viernes, julio 01, 2016

GANAS DE HABLAR. Mirando hacia atrás sin ira en el Orgullo LGTBI 2016


Estoy terminando Furias divinas, de Eduardo Mendicutti, así que voy a robarle un título para esta mirada a la que me he obligado en este blog cada año con ocasión de las fiestas y las reivindicaciones del Orgullo LGTBI.
 
Tengo el Orgullo muy moñas este año, yo os lo he dejado claro en otras redes. Así que me voy a marcar un ejercicio de nostalgia (la alternativa era un artículo muy cabreado) y voy a mirar otra vez hacia atrás sin ira tratando de que algunos entendáis por fin esta necesidad de hablar, de hablar en voz alta, de hablar con cierto escándalo y con un peculiar sentido del exhibicionismo corporal o emocional. Porque en la constante lluvia de valoraciones críticas, negativas o agresivas que el Orgullo genera cada año, a mi alrededor se repite sobre todo una, y se repite en gente a la que quiero o aprecio, que creo que me quiere o me aprecia, pero no acabamos de engrasar las bisagras del armario. ¿Por qué hay que hablar constantemente de lo mismo? ¿por qué esa obsesión por decir que soy gay? ¿es que no hay nada más en el mundo que homosexuales, de fiesta o sufriendo, y homófobos de guardia?
 
Voy a comenzar por el lejano año de 1977. Yo no sabía que era un peligro social entonces, tampoco que estuviera enfermo o que formara parte de una conspiración contra el mundo, pero así era de forma más o menos oficial entonces, cuando con 12 años (7º curso de EGB) me levanté una mañana y lo supe, que era eso con lo que la gente se insultaba por la calle o en el patio del colegio, que era marica, maricón. Creo que nunca fui amanerado, no mucho al menos, así que no me parece que a mi alrededor se levantaran muchas sospechas, y eso que pistas había dado unas cuantas: me gustaban los libros, la poesía, la música, estudiaba piano, era penoso en clase de educación física, odiaba el fútbol, en el recreo (ventajas de los colegios mixtos) jugaba en entornos comunes a chicas y chicos.
 
Recuerdo de ese tiempo en especial una noche, una noche que me pasé en blanco, llorando sin consuelo posible en la soledad de mi cuarto, porque sólo allí podía desahogarme. Yo no quería ser "eso"; había rezado muchas noches pidiéndole a Dios que por favor, marica no; pero no parecía que me fuera a escuchar, había chicos que me atraían en el colegio, actores y cantantes que se me empezaban a calentar en la imaginación. Recuerdo esa noche porque quería morirme, porque me la pasé pensando en que si me acercaba despacio a la cocina y no hacía ruido y encontraba valor, a lo mejor podía dar el único paso que me iba a librar de la vergüenza eterna. Pero fui un cobarde, como lo he sido durante tantos años (¿he dejado alguna vez de serlo?), así que fui aprendiendo a callarme, a descubrir el silencio.
 
Silencio fue la obligación que me impuse de buscar una especie de novia en el instituto (¿tendría sentido buscarla ahora para decirle que lo siento, que era estupenda, que me encontraba a gusto con ella pero que nunca hubiera tenido una posibilidad?). Silencio fue tener cerca a esos dos o tres chicos que me volvían loco y cortar toda pista sobre unos amores adolescentes que nunca llegaron a sospechar. Silencio y vergüenza ese cuerpo que necesitaba saber y que por fin se dejó vencer, que se entregó a un taxista (no deja de tener su gracia) en el bosquecillo de Los Cagigales, cercano a Reinosa. Silencio y vergüenza luego en la universidad, evitando la ocasión pero cayendo un par de veces más, cuerpos oscuros en "camas recién frías" que dijera Gil de Biedma: siempre unos minutos de placer y varios años de culpa y de negación.
 
