domingo, julio 24, 2011

MOROS E MORAS, MUGIERES E VARONES


Periódicamente me toca debatir acerca del lenguaje llamado "políticamente correcto" con alguna de esas personas, no necariamente hombres, que han decidido convertir en caricatura los intentos por transformar el lenguaje para hacerlo espejo de las transformaciones sociales y hacer que allí donde el carácter público del discurso lo haga aconsejable la mujer pueda ser integrada, visibilizada o especificada.

Claro que la caricatura existe. Tanto por quienes prefieren, de manera bien poco neutral ni inocente, que el lenguaje quede enconsertado en un determinado estado de lengua, como por quienes utilizan las recomendaciones para un lenguaje no sexista de manera torpe y limitándolas a un reiterativo desdoblamiento del género. De poco ayuda el ridículo periódico de los errores y exageraciones de este segundo grupo. Pero en lo que al primero se refiere, son muchos los cuestionamientos que se pueden y deben hacer. El primero de ellos, claro, que la lengua es un artefacto vivo, que cambia y evoluciona, y lo hace siempre desde los márgenes de la corrección académica hasta encontrar su espacio en la lengua común (y con este espacio los parabienes académicos) o no. Otra cuestión importante es la acusación de que el lenguaje no sexista aporta una carga ideológica: pues claro que aporta una carga ideológica, como todo lenguaje y como toda acción o pensamiento humano, ¿o es que los evidentes rasgos sexistas de nuestro idioma no van a tener nada que ver con una sociedad machista o con una Academia formada casi exclusivamente por hombres a lo largo de su historia? ¿es que no son ideológicos los neologismos que curiosamente los mismos abominadores del lenguaje políticamente correcto utilizan cada día como arma para descalificar a quienes no comparten sus puntos de vista?

Cuando se habla de un lenguaje capaz de reflejar los avances en la igualdad entre mujeres y hombres que se ha ido asentando en la sociedad a lo largo de las últimas décadas, se habla de numerosas estrategias y recursos que permiten tanto neutralizar las apelaciones colectivas sin recurrir necesariamente al masculino (el profesorado mejor que los profesores), circuloquios eufemísticos como las personas que, o el tan traído y llevado desdoblamiento de género. Entre otras.

Claro está que el uso y abuso de cualquiera de los recursos acaba generando un idioma feo, reiterativo y torpe. Pero el reto está en saber combinarlos de manera adecuada hasta conseguir una sonoridad más natural y fluida. Y se puede, vaya si se puede.

Decía uno de mis oponentes en la más reciente discusión de la materia que con este lenguaje (él lo llamaba "neolengua") sólo se podría ver afectado el lenguaje administrativo o político. Pero es que estos lenguajes son los que tienen una consideración pública y deben ser inclusivos y dignificadores para todos ... y para todas. Y que de alguna manera, la literatura presenta otro nivel y otra intención de idioma, en el que no se trata de reflejar las normas sociales sino de la mirada privada de un hablante privilegiado sobre su universo y sobre su lengua.

El caso es que de pronto se me vino a la cabeza una expresión, "moros e moras". Y me di cuenta de que incluso la literatura, que la primera obra literaria escrita en español para más señas, utilizaba ya el desdoblamiento de género. Y ni corto ni perezoso me puse a releer el Poema de Mío Cid para comprobar que en efecto no me fallaba la memoria. Y que el autor o los autores (permítaseme el desdoblamiento de número) utilizaron con cierta profusión el recurso, hablándonos de mugieres e varones, burgeses e burgesas, en multitud de ocasiones moros e moras etc. Y de hacer ese desdoblamiento o esa especificación con coherencia en las situaciones.

En efecto, el Cid se mueve en un ámbito característicamente masculino, la corte, la política y la guerra. Un mundo en el que cuando utiliza el masculino genérico plural habla, en efecto, de un grupo de hombres en una buena parte de los casos. Cuando aparecen mujeres, o bien se las especifica de manera individual (así ocurre con tiradas en las que aparecen Doña Jimena, Doña Elvira y Doña Sol) o bien se las especifica de manera genérica, como grupo. En todos los casos, el desdoblamiento de género se produce en ámbitos abiertos, colectivos y civiles: la llegada a Burgos, la toma de Castejón y la de Alcocer, etc. y siempre dentro de la ciudad. O lo que es lo mismo, cuando el poeta o poetas intentan describirnos un grupo de personas en el que sí hay hombres y mujeres.

El caso es que ese uso del desdoblamiento de género en el Poema del Cid es coherente con el uso desdoblado más tradicional de nuestro español común, el saludo a Señoras y señores o a Damas y caballeros. Siempre usos lógicos y corteses ante auditorios en los que se constataba o se presumía/presume la presencia de mujeres y hombres. Tal vez en auditorios en los que el saludo ritual y cortés se realizaba sólo en masculino, deberíamos recordar que hasta hace no tanto tiempo eran territorios de hombres, como lo es en El Cid el campo de batalla. Nuestro idioma sí ha querido tradicionalmente hacer presentes de manera específica a las mujeres allí donde estaban o donde podían estar.

Tal vez el exceso de desdoblamientos suene torpe o repetitivo. Seguro que sí. Y desde luego no debería justificar el invento de femeninos, ni el olvido de palabras comunes o epicenas. Pero lo que es cierto es que hoy, por fortuna, la mujer está ante nuestra mirada de hablantes o escribientes en todos y cada uno de los ámbitos sociales. Y que por eso la necesidad de desdoblar el género se ha multiplicado.

Luchemos por un lenguaje limpio, claro, correcto, hermoso. Pero no a costa de esconder a la mitad de la sociedad. Y sobre todo no a costa de ignorar que esa visiblidad se puede lograr a través de un recurso tradicional y vivo en la historia de nuestra lengua. Tanto que lo encontramos, expresado de forma hermosa y literaria, en el primer gran texto de la lengua castellana.

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