incapaz de escuchar, inmune al diálogo, que se burla y agrede casi con cada intervención pública, mostrando su falta de respeto por todos y cada uno de los miembros de la comunidad educativa. Mostraron su enojo no tanto ante unas políticas y sobre todo ante un político que ha conseguido el rechazo frontal de la mayoría de los españoles, unas políticas y un político que están teniendo consecuencias tan graves en la Universidad, por ejemplo, como la de impedir con la subida de las tasas que muchos estudiantes puedan iniciar o continuar sus estudios. Seguro que el ministro no los conoce, pero somos muchos los que sí conocemos casos concretos y cercanos, con nombre, apellido y desesperanza, y estoy seguro de que los chicos que recogieron el diploma y retiraron la mano conocen también nombres, apellidos, rostros y tristezas profundas.

En este país hemos permanecido demasiado tiempo adormilados, consintiendo comportamientos infames, excesos atrabiliarios, desmanes indecentes sin siquiera una mirada o una palabra de recriminación. Quizás ayer los jóvenes, algunos jóvenes, algunos de los mejores, nos dieron una lección y nos indicaron un camino. Porque ya está bien de actuar por formas, procedimientos y comodidad como si no hubiera pasado nada y como si no estuviera pasando nada. Porque tal vez no tengamos muchas formas de luchar y menos de hacerlo con eficacia, pero al menos deberíamos ser capaces de responder con nuestra dignidad. Así que aplaudo a quienes ayer hicieron bandera de sus convicciones y de sus valores, a quienes ayer le explicaron a un ministro a quien considero especialmente infame e indigno de respeto en tanto cargo público que para ellos había tocado fondo. Cruz y Raya.

2 comentarios:

BRUNO dijo...

Soy de la opinión de que nos han declarado la guerra y de que la vamos perdiendo, así que me parece IMPRESCINDIBLE que los más avezados le hagan saber al ENEMIGO que han entendido el mensaje y que se dan por aludidos.
Con el ENEMIGO se han de cumplir las Leyes de Guerra y los Tratados Internacionales, que NO INCLUYEN en modo alguno la "cortesía".
Saludos.

Rukaegos dijo...

Ahí le has dado, Bruno, contra el enemigo el único tratado de buenas maneras que sirve es la Convención de Ginebra :)

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