Me rompí allá por el 1999/2000. Con Juan. Nunca me quedó muy claro a qué estaba él jugando, pero sí lo que yo quería. Quizás me equivoqué o quizás se asustó. Pero se fue y me rompí. Y no me quedó otra que salir del armario a borbotones, para poder llorar por lo menos diciendo su nombre, unos borbotones que no se pararon y que me llevaron a abrirme a mis amigos más cercanos y a conectar con ALEGA, la Asociación de Lesbianas y Gays de Cantabria, con ese Javier Edesa que tanto me ayudó, creo que sin saberlo, ese Javier al que echo hoy tanto de menos. Temblé al entrar por vez primera en El Dragón, vacilé al proponer a los amigos locales de ambiente para tomar unas copas, me alejé de algunos y me encontré con otros, rompí con la Iglesia Católica en la que había intentado abrigar mi frío emocional, intenté proteger a mi madre con una doble vida ridícula en la que por un lado evitaba la verdad y por otro aparecía en el periódico como portavoz de ALEGA para ciertas propuestas culturales. Me volví a enamorar y me volví a romper, cuando Lander se incrustó con su moto contra un camión a la altura de Donostia, y continué callado porque ¿cómo encontrar palabras para todo ese dolor y todo ese miedo? Me volví a levantar, acabé de presidente de ALEGA y continué enredando en el activismo LGTBI aprendiendo mucho, abriendo el corazón mucho.
 
Callando todavía mucho porque... es que en ese 2000 tenía ya 35 años, y ni joven, ni cachas, ni guapo, ni rico, ni encantador, ni echado p'alante, sin un solo gramo de educación sentimental en mi historia y en consecuencia sin ser capaz de una caricia o un beso en el momento justo, como un adolescente que hubiera nacido con el arroz pasado ¿qué hacía yo por allí salvo en cierto modo el ridículo?
 
Creo que fue Leo quien me salvó para volver a romperme. El amor de Leo, el viaje de Leo, la enfermedad de Leo, el adiós de Leo, todo eso junto, fue como una hermosa y terrible puerta hacia la madurez. Ya no me iba a callar más, ya nunca me iba a callar. Necesitaba gritar, necesitaba llorar, necesitaba luchar; necesitaba hacerlo por mí, por 45 años de hielo y de soledad, quería hacerlo por todos los que no sabían o no podían dar un paso similar, por todas las que no podían o sabían hacerlo. Y ahora tengo ganas de hablar, qué le vamos a hacer.
 
Hablo porque me siento frágil cada vez que un gay, una lesbiana, una persona trans es agredida o humillada, porque podría ser yo y podría importar tan poco como están importando ellas y ellos. Hablo porque no soporto la hipocresía de quienes nos apartaron, nos excluyeron y hoy se muestran como ursulinas ofendidas porque nos besamos, porque nos damos la mano, porque bailamos un día al año enseñando el culo y agitando abanicos de plumas rosas. Hablo porque cada día me cruzo en el trabajo y en la vida con personas que preferirían no tener que verme, ay si al menos no tuvieran que saber que soy maricón podrían sentirse tranquilas, pero yo las agredo con mi visibilidad de tan mal gusto. Hablo porque hay quien se molesta porque no disimulo el amor en género masculino en mis poemas. Hablo porque como todos, hasta los mejores, os calláis cuando se trata de derechos, de dolores, de alegrías, de problemas, de músicas, de fiestas, de muertes, de arte, de palabras, de gestos que implican a maricas y bolleras, a travelos y bi-ciosos, he decidido que mi obligación es la de hablar, la de hablar mucho.
 
Hablo, en fin, porque cuando hablo consigo a veces, desde una nueva soledad que ahora no es culpable, ni dolorosa, ni oscura, que es simplemente la soledad de seguir sintiendo vacía la mano por la calle y la mitad de la cama por la noche, la de no poder refugiarme en sus brazos o confiarme a sus labios, siento que a mis 51 años se me empieza a pasar un poco la vergüenza con la que me señalaron a fuego desde el nacimiento. Hablo porque ahora ya puedo hacerlo con la mirada alta, sin autocensuras, sin permitir ya ni una coma de más a quienes continúan prefiriéndonos invisibles o trabajando para que lo seamos. Hablo porque con la fuerza de las palabras y la del corazón y hasta la de la polla a la vergüenza la ha sucedido el Orgullo.
 
El Orgullo de levantarme de la cama todos los días sin rencor, cargado de fuerza a pesar de seguir siendo un cobarde, de seguir siendo frágil, de seguir roto. El Orgullo de salir a la calle sabiendo quién soy, quién quiero ser, eligiendo, decidiendo, gobernando el barco.
 
Feliz Manifestación del Orgullo LGTBI 2016 a todos los que podáis asistir. Estaré con vosotros desde mi Santander imposible.
 
 

1 comentario:

Camino a Gaia dijo...

A veces, como al risueñor gris y anodino, la vida concede el canto
y la palabra que cambia el mundo sin desvelar su origen secreto.

Licencia de Creative Commons
Un Santander Posilbe by Regino Mateo is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License.
Based on a work at unsantanderposible.blogspot.com.